Guernica, la pequeña aldea vasca de pescadores, fue elegida por la aviación alemana en complicidad con el franquismo para experimentar una nueva manera de hacer la guerra desde el aire y  determinar los efectos combinados de bombas explosivas e incendiarias en poblaciones civiles. La aldea fue arrasada por las bombas el 26 abril de 1937.  El horrendo bombardeo se realizó bajo las órdenes del general Franco. De sus 7.000 habitantes, 1.654 murieron y 889 resultaron heridos.

Aquella tranquila ciudad vasca se convirtió desde entonces y para siempre en un símbolo eterno de la atrocidad de la guerra.  Fue objeto de atención por parte del cine y Alain Resnais en 1950 realizó un memorable documental titulado Guernica, una de las exploraciones fílmicas más intensas y apasionadas que se han hecho en relación con la  obra pictórica de Pablo Picasso. Se consideró que con el ascenso de Francisco Franco al poder terminaba la guerra de España. ¡Pero no era verdad!

El 10 de septiembre de 198l, hace exactamente 36 años, en el aeropuerto de Barajas, en Madrid, la actividad se desarrollaba normalmente. Los aviones despegaban o aterrizaban a tiempo, los pasajeros facturaban sus equipajes y se desplazaban de un lado a otro con premura o apaciblemente. De pronto, se produjo algo inexplicable, no se trataba propiamente de un malestar sino más bien de una extraña sensación, una rara vibración en la atmósfera que causó desconcierto e incomodidad en la gente. ¡Algo estaba pasando! Pero nadie atinaba a descifrar la situación. En el momento solo hubo ese raro malestar, la sensación (dijo alguien que se encontraba en el aeropuerto) de que algo extraño y misterioso estaba sucediendo. ¡Después se supo!

Las medidas de seguridad fueron tan extremas que no se anunció la fecha ni la hora exacta de la llegada. ¡Simplemente, llegó! Llegó en un vuelo especial procedente de Nueva York. Bajó del avión en silencio y en alguna pista poco transitada del aeropuerto. Pero su presencia resultó tan poderosa que llenó con toda su energía los espacios físicos de Barajas y sacudió el alma de quienes allí se encontraban sin saber a ciencia cierta qué era lo que estaba ocurriendo.
Era veranillo, día para los españoles de san Nicolás de Tolentino. Ese día quedó grabado para siempre en la memoria de España y en la de todos nosotros.
Estaba regresando el último exiliado, ¡tal vez el mas célebre! El más admirado, el mayor símbolo de la humanidad agredida y humillada; el arte como constatación y denuncia de un crimen organizado y perpetrado con frialdad empresarial sobre una apacible aldea  de pescadores.
¡Estaba regresando a casa el Guernica de Pablo Picasso! 3,5 metros de alto por 7,8 metros de ancho. Estuvo custodiado en el Museo de Arte Moderno de Nueva York con la condición expresa del pintor malagueño de que el cuadro regresara a España cuando el país español ofreciera serias garantías democráticas. El país cumplió y el MOMA devolvió el cuadro cuya celebridad hizo que se convirtiera en simbólica expresión de la madurez alcanzada por el arte como reflexión política que, lejos de neutralizar u opacar al propio arte, lo encumbró aún más.

“Titularé Guernica la pintura mural en la que estoy trabajando”, dijo Picasso. “En todas mis últimas obras expreso claramente mi repulsión hacia la casta militar, que ha sumido a España en un océano de dolor y muerte”. La anécdota más conocida y celebrada en relación con esta obra culminante de Picasso refiere que cuando los nazis visitaron el taller del pintor y vieron el cuadro preguntaron cándidamente: “¿Eso lo hizo usted?”, y Picasso respondió: “¡No, lo hicieron ustedes!”.

Los expertos afirman que es la pintura que más apreciaciones simbólicas, hipótesis y conjeturas han suscitado las imágenes que en él aparecen: el toro, el caballo, la bombilla rota, la madre y el hijo muerto, la ausencia de color, la página de un periódico. Desde su llegada a Madrid hace 36 años bajo el silencio y la extraña e inexplicable sensación de que algo inusitado estaba ocurriendo en el aeropuerto de Barajas en un día como hoy, en aquel veranillo de 1981, el Guernica encontró finalmente su lugar en el Museo Reina Sofía, de Madrid.

¡Terminaba el exilio! ¡Terminaba también, definitivamente, la guerra de España!


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