Cualquiera que sea el valor de los poemas homéricos en el antiguo pensamiento político griego, herencia nuestra, el problema no se plantea con los dos poemas auténticos de Hesíodo: Los Ttrabajos y los días y Teogonía, los cuales no son, por supuesto, literatura política (como tampoco la Ilíada ni la Odisea), pero, al menos el primero, contiene el testimonio escrito más antiguo de la aplicación consciente de la reflexión humana a los problemas de la vida en colectividad, en común. Presentaba su pensamiento en forma de preceptos y mitos; y puede notarse un diseño rudimentario de moral y por lo tanto de filosofía política.

Cuando en Teogonía él dice, por ejemplo, que Zeus se unió a Temis y procreó a Eunomía, Diké y Eirené, se nota inmediatamente que funda la sociedad humana según los principios de orden, derecho y paz. Para ilustrar la diferencia entre el reino de la fuerza y el del derecho, cuenta la fábula del ruiseñor y el halcón; cuando Trasímaco, 300 años más tarde, define la justicia como la norma, la regla, del más fuerte, repite lo que el halcón le dijo al ruiseñor: “Loco aquel que intenta resistir al poderoso”. Es contra esta doctrina y sus consecuencias que protesta Hesíodo. Pensaba que en la sociedad había mucha violencia, corrupción y perjurio, necesitándose jueces y jefes con virtudes reales de los príncipes de los tiempos heroicos, para lo cual utilizaba mucho la palabra “polis” de manera tal que sugería unidad política.

No dijo nada sobre los problemas del gobierno, pero formuló el principio sobre el cual debe fundarse el gobierno: principio familiar ahora, esto es, Diké, derecho, el cual personificó, deificó e ilustró, como era propio de un poeta; para él, derecho implicaba la distinción de la sociedad humana de los animales. El derecho, la justicia como oposición al “desarreglo”, la violencia, a “hacerse justicia por sí mismo”, que fue como Hesíodo vio la verdadera negación de justicia.

En verdad, decía, que hombres muy poderosos pueden concertarse y tener una conducta contraria a la justicia, pero, tarde o temprano, caen, fracasan, ya que los dioses los observan y los castigan. Y en palabras proféticas Aristófanes, en Las nubes, cuando argumentan el justo y el injusto dice: “Será un día sombrío para el justo si el injusto adquiere, logra revestirse de derecho (Diké). La justicia es un don cierto para una ciudad; sin ella no puede haber prosperidad”.

Los siglos VII y VI antes de Cristo se caracterizan por grandes cambios políticos y sociales en casi todos los Estados; por eso, la necesidad hizo surgir el pensamiento político. Se sentía por todas partes el requerimiento de “orden” (Eunomía). Pero muchos estaban convencidos de que la manera más rápida de conseguir el “orden” era mediante el “método fuerte”, por lo cual muchos Estados griegos fueron gobernados por un “dictador” o “tirano” (Tirannos), aunque no se le consideraba “justa” por la violencia que la caracterizaba, ni tampoco era un principio político. Fue un expediente temporal.

Los griegos sabían muy bien que si la tiranía podía tener éxito en garantizar la obediencia reprimiendo, ella era anormal (anomía) la antítesis de normal, armonía (eunomía), condición de respeto por las normas (nomoi) y a la vez de la ley y el orden. No era necesario un “brazo fuerte”, solo hombres sabios, virtuosos, que puedan actuar como legisladores y redactar constituciones.

Entre los dos escritores que hicieron del “orden” el tema de sus versos, hay dos que conocemos poco: Tyrteo y Solón. Tyrteo era un poeta elegíaco que animaba a los espartanos contra los enemigos. Hay fragmentos que subsisten de Eunomía de Tyrteo, donde hay dos pasajes de interés político. En el primero solicita al Oráculo de Delfos la aprobación de la Constitución de Esparta, la cual estipulaba un rey, un cuerpo de ancianos y las gentes del pueblo cuyo deber era obedecer los decretos legales de sus superiores. Se buscaba entonces mantener el “orden” mediante un sistema que combinaba realeza y aristocracia con una asamblea poco numerosa de ciudadanos.

De una generación más joven que Tyrteo, el ateniense Solón era poeta y legislador. La codificación y publicación de las leyes existentes por Dracón había logrado un paso importante en la búsqueda de Eunomía. Pero fue a Solón, y no a Dracón, a quien los atenienses consideraban como el fundador de las libertades. Tiene así un lugar en el pensamiento político. Dos siglos después de la muerte de Solón, Aristóteles escribió acerca de la reforma de Solón que más favoreció al pueblo, es decir, la prohibición de préstamos que arriesgasen la seguridad del individuo. El derecho de apelación ante una corte integrada por el pueblo. El derecho de enjuiciar en aras del interés común.

Como poeta y moralista se apoya en Hesíodo y retoma la idea de justicia divina que vincula con Eunomía. El orden no se puede mantener si cada uno no admite que el camino recto es la justicia y no el desorden, que era el castigo y enemigo a vencer, argumentaba para convencer a ricos y pobres; que el desorden implicaba revuelta y sometimiento; para Solón, libertad significaba liberación de la sumisión a un tirano, liberación de las deudas, o de la sumisión a la clase que poseía las tierras.

En síntesis, los griegos de la antigüedad, presocráticos, detestaban el autoritarismo, las tiranías, por ser fuentes de odio, puesto que al practicar la discriminación, la exclusión, el sometimiento, la intolerancia, los tratos inhumanos, violencia, despertaba sentimientos en el ser humano de rechazo y cuestionamiento de los que detentaban el poder tiránico, esto es, el odio brotaba como una reacción natural ante las injusticias, por eso, defendían la convivencia, el orden, el respeto de las normas que regían la organización de la vida en común. Luchaban por la libertad a toda costa, y por el orden, buscando un sistema político que lo garantizase, lo cual era a su vez el fundamento de la justicia, de lo que hoy se denomina como “Estado de Derecho”. Desde allá viene esta expresión tan importante para la libertad, la justicia y la paz (Eirené), cimientos de la organización de la vida en común, al contrario de la virulencia, arrebatos, irrespeto de las leyes y normas, injusticias, corrupción, que caracterizan al gobierno de Maduro, fuentes incuestionables de la crispación de los ánimos y manantial del odio que impregna las relaciones político-sociales en la sociedad venezolana.

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