Así: “maduro” con m minúscula. Como cuando somos adolescentes y los adultos se quejan de nuestra inmadurez, de nuestra falta de sentido común y sensatez. Esa etapa donde la “inmadurez” nos hace decir sandeces y actuar sin responsabilidad. Cuando, por la misma “inmadurez” se disfruta llevando la contraria. El momento de la vida donde se mezcla la soberbia con la invulnerabilidad, a la que luego se le une esa actitud retadora propia de quien prueba los límites de la resistencia del adulto responsable de la formación. En la “inmadurez”, por lo general, la vida se ve sin riesgos, sin peligros, ni limitaciones. Así es el régimen, cual muchacho adolescente –pero, además, irreverente y altanero. Así actúa. Como jovencito malcriado al que le falta experiencia, mucha formación y criterio. Así es Nicolás: como un adolescente “inmaduro” al que se le entregó un cheque en blanco, que ha despilfarrado con sus camarillas más cercanos, sin un ápice de vergüenza. Como imberbe caprichoso que baila salsa, juega beisbol y celebra, cuando el resto del país está secuestrado por la violencia y muere en la miseria.

El régimen ya tiene 18 años. Está todavía en la adolescencia. La edad de quien se cree invencible y sempiterno. ¡Y lo que ha significado para Venezuela estar gobernada durante todo ese tiempo por la misma gente! No creo que tengamos ni las ganas ni la paciencia de ver cómo el régimen, a punta de artimañas, llega a la adultez. Sería demasiado tiempo y el daño a nuestro país se haría aún más profundo. Nada es más pernicioso para una nación que ser gobernado por grupo cuya única motivación sea la maldad en el poder. El poder los embriaga. Los envicia y los obliga a utilizar cualquier excusa para retenerlo. Retorciendo leyes, conciencias y voluntades. Nada es más dañino para un Estado que estar tanto tiempo conducido por las manos incorrectas. Por eso, cada tanto, surgen las protestas de la sociedad civil. Como un ciclo que se repite, sin perder las esperanzas de lograr el cambio. Por eso, cuando esto ocurre, vuelven a salir a las calles los esbirros del régimen, haciendo lo que saben hacer –para lo que fueron entrenados– reprimir. Por eso la Conflictividad –con la c en mayúscula– bulle en cada esquina a pesar de los esfuerzos de “maduro” –con la m en minúscula– por ignorarla.

Veo las cadenas del régimen en las que Nicolás canta, hace chistes, siembra un árbol, se ríe, baila con su “Cilita Bonita”, se molesta y amedrenta. Pero, también soy testigo de las concentraciones y protestas de una ciudadanía que no le teme a las lacrimógenas ni a la ballena. Veo al venezolano común, el de derecha o al que antes creyó en la izquierda, marchando una y otra y otra vez, para exigir lo que el régimen nos niega. Una ciudadanía que encara la represión de los esbirros sin miedo porque, a diario, esquiva las balas con la que los delincuentes siembran en sus comunidades el luto y la violencia.

El martes de esta semana hice en el programa una encuesta entre los oyentes. Un sondeo rápido para escuchar soluciones por parte de los propios dolientes de esta realidad país que nos supera y aplasta. “¿Qué debe hacer Maduro para bajar la conflictividad?”, fue la pregunta. Déjenme decirles que, aun cuando imaginaba el tono que podrían tener las repuestas, no dejó de sorprenderme cómo coincidían entre ellas. Hubo de todo. Por supuesto, tampoco faltó espontaneidad y esa chispa tan venezolana que hace del drama un chiste. Por ejemplo, para mi apreciado amigo Víctor Maldonado, la solución es muy simple: si Nicolás Maduro quiere resolver la crisis tiene que hacerse a un lado y permitir el cambio político de fondo que exige el país. Una frase que la mayoría de la audiencia resumió en un solo verbo. RENUNCIAR: Maduro, a juicio de los participantes, debe renunciar “e irse con su combo de sátrapas corruptos; que entienda que no lo queremos en el país y nos deje en paz” como me escribió un tuitero que estaba en sintonía del programa. Otro, recordaba a Nixon y al papa emérito Benedicto XVI: “Si ambos, poderosos y soberanos –uno de Estados Unidos y el otro de la Iglesia– habían renunciado, ¿por qué no Nicolás?”. Tampoco faltó quien pidiese ir a unas elecciones generales; pero, eso sí, previa depuración del TSJ, del CNE, eliminando a los colectivos armados (que ya hemos visto cómo cumplen las órdenes de Maduro, Bernal, Diosdado y el grupete de parásitos complacientes) y dejando trabajar a los diputados, legítimamente elegidos por el pueblo.

Mientras escribo estas líneas, de nuevo un grupo de venezolanos, tan venezolanos como los del oficialismo; sin que nadie les haya ofrecido nada –ni bolsas CLAP, ni un apartamento de Misión Vivienda, ni el carnet de la patria–, camina consciente de que más adelante se enfrentará a los cuerpos armados y represivos del Estado para impedirle, de nuevo, lo que por derecho concede la Constitución. Mientras que, en las adyacencias de Miraflores, los empleados públicos, so pena de ser despedidos de sus cargos, arrastran los pies y los ánimos para llegar hasta donde, una vez más, Nicolás –cual muchacho adolescente y fantasioso– los aturdirá con sus mentiras.

 


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