Febrero de 2019. Han pasado veinte años en nuestras vidas. ¿Qué nos han dejado? La mejor referencia del discurrir inexorable del tiempo con la constatación del crecimiento de nuestros pequeños. Los míos, varón y niña de solo 8 y 3 años para 1999, son hoy un hombre y una mujer de 28 y 23 años, respectivamente.

Cada 15 años, aproximadamente, se van sucediendo las generaciones. Cada una va poniendo sus rostros, y contando su historia. Son muchos los dolores acumulados entre 1999 y 2019. Muchas las violaciones del derecho humano de ser libre. Al derecho de crecer en un país donde la dignidad humana de poder expresar nuestras ideas no nos conllevase a perder el trabajo, sufrir represión, encarcelamiento, o hasta llegar, como de hecho nos llegó en Venezuela, el extremo de ser encarcelado, torturado, exiliado, y hasta asesinado.

Por aquel diciembre de 1999, un adolescente de 15 años resistía el embate de la indómita naturaleza. Era el término del primer año de esta larga desgracia castrochavista, cuando el deslave de Vargas se presentó en medio de las votaciones para aprobar la nueva Constitución. En aquellos momentos, en medio de una crisis humanitaria de grandes proporciones, el ministro de la Defensa general de división Raúl Salazar pidió ayuda humanitaria a Estados Unidos de América. Ya en camino, dicha ayuda fue devuelta por criminal orden del difunto innombrable. Ya entonces, más que bajo la influencia del castrismo, bajo su mando, esa ayuda humanitaria para niños, mujeres, ancianos varguenses nunca llegó.

Juan Guaidó fue uno de aquellos adolescentes que vivió la tragedia de Vargas en diciembre de 1999. Sin advertirlo, ya para entonces, con el nacimiento de la nueva Constitución, y en su artículo 5 que reza: “La soberanía reside intransferiblemente en el pueblo, quien la ejerce directamente en la forma prevista en esta Constitución y en la ley…” enfrentábamos su primera violación desde el propio nacimiento. Desde entonces se inició la sumisión y entrega de nuestra soberanía al castrismo. La ayuda humanitaria de los Estados Unidos, que debió llegar para auxiliar a nuestro pueblo aquel diciembre de 1999, se le impidió llegar por orden de la tiranía castrista que ya asomaba su intención.

Con Juan Guaidó, providencialmente, Vargas trae de regreso a la escena de este teatro de operaciones que llamamos vida una nueva solicitud de ayuda humanitaria a Estados Unidos. Hoy, por orden de aquel que fuera el adolescente en 1999, y es ahora nuestro sobreviviente joven presidente constitucional encargado, ¡la ayuda humanitaria sí llegará!

¿Podría ahora el castrismo impedir nuevamente que llegue la ayuda humanitaria a Venezuela? No, esta vez no le será posible. Dos razones claras y contundentes se lo impedirán. Una es que al gobierno de Venezuela llegó un verdadero patriota que respeta a nuestro pueblo y a nuestra Constitución: el presidente Juan Guaidó. La otra es que llegó el tiempo de hacer importantes cambios en la región, como ya han comenzado a ocurrir, mediante una alianza estratégica con la administración del presidente Donald Trump. Cuba, por ejemplo, acostumbrada a posiciones dubitativas de administraciones anteriores con respecto a qué hacer con sus intromisiones e intervenciones en América Latina, más le valdría entender que junto a la ayuda humanitaria, ya en camino, llegan los aires de libertad, no solamente para Venezuela, sino para nuestras naciones hermanas de Nicaragua y la propia Cuba. También deberían entender, y que no les quepa la menor duda por todo lo acontecido en estos últimos veinte años de intervención y saqueo del castrismo en Venezuela, un proceso indetenible de cambios hacia todos los rincones de nuestra América Latina.

A través del nacimiento de una nueva alianza internacional por la libertad con Estados Unidos, adelantaremos una fuerte estrategia de cooperación con el resto de nuestros países hermanos de América Latina; y habremos de construir nuevos caminos de progreso, para dar soluciones prácticas a nuestros problemas económicos y sociales. Las reformas políticas y legislativas se harán para que se siga un proceso de avance modernizador integral, sin precedentes.

Desde la óptica de todo el aprendizaje de estos dolorosos veinte años, de una vida política inesperada y de lucha venezolana, la agenda de la libertad será el pan nuestro de cada día de miles de nuevos dirigentes venezolanos, para producir cambios significativos y definitivos en toda nuestra América; para que nunca más permitamos una involución de esta y de ninguna naturaleza.

Así como de aquellas aguas torrenciales de 1999 se produjeron las fuerzas destructivas del deslave de Vargas; así como de estos largos y oprobiosos veinte años se aplastaron centenares de miles de amadas vidas y sueños de millones de nuestros ciudadanos; así estos años nos enseñaron también que todos somos supervivientes, como lo es Juan Guaidó. Hoy existe en nuestro corazón el fuego insofocable de la esperanza. Hoy queremos lograr esas cosas sencillas, pero esenciales y anheladas, como sentarnos nuevamente en familia alrededor de una mesa de paz, plena de luz, de alimentos nutritivos para el cuerpo y el espíritu.

Desde ese fuego, cuya flama permanecerá imperecederamente encendida en nuestra memoria por los caídos, en esta heroica lucha por la libertad, debemos prometernos para permanecer unidos. En solidaridad de reconocernos sobrevivientes todos: frente al asedio, la cárcel, el destierro, la pérdida de familiares y entrañables amigos a causa de la represión asesina; y vamos todos por amor a ese futuro de renacimiento de la dignidad de nuestra amada nación venezolana y de nuestros países hermanos.

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