Estos tiempos, se sabe, se encuentran marcados por rápidas y radicales transformaciones que nos vienen de la mano del desarrollo tecnocientífico, afectando profundamente todos los planos (político, económico, cultural, institucional, ambiental, ético y hasta religioso) de la vida humana. Vivimos, pues, una suerte de tsunami tecnológico que ha llegado también, a su manera, hasta las costas del balompié, según se vio en el recién finalizado campeonato celebrado en Rusia.

Si bien tal vez sea recordado por el VAR, dada la polémica que trajo consigo su implantación, este Mundial dejó ver innovaciones aún más importantes venidas de la informática, la nanotecnología, las neurociencias, la biomecánica, la psicología y paremos de contar, referidas a la vestimenta, la fabricación de equipos y materiales, el entrenamiento, la nutrición y la salud del atleta, el mejoramiento de estadios (incluyendo medidas de seguridad casi orwellianas), el concepto mismo del fútbol como espectáculo y, de manera muy relevante, las estrategias para competir, vía, sobre todo, inteligencia artificial y big data, dada su capacidad para recoger, guardar y relacionar cantidades casi infinitas de datos, permitiéndole al cuerpo técnico preparar y monitorear los partidos.

Visto lo anterior, la metamorfosis del deporte en todas sus disciplinas, como consecuencia de la utilización de un abanico muy  variado de innovaciones, ha puesto sobre la mesa cuestiones que parecieran desbordar nuestra capacidad para pensarlas y calibrarlas, así como para determinar cómo han de ser reguladas. En efecto, junto a las innovaciones referidas, asoma la posibilidad de formas más sofisticadas de dopaje –dopaje genético, dopaje cognitivo–, con relación a las cuales las autoridades deportivas, incluidas las del fútbol, han encendido las alarmas, asumiendo que no son cuentos venidos de la ciencia ficción. Tan así son las cosas que en el caso de los eSports se exploran las maneras de detectar si algunos competidores utilizan sustancias orientadas a reforzar la capacidad de concentración y en parecido sentido cabe mencionar que en los últimos Juegos Olímpicos, celebrados en Brasil, las autoridades tuvieron que tomar a tientas algunas  previsiones para determinar si los atletas incurrían en el dopaje genético, mientras que para el próximo evento de Tokio las medidas se redoblarán.

Los estudiosos han empezado a hablar, por tanto, de la necesidad de repensar a fondo la actividad deportiva, mirando si su “tecnologización” desvirtúa su naturaleza. ¿Cuál irá siendo, entonces, el peso que tienen los diversos laboratorios en el resultado de las competencias? Es esta una pregunta que hoy en día no es para nada descabellada y su respuesta alude a la forma como se desarrollará el deporte en el futuro,  no muy lejano, por cierto.

Harina de otro costal

El presidente Maduro lleva varios días tratando, sin mucha fortuna, de explicarnos  cómo sacará el país del hueco en el que se encuentra metido. Con reiteración digna de mejor causa, ha  anunciado un conjunto de medidas de emergencia, al paso que nos señala, en tono de primicia, que el modelo rentista petrolero no da más de sí y que este nuevo programa económico, el quinto o sexto, creo, en lo que lleva de gestión, “inicia un nuevo proceso que nos llevará a un nuevo comienzo”, frase críptica, envoltorio de un conjunto de  propuestas que, de acuerdo con los entendidos, algunos de ellos partidarios de su gobierno, tienen poco que ver con los problemas que se pretenden resolver. Quitarle cinco ceros a la moneda actual y otras ocurrencias, como anclar la moneda al petro o imponer el carnet de la patria como requisito para “racionalizar el parque automotor”, no son, opinan, sino el maquillaje que intenta disfrazar la bancarrota de un modelo desacertado, cuya última secuela es la hiperinflación que hoy en día nos impide adquirir el pan nuestro de cada día.

De paso, el Congreso del PSUV, que en días previos generó algunas expectativas  respecto a posibles enmiendas en el rumbo del gobierno, alimentadas por voces críticas de ciertos dirigentes, a la postre pareció ser un evento que prefirió esconder sus discrepancias bajo la alfombra y presumir de su unidad monolítica, sellada a cal y canto al mejor modo estaliniano. En fin, mal anda el país por estos tiempos porque mientras una parte de su liderazgo no se ocupa de otra cosa que no sea subsistir en el poder, otra no termina de calibrar la tragedia venezolana y mucho menos de asomarse como una opción política.


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