Cuando las cosas se ponen realmente mal, en las que el presente y el futuro son inciertos porque, sin necesidad de ponerse agoreros, se ven dramáticas y hasta trágicas. Es entonces cuando nos podemos refugiar en el cine reclamando historias que nos sirvan de apoyo, buscando aliados para lidiar con el miedo o con la arrechera, desmesurados y justificables ambos, y en ese terreno la comedia es un arma arrojadiza temible. Que nos lo digan a cualquiera, con lo arrecho que ya vamos. Y si no, que se lo digan a Charles Spencer Chaplin.

En 1940 se produce una colisión. No es, ni de lejos, la primera que tiene lugar en un año de guerra global y de grandes ideologías enfrentadas, pero a diferencia del resto, en esta ocasión el choque no se produce entre colosales ejércitos, sino entre dos de los hombres más poderosos de su tiempo. El campo de batalla es una pantalla de cine, las balas son de fogueo y los gritos de los soldados están guionizados, pero la pelea será memorable. Uno dirige un país, el otro hace películas, hay quienes ven en este conflicto una lucha del artista pacifista contra el político belicoso, del que ha encarnado al hombre humilde contra el que se ha erigido en dictador megalómano. En resumen, una batalla entre el político vociferante y el cineasta que, tras años de hacer del silencio un medio de expresión, ahora ha empezado a hablar.

Con El gran dictador (1940) Chaplin acomete un serio desafío. A lo largo de tres años abandona las comodidades del éxito y se enfanga por propia voluntad en un terreno peligroso, donde deberá enfrentarse a las presiones de medio mundo, a la posibilidad de un fracaso profesional y económico de consecuencias fatales… y a la Alemania nazi. Pasen y vean, que esta es una de las mayores historias de las que atesora el cine estadounidense.

Clave 1. En 1913, Chaplin deja Gran Bretaña y se traslada a Hollywood, donde lo espera una prometedora carrera en el mundo del cine. Ese mismo año, Hitler emigra a Alemania, sin oficio, beneficio ni nada concreto que hacer con su vida… y entonces se alista en el Ejército. Cuando estalla la Primera Guerra Mundial, uno se libra de ir al frente, dedicado a publicitar bonos de guerra y a hacer películas de propaganda, mientras que el otro acude a «la llamada» henchido de entusiasmo. La posterior derrota de Alemania y el antisemitismo de base de Hitler están en el núcleo de su carrera política, que lo aúpa a lo más alto del Reichstag.

Y mientras, Chaplin interpreta, escribe, produce y dirige algunos de los títulos que lo convierten en uno de los cineastas más importantes de la historia y, quizás, en el rostro más popular de su tiempo. En esa época, según algunas fuentes, Hitler decide recortarse el bigote como el del hombre del bombín para despertar entre la audiencia las simpatías que Charlie suscita y que él, como político incipiente, necesita. En 1938, con el nazismo en auge, el infierno a punto de desatarse y las tropas nazis en el campo de batalla de la Guerra Civil española, Chaplin toma conciencia de que el discurrir de su vida y del de la de Hitler, sea por afinidad o por contraste, marchan en líneas paralelas. Ambos son figuras destacadas en polos opuestos, pero Chaplin cree saber que, si las condiciones hubiesen sido otras, Hitler podría estar en su lugar, y viceversa.

Clave 2. El triunfo de la voluntad: Chaplin y René Clair, amigos y admiradores mutuos, acuden al MOMA de Nueva York para ver un pase de El triunfo de la voluntad (1935). La percepción que el mundo tiene de Hitler y de los nazis aún es un poco ambigua, particularmente en unos Estados Unidos reacios a cualquier intervención en el extranjero. René Clair sale de la proyección horrorizado porque la película de Leni Riefenstahl es tan sugestiva que, a su parecer, solo con que sea exhibida en el circuito comercial de cines la democracia ya puede dar el conflicto por perdido. En cambio, a Chaplin las maneras histriónicas, casi de opereta, de Hitler le hacen mucha gracia. El documental de Riefenstahl no escatima detalles sobre la estética y la puesta en escena del aparato nazi, y Chaplin va tomando nota mentalmente. La siguiente película de Charles Chaplin será una sátira política contra los nazis. Empieza un viaje arduo.

Clave 3. El rodaje empieza en 1939 y se prolonga durante 539 largos, tensos y extenuantes días. Paramount Pictures tiene los derechos de una novela llamada El dictador, por lo que Chaplin se ve obligado a introducir la apócope «gran» al título de su película, o se arriesga a una demanda millonaria. Cansado, el cineasta teme por el futuro y la idoneidad de un proyecto por el que ha tenido que batallar en muchos frentes, incluido el de una opinión pública que no necesariamente le va a aplaudir la osadía de poner a parir a Hitler. Y entonces ocurren dos cosas: la primera, que el presidente Franklin Delano Roosevelt envía a Harry Hopkins, uno de sus principales asesores, con el mensaje de ofrecer su apoyo y el de la Casa Blanca a Chaplin para que continúe con la película. La segunda cosa que ocurre, más decisiva incluso, es que Alemania invade Polonia. Ha estallado la Segunda Guerra Mundial.

Clave 4. De todo el abanico de personajes femeninos en el cine de Chaplin la joven Hannah es uno de los más proactivos. Paulette Goddard, que es medio judía, asume el rol en un mal momento personal: su relación con Charlie empieza a no ir bien y la accidentada producción de El gran dictador no está ayudando. Tras tres años de matrimonio y una colaboración en Tiempos modernos, la pareja hace aguas, aunque ambos luchan por salvar un enlace que, entre otras muchas cosas, ha reportado a Chaplin su mejor partenaire en pantalla. Un día, durante el rodaje, su turbulenta relación invade el plano profesional. Chaplin, en calidad de director, exige a su esposa que interiorice su personaje (una limpiadora) fregando todo el suelo del set. Ella se niega en redondo, consciente de que Chaplin solo quiere herirla. Y así llegamos a un punto muerto, porque el rodaje no se reanudará hasta que Paulette cumpla con lo que se le ha ordenado. Al final, la actriz tiene que acceder. Dos años más tarde, en 1942, la pareja se separa en términos muy amistosos, incluso afectuosos, aunque ella afirma en alguna ocasión que su ex marido es, en la vida real, el tipo más aburrido que ha conocido. A mediados de los años sesenta, en un café de Suiza, la antigua pareja se reencuentra por casualidad. Los dos viven por la zona y nada más. Lejos del ruido de Hollywood, en el otoño del cineasta, Charles Chaplin y Paulette Goddard se sientan a comer juntos y hablan, hablan, hablan… Será la última vez que se vean.

Clave 5. La vida en el gueto: ¿Sabe Chaplin lo que los nazis están haciendo con los judíos? Cuando las fuerzas aliadas empiezan a descubrir campos de concentración y exterminio, un Chaplin horrorizado declara que, de haber tenido una idea más exacta de lo que estaba pasando en Europa, nunca hubiese hecho El gran dictador, al menos de esa manera. Algunas teorías sostienen que Chaplin sabe más de lo que afirma, porque voces como la de Jan Karski ya habían intentado avisar de lo que estaba ocurriendo incluso antes de que empezara la guerra, pero también porque Chaplin tenía amigos judíos en Europa y en Alemania durante la década de los treinta. En cualquier caso, la película pertenece al muy reducido grupo de producciones sobre la vida del gueto en la Alemania nazi que han sido rodadas contemporáneamente a lo que están retratando. Una vez más, si Chaplin hubiese sabido al detalle las condiciones en las que se hacinaban los judíos, probablemente la imagen sería un poco más cruda que la que vemos (que ya es de por sí dramática).

Clave 6. Victoria: El 15 de octubre de 1940 la premier de El gran dictador tiene lugar simultáneamente en el Astor y en el Capitol, dos cines de Nueva York. Celebridades asisten al evento, con el presidente Roosevelt al frente. Chaplin y Paulette Goddard se desplazan de un cine al otro para presentar la película, y se quedan a verla en el Capitol acompañados del escritor H.G. Wells, entre otros. Al acabar la proyección, las dos plateas se vienen abajo en un estruendo de aplausos y vítores. Tras años de tensión y presiones por todos lados, Chaplin lo ha logrado. Eso sí, hasta la entrada de  Estados Unidos en la guerra, simpatizantes americanos de los nazis intentan boicotear algunas proyecciones a lo largo del país, e incluso lanzan pintura roja contra las pantallas de algunos cines. Nada de esto impide que la película se convierta en el mayor éxito de Chaplin en todo el mundo y en un auténtico fenómeno en América. La crítica también la recibe entusiasmada y los Oscar la nominan a cinco estatuillas. En Europa, las amenazas del gobierno británico durante la preguerra han sido sustituidas por una sintonía total, así que la película se estrena en Londres durante la batalla de Inglaterra y provoca auténtico furor entre los ingleses, necesitados de este tipo de cine en horas tan críticas, y más si viene de un compatriota como Chaplin. Cuando Francia es liberada, el general Eisenhower encarga que se doble al francés para que se exhiba en todo el territorio galo. El avance de la película va paralelo al del Ejército aliado, pero su verdadera dimensión se puede apreciar cuando los tambores de la guerra se callan y su valor propagandístico se queda obsoleto en favor de su alegato pacifista. Es en ese momento cuando El gran dictador ocupa su verdadero lugar, allá, muy arriba, en la historia del cine


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