La política es una ciencia que se supone fue creada para servirle al ser humano, sin distingos de ninguna índole. Por eso se habla de procurar siempre el bien común, y para lograr tal objetivo son necesarias las ideas concentradas en proyectos viables y bien articulados. También las agrupaciones partidistas con militantes y dirigentes que estén en capacidad de defender sus principios y de exponer sus bases programáticas. Esas toldas políticas tienen, necesariamente, que trabajar al lado de la ciudadanía a la que prometen servirle con abnegación. La solidaridad, los valores y sueños de producir cambios positivos deben presidir los actos de unos y otros, incluidos los factores de la sociedad civil, cada día más organizada en grupos de interés que se esmeran por alcanzar la realización de sus utopías.

La competencia para ganarse el favor de los ciudadanos es cada día más intensa, especialmente en los días actuales cuando los medios de comunicación tienen un peso significativo, al igual que las novedosas redes sociales que hacen posible una relación instantánea entre los dirigentes y la colectividad que se pretende liderar. Se ha dicho que hay movimientos que desarrollan propaganda antipolítica con la idea de desprestigiar las organizaciones con las que posteriormente compiten, porque suele ocurrir –esa es la tendencia predominante– que esos voceros se desparraman en denuestos contra los “políticos”, de golpe y porrazo, y aparecen trasmutados en los nuevos pioneros de una corriente virginal por la que no navegarán los vetustos partidos que critican.

Esa es una contradicción que pone al descubierto un doble juego que despierta dudas en la gente, que, como es lógico en toda sociedad democrática, observa el panorama y busca alternativas confiables para que la representen. Por eso es que se prefiere a aquellos que de una vez, sin simulaciones, se meten en la lucha política proclamando sus postulados, sin tener que fingir falsos escrúpulos por asumir roles como directivos de un partido. La antipolítica pareciera estar incubada en las propias estructuras de los partidos y circulando por las venas de sus directivos. No hay cosa que más desprestigie a un partido y le baje las acciones a un dirigente que las incoherencias con que suelen presentarse ante la ciudadanía, sin sonrojarse siquiera, por desdoblarse de un día para otro, desdiciéndose fríamente de sus propios dichos.

Con esto no queremos decir que sea inapropiado cambiar de opinión cuando es justificado hacerlo, tal como una vez lo dijera Teodoro Petkoff, calificando de estúpido al que no sea capaz de dar un giro en sus posiciones. Pero una cosa es cambiar de opinión una vez, y otra hacerlo reiteradamente, lo cual ya sería propio de tontos o de “vivos”, que ven solo sus intereses personales en la ruta que transitan. En el caso de Antonio y de quienes lo acompañamos en sus tesis políticas, siempre dijimos que lo que hay que hacer de cara a la idea de producir un cambio urgente, de raíz, que permita dejar atrás este caos económico y esta catástrofe humanitaria que nos conmueve, no es otra cosa que no sea cumplir totalmente el mandato que nos dio el pueblo el pasado 16 de julio. Recordemos que ese plebiscito fue legítimamente convocado por la Asamblea Nacional. También repetimos miles de veces que la “prostituyente”–así la calificó el diputado Henry Ramos Allup– era un adefesio jurídico de origen fraudulento, evento pecaminoso, cuya responsabilidad recaía en las rectoras del CNE, que fueron ratificadas por la constituyente esperpéntica.

Entonces pudiéramos decir “no es la abstención estúpido, es el fraude”. Es allí donde deben poner la mirada los que decidieron tomar ese atajo de participar en las elecciones regionales, decisión que respetamos y que no contrariamos llamando a la abstención, porque votar es un derecho que cada quien ejerce según su conciencia. Pero, así como sería recriminatorio no evitar que una persona se suicide, no podemos dejar de advertir que los mismos que fueron capaces de perpetrar el fraude más escandaloso en la historia política de Venezuela, deben estar guisando sus artimañas para repetir una dosis proporcional al nuevo desafío. Por último, es insólito que por unos votos cuestionados en una mesa de votación en el estado Amazonas, se mantenga en desacato a la Asamblea Nacional, mientras que la constituyente sigue rampante después de que los directivos de la propia empresa Smartmatic admitieran desde Londres que, por lo menos, más de 1 millón de votos eran chimbos en las cuentas ficticias del pasado 30 de julio.


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