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A Diego Arria

Me aflige una doble incomprensión: si no existe duda alguna de que el facineroso que está al frente de este fracasado Estado mafioso es un sátrapa capaz de los actos más criminales, inhumanos y perversos para someter, subyugar y aniquilar al pueblo venezolano –hambreado, aplastado, inerme y carente de todo respaldo de fuerza– y si seguro de su omnipotencia no vacila en cometer estos crímenes de lesa humanidad a vista y paciencia de todas las autoridades, todos los gobiernos y todos los pueblos del mundo, ¿qué razón de Estado conduce a los democráticos gobiernos de nuestra región a rechazar y oponerse a la lógica y oportuna propuesta de Estados Unidos de intervenir con sus fuerzas armadas en cumplimiento de la resolución de la Asamblea General de las Naciones Unidas de septiembre de 2005 invocando la responsabilidad del máximo organismo para la protección de los pueblos sometidos al genocidio practicado con premeditación y alevosía contra sus ciudadanos, pueblos y etnias? Se aplicó exitosamente en Bosnia ante el aplauso universal. Y dio los resultados requeridos: se detuvo el genocidio y se castigó a los genocidas. ¿Por qué en Bosnia sí y en Venezuela no?

No es la primera ni será la última vez que los gobiernos de la región procedan con pusilanimidad y cobardía ante los desafueros de sus tiranos. Aprisionados por sus ancestrales prejuicios y envidias contra la única y verdadera democracia de la región, la de Estados Unidos de Norte América. Acomplejados por un antiimperialismo añejo, irracional y estúpido, heredado desde tiempos ancestrales y perversamente reciclados por la demagogia de los genocidas. A la cabeza de los cuales, desde 1959, el caudillo, dictador y tirano Fidel Castro. Padre de la criatura que hoy ofende a las conciencias del mundo ordenando asesinar a un pueblo inerme.

Puede que ni Sebastián Piñera ni Mauricio Macri ni Iván Duque ni Jair Bolsonaro, cuatro mandatarios de incuestionable ejecutoria y moralidad política, sepan que al negarse a la aplicación de la Resolución de Naciones Unidas que faculta a hacer uso de la Responsabilidad de Proteger mediante la intervención de fuerzas militares extranjeras en un país sometido a los actos genocidas de su gobierno tiránico y mafioso,  se están sometiendo consciente o inconscientemente al chantaje y las amenazas de los eventuales gestores de un genocidio contra sus propios pueblos: fuerzas y organizaciones políticas obedientes al castrocomunismo cubano, que un atrabiliario y suicida hábito de convivencia democrática con sus peores enemigos permite que hagan vida política con el pleno respaldo de sus gobiernos. ¿O alguno de ellos cree de buena fe que de volver al poder el PT en Brasil, el peronismo en Argentina, las FARC y el ELN en Colombia y el Partido Comunista, el Socialista, el MIR y el Frente Amplio en Chile dudarían en provocar una crisis de excepción y generar las condiciones para poner en marcha un genocidio como el venezolano en sus respectivos países? ¿Creen sus mandatarios sinceramente estar vacunados contra la peor peste echada a andar en América Latina el 1° de enero de 1959, cuando el comandante guerrillero Fidel Castro y sus tropas mercenarias asaltaron el poder en Cuba? ¿Estos sesenta años perdidos por causa del castrocomunismo en nuestra región no han sido suficientes como para enseñar la lección de que quien a hierro mata no puede morir a sombrerazos, como dijese en frase memorable el más excelso, corajudo y talentoso de los políticos democráticos de la región, el venezolano Rómulo Betancourt, su memoria vilmente traicionada con esta pacata, pusilánime y cobarde resolución del llamado Grupo de Lima? ¿Hasta cuándo este largo viaje hacia la noche de las impotentes democracias latinoamericanas?

La resurrección del Tirano Banderas me obliga a recordar dos afirmaciones inolvidables de uno de los más sabios judíos de todos los tiempos, Albert Einstein: no se puede salir de una crisis cometiendo una y mil veces los mismos errores. Eso es una locura. Y la que aplica sin hiatos a los miembros del Grupo de Lima: la estupidez de los hombres es tan infinita como el universo.


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