Gabriel García Márquez está de nuevo entre nosotros para animarnos en la creación de su tan famoso realismo mágico plasmado en Cien años de soledad y dejar olvidar por un rato las duras situaciones que nos acompañan hoy en día.

Cuando cerca del primero de mayo, el presidente Maduro anunció que en poco tiempo iba hacer anuncios transcendentes, no pude dejar de imaginarme todo tipo de hechos que nos podían ayudar a salir de la catástrofe que estamos viviendo. Lógicamente, ya anunció un aumento de sueldos y de “cestaticket”, que ya es una costumbre repetitiva sin resultados evidentes.

Esperé que el Presidente anunciara que había aceptado reconocer la emergencia alimentaria, de medicamentos y que muy pronto iban llegar los contingentes de tráileres ofrecidos por las Naciones Unidas, la FAO y la Organización Mundial de la Salud (OMS) para paliar la situación; que en poco tiempo íbamos a disponer de comida suficiente y medicamentos oportunos a precios decentes para normalizar el problema central que estamos viviendo; que íbamos a detener la mortalidad infantil y materna que brincaron 30% y 60% respetivamente en el último año.

También me imaginé un Decreto Ley firme y con el apoyo de nuestras Fuerzas Armadas para desarmar en seis meses los grupos armados –colectivos o no– y obligar a Cavim a un control y una supervisión más completa sobre la venta y el robo frecuente de municiones. Tareas que serán cumplidas con disciplina militar sin afectar los derechos humanos ni con bombas lacrimógenas con el resultado de que en pocos meses comenzaría a bajar parte de la violencia.

Hasta me atrevía a pensar que el Presidente anunciaría el real valor del “Bolívar”, subvaluado en extremo por algunos productos, y más que sobrevaluado para muchos otros. Con un precio económicamente justificado, se podría iniciar un proceso de nuevo equilibrio que, en un tiempo de seis meses a un año, podría mostrar sus beneficiosos resultados para las grandes mayorías.

Pero imagínese, también fantaseé que la delegación del gobierno, que está en misión secreta en Washington, llegaría a un inicio de acuerdo con el eterno diablo del Fondo Monetario y el Banco Mundial por algunos préstamos de emergencia para sacarnos del pantano del default cercano. Por todos es sabido que el Tribunal de Arbitraje, vinculado a estas instituciones, ya en dos ocasiones recientes dio la razón a nuestro gobierno frente a las exigencias leoninas de algunas petroleras.

Hasta me atreví a imaginar que nuestro presidente anunciaría un cambio de gobierno creando una coalición con un vicepresidente de oposición y claros acuerdos de diferentes ministerios para mancomunadamente iniciar la reindustrialización de nuestro aparato productivo. Y esto sin descuidar las misiones más necesarias y acertadas.

Pero todos esos deseos caen en lo nada cuando por fin el presidente anuncia su gran propuesta: una Asamblea Constituyente Comunal y hasta ampliada con la incorporación del ejército. Nunca me había imaginado tal propuesta en este momento tan crítico y de exigencias extremas. Es en este momento que regreso a la historia de Cien años de soledad donde se instituyó el realismo mágico como aporte latinoamericano a la literatura mundial. De nuevo están entre nosotros las fantasías irreales empaquetadas en figuras que sin mayor contenido permiten dejar volar anhelos ancestrales. Nadie me pudo dar un ejemplo de que uno de los problemas concretos se solucionaría con esta famosa iniciativa. Necesitamos el regreso de Gabriel García Márquez y añadir un capítulo más a su famoso libro, e hilar lo fantasioso con la ceguera que nos conduzca por el pueblo de Macondo a horizontes de nunca terminar.


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