Laura Carreño

La gestión escolar en la educación depende de la visión social del director y su desafío para una educación transformadora, lo cual es un tema interesante, relevante y necesario en el desarrollo cultural, laboral, político, administrativo y social de un país, entre otras cosas. En los planteles, la gestión del director se ha convertido en un fenómeno capaz de realizar cambios trascendentales en el contexto escolar y comunitario que amerita conciencia y racionalidad. Partiendo de este análisis surge la importancia y el propósito del contexto donde se origina históricamente la institución y el entorno presente en el proceso escolar.

En la gestión escolar realizada por el director, las funciones administrativas, la participación en la conformación curricular y las relaciones sociales adquieren un papel determinante. El sistema educativo constituye la base fundamental del desarrollo económico y social de nuestros países.

La visión social del director favorece nuevas formas de gestión del conocimiento escolar que transforman la manera de pensar y desarrollar la educación y el currículo. Y estos cambios y transformaciones ameritan grandes desafíos entre los cuales tenemos: recuperar el aspecto emancipador de su gestión como director, entender la dirección de una escuela como una práctica administrativa y pedagógica y asumir que la aplicación de las reglas y normas no solo son atribuciones exclusivas de los docentes y del director.

Por ello, es necesario dar la oportunidad a los estudiantes de involucrarse en el conocimiento de su sentido de pertenencia y en la forma de establecer compromisos con las mismas. Si las decisiones tomadas y los cambios aplicados en una institución escolar se llevan a cabo de manera participativa con los estudiantes y con sus familias, esto se convierte en un compromiso compartido.

El director antes de considerársele “capacitado” para el cumplimiento de ciertas funciones establecidas en las leyes, reglamentos y manual del personal directivo de ese mismo órgano rector es importante hacer mención en los cambios y grandes transformaciones al que está obligado el Ministerio de Educación, para evitar convertirse en todo momento en un organismo de transmisión informativa que sigue un proceso lineal y mecánico de ciertas culturas latinoamericanas y que con el paso del tiempo se vuelven tradicionales en este país, y más aún en los últimos tiempos de franco deterioro.

El director de escuelas tiene un transitar complejo, un difícil camino para el ejercicio de sus funciones al tratar de cambiar viejos paradigmas educativos y luchar con barreras altamente poderosas encontradas en la cotidianidad, como es el caso del Internet y sus incidencias en las personas, quienes le dan la utilidad que le convenga e introduciéndolo en su vida personal y profesional como algo imprescindible. Y es allí donde el uso de las tecnologías de información y comunicación deben conectar al docente con programas altamente calificados para la concientización y análisis de sus tareas.

Por otra parte, la educación transformadora obliga al sistema educativo venezolano a realizar importantes cambios, la educación parcializada, y peor aún, politizada, ya no se considera adaptada con los problemas mundiales que cada vez son más transversales y transdisciplinarios. Es por esto que el director de escuelas es un actor clave en el proceso de transformación social. De igual manera el docente de aula también es considerado responsable de transformar la sociedad y el sistema educativo involucrando directamente con las familias.

El personal docente de una institución escolar bajo la dirección de un director con deseos transformadores en el subsistema al cual pertenece juega un papel indispensable y central en el impulso de un nuevo modelo educativo y transformador. Su trabajo diario en el aula constituye en sí mismo una acción administrativa y social, ya que es capaz de llevar a cabo transformaciones de tipo moral y acciones de comportamiento de los estudiantes. Por tales razones, si existe un buen director, tendremos un docente con un fuerte compromiso ético, que sobrepase el ejercicio de la profesión asumida por él o ella, y contribuya a realizar importantes reflexiones sobre el sentido y el fin de la educación, en un debate que abarca la perspectiva organizativa, curricular y social.

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