Al chavismo hay que reconocerle su capacidad para anular, eliminar, suprimir, abolir, prohibir, destruir, confiscar y estatizar lo que, a su irrisorio saber y exiguo entender, no cuadre con un modelo definido por dogmáticas concepciones políticas, económicas y sociales exhumadas del cementerio de las ideologías. Contagiado del síndrome de ángel exterminador por un ladino y calculador Fidel, el barbarazo de Sabaneta arrasó con todo, se comió el queso que había en la mesa y acabó también con las inhumanas (¿¡!?) corridas de toros.

¿A santo de qué –se preguntará quien dispense tiempo y atención a este desahogo dominical– sale a relucir aquí y precisamente ahora la fiesta brava? A santo de que al comandante le enculillaba ser rechiflado, como fueron los presidentes que, sin temor al ridículo, se apersonaban en los ruedos de Caracas, Valencia, Maracay, Mérida o San Cristóbal, más para ver a los adulantes de sombra y dejarse ver por la muchedumbre de sol, que para disfrutar de la lidia, en la que probablemente eran poco versados y por eso se hacían acompañar de un entendido que les indicase cuándo y por qué gritar ¡olé! El recelo del vengador de las tres raíces le supo a gloria a la Sociedad Protectora de Animales que pulsó su tecla hispanofóbica –el toreo es un atavismo colonial–, a fin de excluir las corridas de los festejos populares. ¡El hombre nuevo debe amar a los animales! Como san Francisco de Asís. O Nicolás, que de santo, ¡nada!, pero pía, gorjea, gruñe, ruge, relincha, cacarea y, sobre todo, rebuzna con ellos en consejo de ministros.

La cuestión es que el hombre nuevo envejeció de hambre y el porvenir se le convirtió en una carga demasiado pesada para llevarla a cuestas con el estómago vacío. No quedó otra que volver al pasado… ¡y al circo! De modo que hoy, previo permiso de la autoridad de turno y si el tiempo no lo impide, culminarán los simulacros de guerra, que comenzaron ayer, a cargo de la gran compañía castrense y circense del general Padrino. Los rusos, que hicieron del Circo de Moscú embajada itinerante para mostrar su escenográfico y olímpico virtuosismo y, de paso, husmear en los asuntos internos de los países visitados, no podían fallar a una cita como la pautada para este domingo. Solo que no concurrirán con sus acróbatas, payasos, simios motociclistas y enanos gigantes; no, su performance se reducirá a la exhibición de un armamento de dudosa eficacia disuasoria, a objeto de que el zarcillo Nicolás –¿torero de salón o émulo de Kim Jong-un?– se llene la boca afirmando, lleno de infantil contento, que «Venezuela ha construido una fortaleza militar junto a Rusia en vista de la amenaza imperialista». ¿Cuánto nos estará costando el opaco contubernio con el voraz oso eslavo? Esta y otras preguntas suscitadas por el jolgorio rojo y verde oliva quedarán en el aire, como han quedado, Conatel mediante, las provocadas por las revelaciones de Luisa Ortega.

El 27 de agosto no es una fecha cualquiera; no para un país petrolero, porque tal día como este, en 1859 –el mismo año, ¡vaya casualidad!, en que se sintetizó por vez primera la cocaína, motivo de regocijo para que en la narcocúpula se brinde por ello, ¡salud camaradas!–, Edwin Drake descubrió lo que la industria de los hidrocarburos considera el primer pozo petrolero del mundo. Surge aquí una nueva interrogante: ¿por qué en vez de estropearles el domingo, poniéndoles a sudar la gota gorda, a barrigones cerveceros que no pueden con su alma ni con los Kalashnikov, no se programaron eventos relacionados con la actividad que nos da de comer? Actividad a la que los ex tovarichs le tienen el ojo puesto con un pie en la faja del Orinoco y una zarpa dentro de Citgo. Andamos por lo visto de manitos agarradas con Putin y la mafia postsoviética y ello plantea otra cuestión que no tiene que ver con la guerra sino, supuestamente, con la paz: ¿cómo demonios cree el secretario de Estado de la Santa Sede, cardenal Pietro Parolin, que la Federación Rusa puede mediar imparcialmente en un diálogo entre gobierno y oposición?

Son varias las incógnitas sin despejar que deja tras suyo el ensayo de esta comedia urdida con la finalidad de distraer la atención del ciudadano de los males que aquejan a un país enfermo de rabia y desesperanza; rabia ante el esperpento escenificado por medio millar de autómatas levantamanos, ¡aprobado!, que a petición de la contorsionista Rodríguez y el resabido Aristonauta –ambos muy monos en sus galas de seda–, bailando al ritmo que toca el bellaco de Odebrecht y baila, ¡óyeme tú, coge swing!, el Nureyev de la salsa, sancionan por unanimidad y aclamación, ignorando preso y contenido, decisiones ya tomadas por el eje La Habana-Caracas; y si el adefesio concita ira en la ciudadanía, es natural que esta desespere frente a la dispersión de propósitos de una oposición estratégicamente rezagada respecto a un gobierno que marcha a paso de vencedores hacia la consolidación de su proyecto dictatorial y la tutela de una sociedad en la que el sinsentido primará sobre la razón, una sociedad, conjeturo, distópica, signada por la pobreza como factor aglutinante en torno a la promesa de una aurora que nunca despuntará; una colectividad, en síntesis, instalada en un territorio en ruinas, a la que habrá que suministrar cada vez más circo porque cada vez habrá menos pan. En ese oscuro mañana, acaso inspirado en una película de atmósfera posapocalíptica, Mad Max: Furia en el camino (George Miller, 2015) y bajo el influjo tardío de una novela, Adiós Miss Venezuela (Francisco Suniaga, 2016), imagino certámenes para premiar no a las más bellas mujeres, según los parámetros estéticos impuestos por una «burguesía racista y excluyente», sino a las combatientes más interesantes –interesante es apellido de fea, me dijo una vez un músico brasileño–, cuya «hermosura interior» se traduce en amor eterno al comandante y sumisión a quienes le endiosaron, devenidos en sumos sacerdotes de la nueva religión. Trasmitiendo en cadena perpetua para una famélica y misérrima audiencia, los jerarcas del tsj, desvergonzadamente ataviados con togas escarlatas, darán su veredicto a favor de regordetas combatientes. Sería un show sin precedentes y mucho más atractivo que la deplorable gimnasia rítmica de soldados y milicianos armados con el carnet de la patria que, tocados de boinas rojas, entrenan para enfrentar de embuste-embuste a los boinas verdes de las U. S. Army Special Forces. Y los rusos… ¡olé!


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