Yo no sé usted, pero yo no consigo explicar lo que sucedió el 30 de abril en los términos que han trascendido a la opinión pública: alzamiento militar, fase final de la Operación Libertad o desencuentro de algunos funcionarios del gobierno de Nicolás Maduro que al final no quisieron hacer lo que habían prometido.

No, así no. Ese análisis me lleva siempre a un callejón sin salida del que me es muy difícil salir porque huele a fracaso, a que algo no salió bien, chucuto, y que luego lo intentaron parapetear para que se convirtiera en algo que no fue.

Es simple: no se podía pretender tomar el poder si eso no era lo que estaba planificado, si lo que esperabas era otra cosa.

Lo del martes pasado tuvo una razón de peso: sacar de su encierro a Leopoldo López. Fue lo primordial. Lo otro era accesorio y estaba condicionado a si la gente se mueve, si otros militares se alzan o si gente cercana a Maduro lo traicionaba. Cumplido el trámite, con Leopoldo en la calle, lo demás perdió fuelle y se diluyó de tal forma durante la jornada que ni siquiera el Primero de Mayo lo pudieron levantar. Ese día las concentraciones no tuvieron trascendencia y fue la represión desproporcionada de un gobierno que se siente caído y que solo se mantiene por las armas la que se convirtió en protagonista.

Los cuatro muertos en apenas dos días dieron cuenta aún más del talante de un régimen represor, que no juega carrito, al que no podemos enfrentar desnudos y como carne de cañón, y que en las próximas semanas subirá el volumen porque ya no le queda otra cosa que hacer.

Ante esa situación, ¿liberar a Leopoldo era lo adecuado? Yo creo que sí, y esa fue la jugada política que ejecutó Voluntad Popular. Otra cosa es que lo haya hecho de manera apresurada, sin consultar a otros factores de la oposición y sin tener todo bien amarrado, como ya vimos en febrero con lo de la ayuda humanitaria. ¿Se acuerdan de que nos decían que todo estaba listo, que sí o sí entraba por la frontera y al final todo se cayó? Esto fue lo mismo: se apuran, ceden a presiones, piensan que todo se va a concatenar de manera mágica y luego se encuentran con que tienen menos apoyos de los que creen.

¿Por qué lo hicieron? Porque Juan Guaidó se agota, el tiempo conspira en su contra, su discurso se repite y se le hace difícil mantener la esperanza de la gente por mucho más. Si bien las encuestas lo avalan, las fisuras y las voces disonantes ya no son pocas. Hay quien incluso dice que en algunas cosas no acató la línea partidista y actuó un poco por la libre. En la tolda naranja el que manda es Leopoldo y no está dispuesto a que le soplen el bistec. Es el fundador, líder fundamental y sus seguidores lo alientan a ser el futuro presidente de la República, y eso se tiene que respetar.

¿Qué es lo que viene ahora? Leopoldo debe salir de ese encierro temporal en la residencia del embajador de España en Caracas. Y como el gobierno de Maduro no va a dar el salvoconducto para que se vaya, posiblemente veamos un intento de escape similar al protagonizado por Antonio Ledezma, que le dé la libertad y le permita moverse a sus anchas en el concierto internacional. ¿Se lo imaginan en la OEA con el secretario general de la organización, Luis Almagro, o entrevistándose con Donald Trump o en las reuniones del Grupo de Lima?

Estamos en el umbral de un nuevo capítulo de la historia política venezolana. A Guaidó se le acabó su ciclo, ahora le toca a Leopoldo.


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