El tocayo es un barquisimetano de esos comprometidos, puros, regionalistas y trabajador como su padre. Un tipo resteado con el país y con la democracia. Desde que la calle se convirtió en la única salida democrática para la sociedad civil, él la convirtió en su campo de batalla. Allí marchó, caminó, se plantó, levantó pancartas, siempre acompañado de su única bandera tricolor; esas que tienen 7 estrellas, esa que fue la que nos enseñaron a dibujar y a pintar en el colegio, esa que un día la dictadura decidió que no eran 7 sino 8. En una oportunidad, por cosas del destino, en alguna de las tantas marchas de 2017 la bandera se quedó en mi carro por un par de días… días que fueron de angustias para él y de orgullo para mí, algo que nunca le dije.

El tocayo invirtió su tiempo, su dinero y su vida convencido, como casi todos nosotros, de conseguir un cambio por la vía más lógica, sana y democrática posible. La presión ciudadana. Esa que funcionó en las diferentes primaveras árabes o en Ucrania. Con orgullo sincero y sin arrogancias se convirtió en un símbolo de la resistencia, a pesar de no tener la necesidad financiera y de que, teniendo la oportunidad de quedarse en “los mayamis”, decidió volver aun cuando sabía que estaba en una lista como «promotor de terrorismo».

Utilizado como argumento para criminalizar a la sociedad civil, con ese concepto han etiquetado a periodistas, dueños de medios de comunicación, médicos, obreros, políticos, amas de casa, militares, estudiantes. En fin, a todo el que se les atraviese lo señalan de terrorista. Nunca un concepto ha sido utilizado tan a la ligera. Terrorista es una palabra dura, con mucho peso. Intentar explicar que el terrorista venezolano no significa lo mismo ni tiene la misma connotación que el concepto de terrorista en España, por ejemplo, es una tarea difícil. Nunca un concepto había estado tan prostituido como este en el mundo.

Recientemente, en Barquisimeto fueron detenidos tres jóvenes por participar en una protesta en la que se reclamaba  por uno de los servicios básicos más difíciles de conseguir en la Venezuela del socialismo del siglo XXI: una bombona de gas. Si, una bombona de gas.

Ocurrió en la populosa barriada del centro de la ciudad que lleva el nombre del Generalísimo Mariscal Antonio José de Sucre, conocida como «la Sucre» o «Sucrania», nombre que ellos mismos se dieron luego de las protestas legítimas de 2017. En esta oportunidad no fue la ya desprestigiada y maltrecha Guardia Nacional Bolivariana la encargada de la represión sino la policía regional del estado, conocida como Polilara. Una institución que, desde la llegada de la  almiranta Carmen Meléndez a la gobernación, ha sido un instrumento adicional de represión y violación de derechos humanos en el estado.

Es como si el argumento de “seguimos órdenes” les diera patente de corso para cargarse a su antojo al que se le ocurra protestar y si trancan la vía, correrán el riesgo de recibir el trato de terroristas, como estos jóvenes detenidos en «la Sucre», y ser enviados, como ocurrió, al infierno de uno de los penales más terribles del país: el Centro Penal David Vitoria, bautizado así en honor del único custodio que falleció en la masacre de enero de 2013, pero conocido popularmente como Uribana, donde fueron asesinados no menos de 60 detenidos, tal como pasó en la comandancia general de la Policía de Carabobo.

Al igual que estos muchachos enviados a Uribana, que con toda seguridad salieron a la calle cansados de esperar y de ser humillados para poder comprar una bombona de gas, el tocayo también hizo del asfalto su única estrategia y es que en un país donde no hay primavera posible, lo único que queda es la protesta o la resignación y en ambos casos se sufre por igual.

A Juanita, como le dicen cariñosamente, la conocí en uno de los tantos grupos de WhatsApp en el que estoy desde que se descubrió que a través de esta red social se puede hacer tanto lo positivo como lo banal y lo superficial.

Ella es una muestra y un reflejo claro de ciudadanía. Una prudencia comprometida con la causa; se siente su ímpetu y si indignación ante tantas injusticias. Es claramente una herencia familiar. Ella no tiene la necesidad, pero tiene lo que mueve a tantos venezolanos a continuar activa en la protesta. El sentido democrático con el que fue criada pesa mucho, lo suficiente como para seguir adelante.

Un avión y otras fronteras pudieran ser la vía para tantos, pero el tocayo y Juanita decidieron que no. Que al igual que muchos permanecerían allí, en las calles, cuantas veces sea necesario saldrán a pesar de los riesgos y de las listas ligeras que pululan en las oficinas sombrías llenas de funcionarios macabros y aduladores de la dictadura. Donde tantos nombres aparecen a veces hasta por la complicidad de los denominados sapos cooperantes, una figura que pasará a la historia cuando se escriba.

Justo cuando escribo estas líneas están por cumplirse 5 años del comienzo de las detenciones masivas y de la criminalización de la protesta por parte de lo que sería la primera dictadura latinoamericana del siglo XXI. Fue en esos días 15 y 16 de abril de aquel año 2013 cuando funcionarios militares decidieron seguir órdenes superiores y detener a toda persona que cometiera el “delito” de trancar las vías.

En el país donde hay un Ministerio para la Suprema Felicidad se pretende legalizar que el solo hecho de cerrar una vía es más grave que cualquier otro delito. Así hemos observado cómo se ha ido progresivamente castigando a quien sea detenido por esta acción. Aplicando la ley, sus leyes, para fustigar y perseguir sin piedad a quien protesta.

Ya en los primeros meses de 2017 José Rafael Torrealba, un personaje nefasto que llegó al estado Lara para comandar la Zona Operativa de Defensa Integral, declaraba públicamente a los medios de comunicación que todas las personas que protestaran y cortaran el “libre” tránsito serían inmediatamente detenidas. Este mismo personaje protagonizaría meses después un audio en el que señala cómo se debería utilizar a francotiradores para controlar las manifestaciones públicas.

Fue aquel par de días 15 y 16 de abril cuando comenzó de manera masiva y sistemática, con características de apartheid, la represión como política de Estado. No es que en el pasado no hubiese ocurrido, pero es a partir de esta fecha que se pluralizó la violencia institucional como única respuesta posible. Es a partir de esta fecha, a pesar de que algunas organizaciones no gubernamentales solamente recuerden o citen el año 2014.

Para todos los que estuvimos directamente ligados a aquellos días de represión, mis respetos y mi reconocimiento.

@andresvzla1975


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