Estamos en una época caracterizada por la dinámica que ha desarrollado el cambio tecnológico. Los países están redefiniéndose, no solo lo hacen desde la economía, también lo hacen desde el plano social, moral y cultural. La innovación es un imperativo que se ha desplegado en todas las raíces de la sociedad y la economía mundial.

Cuando uno observa el desarrollo global de la innovación, uno no puede negar que las distorsiones y brechas entre los países desarrollados y menos desarrollados se amplían con mayor fuerza y velocidad que antes, lo cual amenaza con una mayor ampliación de la brecha de desigualdad global. También, uno observa que hay países que logran visualizar que tanto su convivencia como su subsistencia dependerán de su capacidad de comprender y reaccionar frente a los cambios tecnológicos y la innovación. En este escenario los gobiernos y demás actores de la innovación están obligados a readaptar y optimizar sus roles.

Por lo tanto, una de las preguntas centrales que se deberán cuanto antes responder es cómo innovar en los países que no tienen la suficiente cultura y capacidad innovativa para transitar hacia la economía de la innovación.

La utilización del concepto «smart» se hace cada vez más frecuente, no solo para el caso de los productos elaborados, sino, también, para caracterizar la forma humana como ellos se piensan. Y esto vale también para el diseño de las políticas de innovación.

La actitud inteligente frente a la economía de la innovación está siendo valorada en diferentes planos: a) en la formulación de políticas preventivas después del crecimiento económico, b) en el desarrollo de nuevos experimentos sobre la optimización de enfoques de innovación y de investigación y desarrollo, y c) en la evaluación de la capacidad de las instituciones para promover el crecimiento de forma más independiente y menos centralizada.

Existen tres escenarios donde uno puede resumir la forma en que los gobiernos desarrollan la gobernanza de la innovación: la primera son los gobiernos que utilizan de forma intensiva su capacidad innovadora generando tanto una mayor participación en el mercado global como un impacto positivo en la economía nacional. Se trata, además, de países que poseen una cualidad intrínseca e histórica para adaptarse al cambio tecnológico. La segunda son aquellos gobiernos que conocen de su potencial innovativo y, sobre todo, reconocen en la innovación la nueva forma de subsistencia económica con base en la producción nacional. Son países donde el sistema de innovación comienza a ser reorientado y sus actores intentan desarrollar por una parte una mayor independencia en el diseño de nuevas políticas de innovación al interior y, en consecuencia, emprenden un proceso de reorganización para gestionar la innovación, y por la otra, una mayor integralidad y colaboración con el resto de los actores para alcanzar objetivos concretos. La tercera son los gobiernos que no innovan; que viven del eslogan de la innovación y del marketing de innovación política y en donde los actores de innovación poseen muy baja cultura innovativa. Son actores que lucen ciertamente aislados de una estrategia nacional integral de innovación; sin embargo, poseen capacidades de innovación atractivas. En estos países las estrategias de innovación son altamente centralizadas por el gobierno sesgando la capacidad propia de los actores de poder reconocer y conocer sus problemas.

Estas tres formas en que los gobiernos se presentan frente al escenario de la innovación global y la nueva economía requiere para cada caso de capacidad para reinventarse constantemente y lógicamente de capacidad para corregir las políticas.

Así las cosas, la innovación es antónimo de necedad e incapacidad gubernamental. Esto quiere decir que en la innovación no puede existir la brutalidad.

Lo contrario a la inteligencia es la brutalidad. Y uno no puede ocultar ni inventar formas subliminales de criticar la gobernanza de la innovación frente a la necesidad de tener gobiernos inteligentes. La innovación requiere de gobernantes formados e informados con cultura de innovación y con capacidad de organizar y dirigir las estrategias de corto, mediano y largo plazo. La gobernanza requiere fundamentalmente de saber que cada actor del sistema de innovación tiene un papel que no es estático ni debe ser dependiente del Estado.

Y este es al parecer el mayor reto que se avizora en el futuro inmediato: cómo cambiar la cultura de la gobernanza de la innovación centralizada a una descentralizada, en donde los actores puedan tener mayor independencia para generar acciones rápidas, ambiciosas y audaces; y que muy probablemente les permita no morir antes de tiempo.


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