I

Cerramos el año con las vicisitudes del pernil decembrino, muestra de un país atascado, buena metáfora, ciertamente, de lo que es hoy en día. Representación de un país que no produce casi nada, incluso casi nada de lo que alguna vez produjo. Que importa casi todo de manera ineficiente y corrupta a través del Estado y que lo distribuye supeditándolo, carnet mediante, a la adhesión política, bajo el manto de ciertas políticas públicas que vulneran la dignidad de las personas. Es, así mismo, la metáfora del chavismo convertido en rémora luego de haber sido una gran esperanza, regentado por una élite sin otra idea entre ceja y ceja que no sea la de preservarse en el poder, usufructuándolo.

II

Comenzando el año, el nuevo calendario trae consigo el rito de pensar en los tiempos que nos vendrán. Puestos en la faena, asusta pensar el futuro venezolano desde el episodio del pernil. El país se encuentra asfixiado por el corto plazo, con dificultades hasta para llevar a cabo lo que en el beisbol llaman las jugadas de rutina, esas jugadas cuya posibilidad de realización debe darse por descontada. Somos un país que no tiene cómo mirar más allá del lunes que viene. Que carece, así pues, de un libreto viable y acordado acerca de su destino deseable.

El gobierno llena este vacío asomando un futuro basado en un relato épico, redactado a su manera, extraído de nuestra historia del siglo XIX, a la que le suma un menú de ideas inspiradas en el socialismo del siglo XX, el que se hizo trizas con la caída del Muro de Berlín, fuertemente cuestionado sobre todo desde el propio campo de la izquierda. A partir de estas dos fuentes, cada una evocación a su manera del pasado, el país deriva la imagen oficial del futuro. Es un futuro obsoleto, dice uno, constatando que Venezuela no lleva el paso que marcan los tiempos que corren.

III

Mientras tanto, el siglo XXI sigue obrando, hasta casi cumplir sus primeras dos décadas, asomando los códigos que explican y orientan su evolución y dejando ver transformaciones muy gruesas que aluden a los cimientos mismos sobre los que se asienta la vida, tanto social como personal, de los seres humanos, asociadas a enormes desafíos desde el punto de vista político, económico, social, ético. Frente a ello Venezuela no encara otra opción, reitero, que represente algo distinto a desenvolverse en clave urgencia y como si el control de la inflación representara nuestro mejor destino posible, dejando para quien sabe cuándo la tarea de construir una mirada compartida de la sociedad, en donde todos encuentren su sitio y todos piensen que pueden llegar.

No sé si exagero, pero a través de su gobierno, el país se planta ante el futuro mirando hacia atrás. Quino, el padre de Mafalda diría que, así, seguimos construyendo la destrucción del futuro. La propia Mafalda se vería en la necesidad de recordarnos que el futuro queda hacia adelante.


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