Los seres humanos no somos los únicos capaces de engañar. Se han realizado distintos estudios etológicos que han demostrado que muchas especies lo hacen. Algunas orquídeas están programadas genéticamente para que su apariencia suponga la de un insecto y, de este modo, logre atraerlos. Algunos animales se hacen los muertos para protegerse, defenderse o atacar: ciertos tipos de tiburones se ponen en posición invertida para escudarse; los patos, igualmente, responden con una inmovilidad tónica cuando se sienten amenazados y la culebra parda queda completamente paralizada cuando percibe a un depredador. Pero engañar y mentir son cosas distintas porque mentir es algo intencional, consciente y planificado. Los seres humanos somos los únicos que usamos el lenguaje para mentir.

¿Por qué mentimos? Mentimos de manera intencionada con el fin de obtener y lograr cosas. No todos tenemos la misma concepción de la realidad y, cuando queremos que alguien cambie de parecer, podemos manipular y convencer por medio de la lengua. Mentimos para conseguir o evitar algo. Mentir es jugar con la mente para crear una falsa creencia en el otro. ¿Cómo logramos hacerlo? Cognitivamente hablando, los seres humanos somos seres conscientes de las diferencias que existen entre nuestras opiniones y las opiniones de los demás. Somos capaces de entender estados mentales de otras personas, nos podemos dar cuenta de que son distintos; así, intentamos atribuirles ideas y pensamientos que nos beneficien. Tenemos una realidad de la que estamos conscientes y está mentalmente representada. A pesar de tener consciencia de la realidad y una percepción del mundo, somos capaces de decir cualquier cosa que se aleje de ello sin importar lo ridículamente absurdo que sea; por ejemplo: “Los unicornios que viven al lado de mi casa son mitad humanos y mitad peces” o, más ridículo aún, “El comunismo sirve”.

Existen dos propiedades del lenguaje esenciales para poder mentir: el desplazamiento y la productividad. Así como podemos hablar de cosas que estén en el mismo tiempo y espacio en el que se está emitiendo el discurso, también podemos hablar de cosas que no están físicamente presentes. Podemos hablar del pasado y de nociones abstractas, como el amor y la belleza. Con la productividad, podemos generar una cantidad casi infinita de enunciados, hablar de lo que sea. Ambas propiedades forman parte de la prevaricación, la cual consiste en la capacidad de distinguir y crear distintas realidades: mentir. Lingüísticamente hablando, la mentira es un fenómeno que no solo se relaciona con la falsedad o veracidad de las palabras emitidas, sino con el contexto, los elementos extralingüísticos, la intencionalidad del hablante.

Comunicar no significa codificar y decodificar información, comunicar es mucho más que eso. Cuando emitimos un discurso, lo hacemos con una intención comunicativa. El discurso que emitimos implica mucho más de lo que decimos, debemos tomar en cuenta el contexto, hacer inferencias y deducciones. Así, si alguien le pregunta a su novio dónde estaba, este posiblemente haga ciertas deducciones y le responda primero con quién andaba, puesto que el contexto informa que, aunque no esté explícito en el discurso, dentro de esa pregunta hace falta responder una más importante: el con quién.

Numerosos estudios sobre las mentiras han demostrado que, a pesar de que las mujeres son más manipuladoras, los hombres son mucho más mentirosos. Esto no quiere decir que las mujeres no mientan (quizás lo hacemos mejor) o que mentir siempre sea algo malo. Todo el tiempo les decimos a los niños que está mal decir mentiras; sin embargo, cuando un niño se acerca y exclama en voz alta “esa señora es muy gorda”, nos morimos de vergüenza e inmediatamente reprendemos al muchacho aunque haya dicho la verdad. Al parecer, muchas veces mentir es necesario. Nadie puede vivir sin mentir. Sin las mentiras no existirían ni los políticos ni las relaciones amorosas ni mucho menos los abogados. Si no pudiésemos distanciarnos del mundo tal cual lo conocemos, no existiría ni la literatura ni la música ni el cine.

Entonces, ¿está mal que un hombre nos mienta? Eso depende. No queremos admitirlo, pero los hombres a veces sí tienen que mentirnos. Queremos que nos digan que somos hermosas aunque parezcamos sacadas de una película de terror (siendo nosotros el personaje de terror), que somos las mujeres más bonitas del mundo aunque tengamos al lado a la mismísima Mariángel Ruiz y que siempre tenemos la razón, aunque realmente esa no es ninguna mentira. Esas mentiras son piadosas, demuestran empatía y tienen una muy buena intención porque evitan causar cierto daño. No puedo estar más de acuerdo con Joaquín Sabina cuando dice que “en historias de dos (de tres, cuatro, cinco…) conviene a veces mentir y que ciertos engaños son narcóticos contra el mal de amor”. Y es que, como se decía antes, “si la mente se leyera, nadie se tratara”.

El problema es que no siempre mienten para hacernos sentir bien, sino también para cubrirse las espaldas. Es verdad que a veces nuestra imaginación vuela muchísimo y creemos que siempre nos están mintiendo por mal. Hace poco leí un tuit del profesor Briceño que decía: “Toda discusión con una mujer es una película de la que el hombre no vio la precuela” y estoy completamente de acuerdo; no obstante, aunque no hayan visto la precuela, los hombres deben aceptar que muchas veces son los que pagan la producción y contratan a los actores de dicha película.

Yo, por ejemplo, he salido con muchísimos mentirosos, pero no todos me han mentido por las mismas razones: algunos lo han hecho para subirse el ego e impresionar (igual me entero de la verdad), otros lo hacen para conseguir sexo (labia), otros mienten para evitar problemas, casi todos mienten para ocultar infidelidades y algunos hasta me han mentido para esconder a sus esposas. Sinceramente, a mí como lingüista no me gusta el análisis del discurso, pero todo eso cambia cuando comienzo a salir con alguien. Saber si alguien está mintiendo no es fácil, hay que ser tan observador como un lingüista forense, el cual se encarga de estudiar el lenguaje evidencial o probatorio de los sospechosos de un delito para detectar si su discurso es falso.

Lo cierto es que, si observamos bien, las mujeres también podemos cuidarnos las espaldas cuando un hombre busca cuidarse las espaldas. Existen ciertos indicadores conductuales que nos pueden ayudar a saber cuándo un hombre nos está mintiendo. El lenguaje no verbal es el que contiene mayor información sobre la mentira: cuando un hombre miente tiene mucha movilidad corporal que indica incomodidad, asiente mucho con la cabeza (conducta protectora) y evita sostener la mirada. En cuanto al lenguaje, hay exageraciones, alteraciones y errores de habla; las pausas son más largas y numerosas (tardan pensando cuál será la siguiente mentira), el discurso es mucho más breve, ambiguo y con poca espontaneidad. Cuando intentan zafarse de algún problemita, utilizan pocas referencias lingüísticas sobre sí mismos, evitan hablar del yo y hablan más de los demás. Muchas veces hay negatividad verbal y desviaciones del estilo comunicativo habitual. Y si estos análisis no les funcionan, siempre se puede recurrir al stalkeo.  

Detectar mentiras parece ser una capacidad innata de las mujeres, simplemente se tiene que desarrollar. A mí me encanta que me digan mentiras piadosas, sobre todo porque me gusta escuchar que me veo maravillosa y que nunca “han sentido esto por nadie”. Pero yo nací siendo mujer, así que tengo la capacidad innata de descubrir mentiras y, de paso, para asegurarme un poquito más, también aprendí a ser lingüista.


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