En efecto de ello se trata, y no por capricho o antojo, ni por  simple desfallecimiento del machismo tan nuestro, sino como álgida respuesta emanada del alma, ante la desgarradora escena  vuelta usual entre nosotros, en Caracas y muchos otros lugares, de parejas incluso con niños pequeños parados junto a ellos, escarbando a plena luz del día pipotes o las inmensas bolsas plásticas negras rebosantes de mugrienta basura, a la búsqueda desesperada de algún resto de comida, para sacudirlo y –aún más triste–  llevárselo a la boca y comerlo. Sí, llorar con rabia, terrible desolación ante la degradación de seres sometidos a tales circunstancias, en esta Venezuela en condiciones miserables de existencia, militarizada, padeciendo tal desprecio a la naturaleza y dignidad humanas.

Enumerar una y otra vez nuestras carencias y pesares tampoco es un ejercicio de ociosa o mecánica reiteración de tales quejas, sino una autorecordación del deber de mantenernos firmes ante la barbarie oficial, sin hacerles concesiones en su empeño de mantenerse en el sitial de poder asaltado, desde el cual abusan y nos agreden; dejemos de ser solo reactivos, y avancemos decididos para una recuperación plena del país en sus altos principios.

Hay situaciones en las que parecemos constituir una sociedad de sobrevivientes, llamados a celebrar como algo más excepcional que normal el estar vivos. Tenemos una justicia signada por impunidades y excarcelaciones negociadas, y una asamblea nacional constituyente pasada de redactora de una Constitución a inapelable maquinaria inquisidora.

Uno creyendo que con la larga lista problemática era suficiente para definir una vida de carácter lamentable como llega a serlo, pero en no pocas circunstancias la vemos empeorar en forma palpable; el país se muestra cada vez con más criminales y saqueadores de los bienes de la nación, cual expresión manifiesta de la colectiva degradación ética y menosprecio de la vida que estamos padeciendo en una Venezuela escenario de toda forma de abuso del poder.

Hace 40 años recién cumplidos (febrero de 1978), en la ciudad soviética de Alma-Ata, una asamblea de la Organización Mundial de la Salud acordó y publicó la meta “Salud primaria para todos en el año 2000”; y los expertos allí reunidos definieron la salud primaria como el saneamiento ambiental que le garantice a la población suministro de agua potable y drenaje de excretas, nutrición apropiada cuyo tenor de proteínas y calorías responda a los requerimientos humanos básicos, asesoría en planificación familiar, y programas de inmunización que alejen los riesgos de contraer  determinadas infecciones.

La Organización Panamericana de la Salud fue más categórica en el planteamiento, y estableció que idealmente para la fecha señalada ningún habitante de algún país tercermundista debería tener una expectativa de vida inferior a los 70 años, así como también que la totalidad de los niños menores de un año debería estar vacunada contra toda enfermedad infectocontagiosa, y que la mortalidad infantil de ningún modo debería exceder la cifra de 30 defunciones por cada mil niños nacidos vivos. La OMS, al formular principios como el de Alma-Ata los refiere a todos los pueblos del mundo.

Para nosotros aquí, en varios aspectos la proposición pareció haber quedado congelada en el tiempo, a juzgar por la realidad que nos salta a la cara como hechos palpables y como estadísticas que si no del todo confiables en su cuantía, son suficientes y crudas evidencias de nuestro atraso, incorporados  a una rutina de mal vivir; por lo cual, participemos  en una gran acción colectiva de higiene nacional, que busque recuperar el país  que estos vándalos han degradado, envilecido y saqueado. 


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