La actividad que más puede semejarse a la política es el teatro. Los políticos son histriones; los hay grandes, mediocres y pésimos. Nuestros adocenados tiempos básicamente desconocen a los primeros. El actor y el político representan al hypokritēs que en griego describía al intérprete. Pueden identificarse o distanciarse de su papel. Alguien les escribe las obras o se inventan el texto y despliegan su faena para arrancar el aplauso de la multitud, su costumbre o su rechazo. No he conocido mayores odios invencibles que en el teatro: entre políticos es peor. Los actores no se acusan hasta llevarse a prisión: en política sí. No sé quien inventaría lo de los tomatazos aunque ha quedado como un recurso metafórico para rechazar la mala actuación. En las democracias los tomatazos se expresan en votos y los actores cuando la función no da para más, buscan encarnar otro papel. Como los políticos actúan un único personaje, insisten con el repetido parlamento hasta que el público se harta. En la España de fines de los setenta donde viví, había una curiosa forma de asistir gratis a obras teatrales. Se iba de clap, para aplaudir, y mientras más rabiosamente se hacía, la persona aseguraba que lo conocieran como aplaudidor.

Mariano Rajoy ha abandonado la Presidencia del Gobierno, la jefatura del PP y la política misma, como consecuencia de la grotesca moción de censura de la izquierda y de los enemigos de España, representados por la plaga regionalista. Deja un país infinitamente mejor con respecto a sus cuentas y su progreso económico, pero comprometido en su unidad gracias a no haber desmantelado a tiempo con todo el peso de la ley a los independentistas catalanes. Ponerse a un lado de la política ha sido un gesto que lo engrandece y honra porque ha sabido consultar los relojes de su tiempo y el elenco que está por renovarse. Quizá, los españoles lo añorarán dependiendo de si el aprendiz Pedro Sánchez no sabe meter las cabras en el corral. Ha realizado un primer intento relegando a los impresentables de Podemos a sus trincheras bolcheviques. Claro que su problema no será con estos resentidos de Vallecas que ahora habitan en chalets gracias a la generosidad venezolana e iraní, sino cómo preservar la unión incuestionable de España. Respecto de Venezuela, no tenemos sino palabras de gratitud con don Mariano por su irrestricta defensa de los demócratas venezolanos y su denuncia puntual ante la violencia de los forajidos.

Gracias a los dislates de la oposición venezolana, el régimen perdura. Requerimos una nueva oposición sin tanto secretario general eterno, sin componedores ni pactistas, sin los viejosaurios que boicotean la llegada de la nueva Venezuela. Ojalá supieran leer la decisión de Rajoy. Pero carecen de grandeza. Son como esos actores decrépitos que fingen de jóvenes a pesar de la rechifla de la audiencia.


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