El Festival de Cine Español, en su edición número 22, ha estrenado la nueva película del director iraní Asghar Farhadi, flamante ganador de dos premios de la Academia. El realizador ha sido censurado en su país, como tantos compatriotas, y por tal motivo ha iniciado una digna carrera como autor de la diáspora, reconociéndose en lugares y paisajes del extranjero.

En Venezuela pudimos ver su trabajo más conocido y laureado, Una separación, filme sobre el traumático proceso de divorcio de una pareja que se fractura por problemas de comunicación.

El rompimiento de la historia expresaba el de una realidad polarizada y asfixiada por la burocracia, mediante un lenguaje tributario de las tragedias rumanas del último siglo. A su vez, el largometraje seguía la tradición disidente de una república fundamentalista, cuyas autoridades encarcelan y apresan a los creadores de la resistencia. Por tanto, la obra de Farhadi adquiere relieve y dignidad al gestarse en condiciones de completa adversidad. Fue así como labró su fama y su gloria en los principales certámenes del mundo.

Todos lo saben, reciente pieza del demiurgo, tuvo la oportunidad de inaugurar la competencia de Cannes en el año 2018, dividiendo a la crítica. Al centrarse en un pueblo de la madre patria, los especialistas ibéricos consumieron el producto con un ánimo de reticencia y prejuicio.

El consenso objetó la ranciedad de la trama, extendida en los minutos y las tensiones de ceño fruncido. La minoría elogió la forma y el contenido del mensaje latente del guion, señalando un vínculo con el contexto de una república escindida.

Las heridas de la guerra civil, del franquisimo y de la aparente reconciliación democrática no cerraron del todo bien, potenciando el desarrollo de una importante cantidad de relatos que ilustran el conflicto medular de la nación de habla hispana.

La actualidad recoge la impronta del choque de Ciudadanos con Podemos, del desencuentro de separatistas y constitucionalistas, de madridistas y catalanes, de populistas de izquierda y derecha. Es obvio el parentesco con la situación de nuestro mapa agrietado, salvando las distancias.   

En tal sentido, las propuestas del Festival de Cine Español ofrecen un menú de lecturas que interpretan el tema de la fisura. En El autor y la librería, los protagonistas enfrentan la dificultad de surgir, como defensores de la narrativa y de la literatura, en un entorno cargado de hostilidad, banalidad y conservadurismo. Lo mismo plantea Handia en su reconstrucción de una época marcada por distancias abismales entre castas y seres.

Perfectos desconocidos refrenda su título en la disección del clima tóxico que enmarca una cena de amigos que no se toleran en el fondo, ocultándose secretos y mentiras al amparo de la telefonía móvil, de modo que han perdido la conexión y el afecto.

Finalmente, Todos lo saben cuenta la crónica de un secuestro perpetrado en el seno de una familia que se derrumba a consecuencia de un pésimo manejo de una crisis.

Farhadi vuelve a lucirse en la confección de un irrespirable ambiente de thriller de costumbres que sacude al espectador por su ritmo de montaje, aunado con una soberbia caracterización naturalista del elenco de histriones.

Disiento de la ola de refutadores de la película que la encuentran pasada de rosca y de plot twists. Coincido en que merece una segunda edición, para prescindir de situaciones y diálogos redundantes. También comparto mi desacuerdo con la resolución apresurada en plan de mea culpa del paternalismo clásico. Sin embargo, las acciones de arranque conservan la franqueza y la dureza que hace de Farhadi un artista influyente del siglo XXI. Javier Bardem, Penélope Cruz y Ricardo Darín tejen un singular melodrama de suspenso que conmueve y siembra interrogantes en la audiencia.

Posiblemente, el valor de Farhadi radica en preservar el estilo de una modernidad que todavía confía en el poder de la puesta en escena, por encima del espectáculo reinante.


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