Platón sugiere que Protágoras habría ampliado como sigue esta declaración en lo que se refiere al Estado: “Cualquiera que sean las cosas que aparezcan a cada ciudad como justas y buenas, ellas permanecen justas y buenas para la ciudad durante el tiempo que esta conserve esta opinión”: Lo que luego se desarrolla de esta manera: “En lo que concierne a la ‘polis’, cada ciudad, después de haber determinado lo que es bueno o malo, justo o injusto, establece, de acuerdo con sus concepciones, lo que es legal para ella misma y es válido en verdad para cada uno y no puede decirse, en tal materia, que una persona o una ciudad sea más sabia que otra”. Las opiniones, realmente, pueden ser distintas acerca de lo que conviene a una ciudad, pero en materia de moral, de política, la “polis” en sí misma es la autoridad y es en consenso de las opiniones (to koine: en común, en interés público; doxa: opinión, idea, manera de ver) que debe encontrase el modelo: esta expresión significa “lo que se decidió en común” y no la “voluntad general” ni lo que Rousseau llamaba la “voluntad de todos”.

Se nota la idea de consulta, lograr consenso, proceder democráticamente, lo cual supone libertad. Esto también significa que hay distintas morales y opiniones políticas como ciudades o Estados. Protágoras no exige universalidad de las leyes y menos aun un origen divino. Las leyes de una ciudad son las descubiertas por los buenos legisladores (y no los dioses). De modo que Protágoras desmitifica las leyes. Un hombre debe lograr lo que es justo y legal, esto es, lo que es justo para el y en su época, y el lugar donde se encuentre (concepto de relatividad). Tal parece ser, en mi modesta opinión, la expresión de Protágoras: “El hombre es la medida de todas las cosas”, “homo mensura”, en tanto que doctrina política. Pero, digamos, esto es una interpretación de la interpretación de Platón mediante la referencia al diálogo “Protágoras” de Platón, quien suministra un recuento más completo en otro diálogo: “Teeteto”.

Pienso que esta exposición magistral de Platón de parte del pensamiento político de Protágoras, quien lo expuso en el siglo V antes de Cristo, hace 2.500 años, diseña la más importante herencia de la antigua Grecia en la teoría política moderna, en la forma como se organizan los ciudadanos, las ciudades, los Estados para convivir. Siempre buscó responder la pregunta: ¿Cómo pueden los hombres vivir juntos de la mejor manera posible? Y trató de determinar cómo pudieron haberlo hecho al comienzo, para lo cual utilizó un mito, mitad tradicional, mitad inventado.

A la luz de lo anterior, de esta herencia política que yace en toda organización política de los Estados democráticos occidentales, puede decirse que la actual asamblea nacional constituyente venezolana es una aberración política, puesto que pretende aprobar una nueva constitución para instrumentar un nuevo modelo de Estado, comunal, comunista, desechando el democrático, sin consultar al todo poblacional, sin el consenso indispensable para decidir cómo queremos vivir juntos los venezolanos, cómo debemos organizar la nación venezolana. Es tan aberrante este proceder que la misma asamblea nacional constituyente representa tan solo una minoría, una parcialidad de las opiniones políticas del conjunto nacional, al cual se le pretende imponer la visión política de esa minoría, lo cual es, además de antidemocrático, el germen de la inestabilidad política, de la intranquilidad social que cundirá por todos los senderos, parajes, pueblos, ciudades de Venezuela, mejor dicho, al contrario de la ansiada paz. Esa minoría representada en la pretendida asamblea nacional constituyente sería la que con sus procederes auspicia así la violencia.

Al ya terminar de escribir esta contribución semanal, se anuncia que hubo progreso en el diálogo reiniciado en Santo Domingo entre representantes de la dictadura y de la MUD, que solo puede hablar por una minoría, la de una “oposición” acomodaticia, cómplice, de esta acción devastadora del chavismo, siendo marginada la oposición auténtica, la que cree en un cambio político perentorio para comenzar a superar las calamidades nacionales. En todo caso, es evidente que la dictadura busca imponer su agenda antinacional, su hegemonía destructora, por lo cual se me ocurre que la salida democrática, como una conclusión del diálogo fraudulento, para “cortar por lo sano” políticamente, es realizar un referéndum acerca del modelo de organización del Estado. Se le preguntaría a los electores si desean un Estado democrático o uno comunal, comunista. El pueblo es el que debe decidir y no construir “burladeros” para evadir la consulta popular, la del soberano, como hizo Maduro “convocando” la espuria ANC. Lo que el pueblo decida es el rumbo a tomar, y brotaría una gran tranquilidad, la paz.


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