¿Por qué extrañas razones un joven de la generación RCTV, brotado durante la década pasada de las aulas de la UCV, como Stalin González, insiste en mantener con vida y compartir espacios en la Venezuela de la nueva democracia con la devastadora generación de Hugo Chávez Frías y Nicolás Maduro, Diosdado Cabello y Freddy Bernal, Jorge Arreaza y Tareck el Aissami? Aun siendo uno de los líderes indiscutibles de los nuevos tiempos, ¿todavía Stalin González no comprende la brutal confrontación generacional en que ha derivado esta crisis orgánica y se niega a comprender que no habrá nueva Venezuela alguna sin extirpar de raíz a los responsables nacionales e internacionales de esta tragedia y sin voltear la página de nuestra vida política echando al basurero de la historia no solo a la cuarta república en pleno sino y sobre todo a sus más conspicuos exponentes que aún entorpecen nuestra liberación?

Sin duda, protagonista demasiado cercano a los hechos de esta debacle de dimensiones homéricas, no está capacitado para sacar la cabeza de lo inmediato y asomarse al desolador panorama que lo rodea. Comparte con muchos de sus compañeros de partido, de alianzas y Asamblea la trágica circunstancia de tener uno de sus hemisferios cerebrales anclado en los pantanales de la vieja y ya periclitada democracia y una de las mitades de su corazón extraviado en los ensueños perdidos de esa larga noche de verano que nos escenificaran Rómulo Betancourt y los sobrevivientes de la Generación del 28. Es, en cierto sentido, un náufrago del pasado que ya pone pie en las playas del futuro. Y aún vacila ante los vertiginosos nuevos tiempos. Simbólicamente inaugurados a todo tren este Día de la Juventud, el pasado 12 de febrero. Y juramentados el 23 de enero, con la impronta del respaldo de la líder más destacada del pospuntofijismo, María Corina Machado, al aún por entonces desconocido presidente interino Juan Guaidó.

Es lo que algunos de nosotros, mayores, siempre críticos y equilibrándonos en la cuerda floja de la difícil comprensión de la circunstancia, debiéramos tener perfectamente claro, y que los sobrevivientes de ese irresponsable y caduco liderazgo que permitió esta tragedia se niega porfiadamente a comprender para terminar por hacer mutis: todo aquel nacido más allá de los cincuenta del siglo pasado debe apartarse definitivamente del protagonismo histórico para abrirles paso a las generaciones posteriores. De allí la impronta indeleble de los venezolanos que están marcando el ritmo de los tiempos: Leopoldo López (47), Julio Borges (49), María Corina Machado (51), al frente; Juan Guaidó (35), Freddy Guevara (32), David Smolansky (33), más atrás. Apenas sobrepasan los 30 años y todavía se agazapan debajo de los cincuenta. El presidente interino apenas cuenta con 35 años. Más allá, las nieblas del pasado. No es algo inédito en la historia de Venezuela: cuando Rómulo Betancourt lideró la llamada “revolución de Octubre”, en 1945, no tenía más 37 años. Rafael Caldera, 29. Bolívar no llegaba a los 30 y ya encabezaba la reconquista de América.

Pero entendámonos: no se trata de un juicio valorativo. Más sabe el diablo por viejo que por diablo. Y la relación de edad entre los líderes de las transiciones suele ser variable. Cuando Adenauer asume el mando de la Alemania que sale del nazismo y la derrota de la Segunda Guerra Mundial, cuenta con 69 años. Willy Brandt con 32. Al inicio de la ejemplar transición chilena, en 1990, Patricio Aylwin tenía 73, Pinochet 65, Ricardo Lagos, 54 años. Eran dos generaciones al asalto del futuro. De allí que estuviera signada más bien por la madurez de sus protagonistas. La transición española, en cambio, combinó sabiamente madurez y juventud: a la muerte de Franco, tras cuarenta años de tiranía, Santiago Carrillo tenía 60 años; Adolfo Suarez, 43; el rey Juan Carlos, 37; Alfonso Guerra, 35; Felipe González, 33. Posiblemente el político venezolano más sabio, de pensamiento más juvenil y renovador, incluso revolucionario del patio, en estos prolegómenos de nuestra segunda transición, tiene 86 años: Enrique Aristeguieta Gramcko. Siendo el único sobreviviente de la Junta Patriótica que abrió la senda a la anterior transición. Diego Arria, la más alta conciencia diplomática de Venezuela, comienza su década de los 80. El mejor exponente del socialcristianismo liberal, Oswaldo Álvarez Paz, acaba de cumplir 76. Antonio Ledezma, a quien muchos consideramos por su experiencia, temple, sabiduría y nobleza como el presidente perfecto de la futura transición, cumplirá en mayo próximo 64 años. Andrés Velásquez, que en buena lid debió haber sido el presidente de Venezuela, lugar que le fuera escamoteado por una conspiración de dos ancianos que nos empujaran al abismo –Caldera y Alfaro Ucero– y que muy posiblemente nos hubiera ahorrado esta siniestra deriva totalitaria, tiene 63. Pero solo un ciego puede escapar a la verdad generacional: el presente y el futuro de Venezuela, como quedara sellado este 12 de febrero, está pasando a manos de quienes apenas se empinan por sobre los treinta años de edad. Es la generación a la que pertenece Stalin González, que cumplirá 39. Como me lo reafirmara mi amigo Marcel Granier: nuestra primera obligación es abrirles las puertas.

Es el sello del tiempo, el implacable. No es por azar que los partidos que continúan secuestrados por sus vejestorios –AD y UNT– no tengan mucho que aportarle al futuro. Ramos Allup cumplirá 76 años. Y es un quid pro quo que Stalin González diga lo que dice y afirme lo que afirma por guardarle el puesto a Manuel Rosales, que este año cumple 67 años. Para el periodismo de sucesos, un anciano. Como el septuagenario Omar Barboza, que ya se empina a los 75. Es de alabarles que sigan en la lucha sin desbarrancarse a cada paso, como Eduardo Fernández, que ya cumplió los 78, diez por encima de su compañero de trastadas, Claudio Fermín, de quien los dioses se apiaden por su insólito extravío, que tiene 68. A juzgar por sus estropicios, no es la vejez un seguro de infalibilidad. Nada sería más gratificante que ver a los partidos tradicionales con sus militancias en pugna por elegir democráticamente a sus nuevas dirigencias, tras veinte años de parálisis.

No me refiero al tiempo de los devastadores, que ya acabó. Lo que me lleva a rechazar de plano la disposición del diputado Stalin González a invitar a los depredadores, narcotraficantes y asesinos del régimen, y a sus aliados internacionales que le han caído como chacales a nuestras descalabradas fuentes de riqueza, como Rusia y China, amén de Cuba, principal responsable de esta tragedia, a montarse en el carro de la transición: lo dijo textualmente en una sorprendente entrevista al periódico El País, de España: “Es importante ofrecer estabilidad y garantías a los chavistas. Rusia y China pueden jugar un papel en la Venezuela que viene. China tiene inversiones en toda América Latina. Rusia puede ayudarnos a recuperar nuestra industria petrolera. Hasta con los cubanos podemos convenir cosas y ofrecerles una normalización de relaciones”. ¿Vivimos en países distintos?

En cuanto a la desquiciada, absurda e insólita afirmación, espero que inconsulta y producto exclusivo de su caletre, hecha ante el Parlamento romano por el diputado del partido Voluntad Popular, liderado por Leopoldo López, Francisco Sucre, enviado especial del diputado Juan Guaidó, según el cual Nicolás Maduro podría presentarse a las primeras elecciones presidenciales de la futura democracia venezolana, solo cabe responderle con las palabras del líder de ABP, miembro de la Alianza Soy Venezuela y figura política la más destacada del exilio venezolano, Antonio Ledezma: “Maduro está inhabilitado y correrá la misma suerte que Lula da Silva”.

Que el tiempo corrobore sus palabras. Antes que compitiendo con Leopoldo López o María Corina Machado, preferiría verlo en una celda de máxima seguridad.


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