Hace mucho, mucho tiempo, existió un país que era gobernado por unos gatos. Los gatos eran poquitos, solo se habían quedado cuatro decidiendo y haciendo lo que querían. No miraban para los lados a la hora de tomar decisiones y se llevaban por delante a cualquiera, igual a los perros, a los monos, a los leones y a los rinocerontes.

Con los años se las habían ingeniado para desmotivar a los demás animales y hacerles sentir que nunca podrían quitarse de encima su yugo. Como todo gato inventaban, ponían a pelear a los demás entre ellos, les ofrecían comida a cambio de favores, los engañaban, de tal forma que nunca llegaran a unirse y pensar siquiera en salir de ellos.

Muchos animales, sobre todo los más jóvenes, se habían ido a otros países y los cuatro gatos sentían que podían quedarse eternamente porque nadie los enfrentaba: «Nunca más», les gritaban a los demás animales, que entre sorprendidos y aterrados los miraban sin saber qué hacer.

Gatos amigos de los cuatro gatos agarraron sus cosas y se marcharon también. No los soportaban. Se fueron quedando cada vez más solos, pero nadie se atrevía a disputarles el poder. Algunos se acostumbraron. Preferían no meterse en problemas y esperar la seguridad que les daba un plato de comida. «No hablemos de política», decían.

Ya nadie se acordaba de que los perros habían gobernado el país, que antes también mandaron loros, rinocerontes, peces y hasta un hipopótamo. Cierto que algunos gobiernos fueron muy malos, pero cada cierto tiempo se decidía en asamblea por un nuevo mandatario y se salía del otro y nadie podía quedarse eternamente en el poder.

Muchos animales, cansados, decidieron convertirse en espías de los gatos y ayudar a los sapos, que ya lo hacían desde mucho antes. Desanimaban a los otros y les hacían ver la imposibilidad de lograr un cambio. «Ni que vengan las águilas podemos voltear esto. Las cosas son así y no hay manera», afirmaban.

Las hienas también se sumaron a la estrategia de los gatos, que decidieron que ellas serían los árbitros cuando tuviese que tomarse alguna decisión. De esa manera garantizaban perpetuarse en sus puestos y nunca salir derrotados. No les importaba que 72,6% de los animales no los quisieran. «Incluso los que no nos apoyaban ahora quieren que mandemos porque somos la garantía de paz y tranquilidad», aseguraban.

Así se vivía en ese país. Cuatro gatos mandaban y todos los animales obedecían. Todo era lúgubre, triste y en decadencia. Les entregaron todo, hasta lo que no tenían. Los días transcurrían en medio del intento permanente por sobrevivir en ese mundo hostil. Aún es una historia inconclusa. Todo apunta a que el final de la historia será triste, muy triste, a menos que el tiempo y el despertar pongan las cosas en su santo lugar y todos los animales que se desplomaron ante tanta calamidad logren reunificarse por encima de sus propias condiciones naturales. Así y solo así podrán enfrentar a esa bestia que por muy grande que parezca, solo es eso, cuatro gatos.


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