Desde el púlpito mediático, varias veces a la semana y durante casi dos horas que parecen eternas, Nicolás Maduro nos predica que el país va bien por donde va y que las cosas que andan mal no son responsabilidad del gobierno, sino de sus enemigos.

I.

Nos dibuja, así pues, una realidad distinta a la realidad, a la que cada uno vive en su propia piel y a la que se denuncia desde otras fuentes, a veces incluido el chisme, que nos dejan una fotografía mucho más parecida a la sombría sociedad en la que nos hemos convertido. Adicionalmente, Maduro asoma diversos planes queriéndonos dejar la impresión de que el gobierno gobierna, que pronto el país producirá insulina, transformará radicalmente las escuelas, imprimirá nuevos billetes, otorgará créditos para la producción agrícola y vaya usted a saber cuántas cosas más, parte de un popurrí semanal de medidas a las que resulta difícil encontrarle algún sentido práctico y que, de una u otra manera, nos recuerdan siempre que el tan criticado modelo rentista que rige la vida económica nacional no se ha movido un centímetro. En fin, seguramente no ha habido otra época en la que nos hayamos encontrado tan rodeados de espejismos.

II.

La principal función del actual gobierno es mostrarse simulando hazañas que deberán ser guardadas por la historia. Pero la verdad es que nuestro país se hecho cada vez más incómodo, menos grato, es hoy en día un país del que mucha gente se ha ido y del que más gente aún se quiere ir. El mensaje chavista, que se recibió con tanta esperanza hace dos décadas, se ha ido envileciendo y ha terminado convirtiéndose en una estrategia de poder, infectada por la corrupción y apoyada en un menú variado de mecanismos de control. En semejante contexto, el discurso que transmitía tal mensaje se volvió mentiroso, útil exclusivamente para guardar las apariencias revolucionarias e intentar cubrir, por pudor, ciertas vergüenzas políticas (el Arco Minero, por poner un solo ejemplo y no hablar de los derechos humanos, cuya situación documentó hace poco Bachelet).

III.

El nuestro es un país detenido. En Maduro todavía prevalece, como legado de Chávez, una interpretación del país inspirada en el pasado, un pasado que además se ha reescrito a conveniencia (al punto de que hasta se le cambió el rostro a Simón Bolívar, de nuevo apenas una muestra), y por supuesto no tiene nada que ver con las circunstancias que hoy en día rodean las posibilidades del desarrollo nacional. Así, el futuro pareciera haberse borrado para nosotros. El país ha entrado reculando al  siglo XXI porque los códigos de acuerdo con los que transcurre le resultan casi ajenos.

IV.      

Desde siempre la tarea de la política ha tenido que ver con concebir mundos posibles y tratar de detallarlos para que se construyan de una manera socialmente compartida. En las actuales circunstancias del país para realizarla es indispensable negociar un paquete de acuerdos que asuman, por encima de todo, la profunda crisis nacional (cosa que pareciera obvio decir pero que no lo es, hay mucha agenda particular de por medio) y empiecen a despejar el horizonte. Resulta importante incluir dentro del mencionado unas elecciones (condición necesaria, pero no suficiente, claro) que sean confiables (libres, transparentes y equitativas, esto es, no como las del 20 del pasado mayo), parte integrante de una ruta que conduzca a sacar al país del atolladero en que se encuentra, trazándole otras coordenadas para que recupere el futuro.

Harina de otro costal

Las mujeres la han tenido difícil para formar parte del fútbol, un deporte entendido como un recinto inexpugnable de la masculinidad. Sin embargo, la situación ha cambiado sensiblemente en los últimos años. Más de 50 millones de mujeres practican fútbol hoy en día y la propia FIFA ha tenido que tragar grueso y aceptar el balompié femenino en su organización, vía las  federaciones de 177 países. Pero, importante es decirlo, todavía queda machismo por remover.

Recientemente se celebró en París la octava edición de la Copa Mundial de Fútbol Femenino. Fue un gran éxito desde el punto de vista de las audiencias televisivas, así como de público en los estadios, pero sobre todo desde el punto de vista deportivo. Se les vio a las mujeres un juego vistoso, de mucha técnica, poco o nada violento y más honesto, si cabe el término, que el balompié masculino. Además, fuera de la cancha se las notó a ellas política y socialmente más atrevidas y sinceras que a sus colegas varones, por lo general asépticos a la hora de opinar sobre los asuntos públicos.


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