Esto que escribo a continuación es lo que más o menos habría dicho, si no me hubiera enfermado, culpa de un virus según se diagnostica comúnmente un malestar difuso que te condena a la cama durante varios días y te obliga a consumir dosis pesadas de acetaminofén y que, en mi caso, impidió que asistiera como ponente a un foro, cuyo título fue “Innovación para avanzar”, organizado por el Parque Tecnológico Sartenejas, de la Universidad Simón Bolívar, la Academia Nacional de la Ingeniería y el Hábitat y la Global Entrepeneurship Network. Un evento insólito, cabe señalar, admirable en estos tiempos venezolanos en los que pareciera que la vida se decanta en la tarea de sobrevivir día a día y el horizonte no se extiende más allá de la próxima semana.

La sociedad del conocimiento.

“El futuro aprieta el paso”, se habría llamado la charla o, tal vez, “El futuro está de prisa” –no logré dilucidar plenamente cuál me gustaba más–, y a lo largo de ella tenía pensado discurrir en torno a la manera como el desarrollo de la ciencia y la tecnología marcan el mundo de nuestros días e infiltran cada rincón del quehacer humano, haciendo referencia, desde luego, a la sociedad del conocimiento. Es esta una expresión que progresivamente se ha acuñado para caracterizar a la sociedad actual, albergue institucional de la llamada cuarta revolución industrial, entendida como un proceso de transformaciones aceleradas y profundas originado gracias a un conjunto de tecnologías, catalogadas como “disruptivas”, que se distancian drásticamente del paradigma tecnológico hasta ahora vigente. Tales tecnologías representan la integración de lo físico, lo biológico y lo digital e impactan la vida humana mucho más allá del espacio que demarca la actividad económica.

El contexto dentro del que están teniendo lugar las transformaciones aludidas se encuentra marcado por los nexos cada vez más estrechos entre la ciencia y la tecnología. La división conceptual tradicional entre ambas se ha ido evaporando, de allí que se hable de la tecno-ciencia como manera de subrayar el carácter híbrido propio de las investigaciones y las innovaciones que emergen en la actualidad.

Dicho contexto muestra, adicionalmente, el ritmo acelerado de la obsolescencia de conocimientos y tecnologías; el aumento y la diversificación de las fuentes de acceso a conocimientos y tecnologías; el predominio de la inversión privada sobre la estatal en la promoción del desarrollo tecno-científico; una nueva distribución de capacidades tecno-científicas a escala mundial, con clara expansión de los países asiáticos, notablemente China, pero también India e Indonesia; cambios relevantes en las reglas de juego que pautan la generación, distribución y utilización de conocimientos y tecnologías; la globalización de las actividades de investigación e innovación, replanteando el papel y la importancia de los espacios nacionales. Y, así como estos, otros aspectos que dibujan un escenario nuevo, referencia imprescindible para pensar las políticas públicas en este ámbito.

Aparejado a lo anterior, las tareas tecno-científicas se dan hoy en día en clave transdisciplinaria, su evaluación es multifactorial (no son solo asuntos de científicos), se llevan a cabo con la participación de diferentes actores (centros de investigación, empresas, institutos educativos, instituciones financieras, organismos estatales, usuarios…), en medio de nuevos arreglos institucionales que dan lugar a diversas formas de colaboración. En este sentido, el diseño de estrategias y políticas debe tomar en cuenta que el desarrollo tecno-científico se produce si existe un sistema de estructuras políticas, sociales, organizativas, económicas y territoriales que crean las condiciones para una formación continua de sinergias, que permitan la creación de innovaciones, así como la regulación de sus variados impactos.

¿La sociedad del desconocimiento?

Como consecuencia de las transformaciones que se están produciendo de la mano del desarrollo tecno-científico, desde hace rato asoman implicaciones muy gruesas en los más diversos planos (político, económico, social, cultural, deportivo, jurídico, religioso, ético…). La realidad empieza, así pues, a parecerse a la ficción, al paso que plantea temas con los que resulta muy difícil lidiar, colocando preguntas, dudas y dilemas para los que aún no tenemos respuestas. Ante esto hay quienes señalan que la sociedad del conocimiento es, también, la sociedad del desconocimiento, esto es, una sociedad cada vez más consciente de su no-saber y que busca gestionar el desconocimiento en sus diversas manifestaciones: inseguridad, incertidumbre y riesgo.

Frente al “tsunami” que representa la emergencia de las tecnologías disruptivas se ha hecho evidente, en efecto, la ausencia de guiones que permitan la comprensión, la valoración y la regulación de los cambios tecno-científicos y de sus derivaciones. Un ejemplo, entre cientos, que puede servir para ilustrar lo escrito en estas líneas es, sin duda, la tensión entre democracia e Internet diagnosticada en su último libro por Jamie Bartlett, en la que sostiene que: “La democracia es analógica, no digital”, y señala que el sistema actual de recolección de datos no es nada comparable con el alcance y las posibilidades que podría permitir, en materia de control, la Internet de las cosas.

La velocidad un signo distintivo de la época.

Resulta necesario y urgente, entonces, ir creando nuevos modelos de análisis, a partir del trabajo integrado entre las ciencias sociales y humanas y las ciencias naturales. Se precisa un gran esfuerzo de comprensión intelectual que proporcione los códigos requeridos para descifrar transformaciones de fondo que se suceden muy rápidamente, así como para trazar los mapas normativos que se requieren para desenvolverse con respecto a ellas. La cuestión es, así pues, cómo hacerle frente a situaciones que remiten a eventos muy complejos y tocan los aspectos más fundamentales de nuestras vidas, contribuyendo a determinar la manera misma en que nos percibimos como humanos, sugiriendo alteraciones muy significativas en el modo en que nacemos, vivimos, aprendemos, trabajamos, producimos, consumimos, hasta cómo rezamos, soñamos y morimos, dando motivo a una intensa polémica en torno al advenimiento de lo que se ha denominado la poshistoria, que ya empieza a ser visible desde los cambios que se desprenden de la bioingeniería y de la inteligencia artificial.

Salir del siglo XX.

En la charla habría dicho, en fin, que el país vive a pasitos. Que el gobierno pone parches, unos aquí, otros allá, tratando de remediar los problemas que atosigan a la sociedad. Y que cuando le da por enfrentar los problemas estructurales fracasa porque tiene muchas cadenas, no solo, ni principalmente las ideológicas, que lo atan a la hora de diseñar las medidas que se requieren. Que no debería sorprendernos, por tanto, que Venezuela no tenga un relato sobre su futuro. En otras palabras, que no tenga dibujadas las coordenadas básicas que le permitan elaborar enfoques y políticas que compaginen con la época que se está viviendo. Concluiría expresando que el país no ha salido del siglo XX.


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