Fuenteovejuna es quizá la obra más universal de Lope de Vega. Refiere lo acaecido en un pueblo así llamado en tiempos de los Reyes Católicos. Su Comendador era Fernán Gómez de Guzmán, hombre soberbio y corrupto que abusaba de su pueblo y de su autoridad, robaba las rentas y encarcelaba a los habitantes. Finalmente, el pueblo se subleva ante su tiranía y una noche de abril de 1476 le dan muerte.

Los reyes envían jueces para investigar lo ocurrido y ante la pregunta: “¿Quién mató al Comendador?”, todos contestan: “Fuenteovejuna, señor”. “¿Quién es Fuenteovejuna?”, y por respuesta: “Todo el pueblo, a una”.

Lope de Vega, en su obra inmortal, refiere un fenómeno que se repite a lo largo de la historia: la rebelión de un pueblo ante la opresión de un tirano.

Ese es precisamente el fundamento del artículo 350 de la Constitución:

“El pueblo de Venezuela, fiel a su tradición republicana, a su lucha por la independencia, la paz y la libertad, desconocerá cualquier régimen, legislación o autoridad que contraríe los valores, principios y garantías democráticos o menoscabe los derechos humanos”.

Los pobladores de Fuenteovejuna, después de mucho soportar, finalmente se les agota la paciencia y se unen para enfrentar la tiranía. Eso mismo pareciera estar ocurriendo en Venezuela.

El 5 de enero vimos renacer la unidad. Toda la oposición se unió para designar a Juan Guaidó como nuevo presidente de la Asamblea Nacional. En su discurso planteó una meta común: a partir del 10 de enero se desconoce la legitimidad de Maduro.

Esa propuesta, con matices, la respaldan numerosas instituciones. Es la misma que propone la Academia de Ciencias Políticas y Sociales al rechazar la juramentación del presidente prevista para el 10 de enero “por ser electo en un proceso fraudulento” como el que ocurrió el 20 de mayo.

Los argumentos para tal rechazo fueron prolijamente desarrollados por la Cátedra de Derecho Constitucional de la UCV, cuyos profesores proponen a la AN que declare como “gobierno de facto” al actual régimen y agregan que el despotismo del 10-E apunta a la “disolución de la República”.

La Conferencia Episcopal Venezolana ha señalado: “Reiteramos que la convocatoria del 20 de mayo fue ilegítima, como lo es la asamblea nacional constituyente impuesta por el Poder Ejecutivo. Vivimos un régimen de facto, sin respeto a las garantías previstas en la Constitución y a los más altos principios de dignidad del pueblo”. Nos viene a la memoria la Pastoral de monseñor Arias Blanco el 1 de mayo de 1957 y sus repercusiones que condujeron al 23 de enero de 1958.

Y más recientemente los 14 miembros del Grupo de Lima (excepto México) advirtieron: “El proceso electoral llevado a cabo en Venezuela el 20 de mayo de 2018 carece de legitimidad por no haber contado con la participación de todos los actores políticos venezolanos, ni con la presencia de observadores internacionales independientes, ni con las garantías y estándares internacionales necesarios para un proceso libre, justo y transparente”. Agregan que “no reconocen la legitimidad del nuevo período presidencial”, reafirman su “inequívoca y firme condena a la ruptura del orden constitucional en Venezuela” y exhortan al presidente Maduro a “transferir a la Asamblea Nacional, en forma provisional, el poder ejecutivo hasta que se realicen nuevas elecciones presidenciales democráticas”.

Por su parte, el embajador de Francia declaró que no asistirá a la toma de posesión de Maduro el 10 de enero: “Se trata de una posición conjunta de la Unión Europea”; es decir, ninguno de sus embajadores asistirá.

Lo OEA celebrará el mismo 10-E una reunión para considerar el caso de Venezuela. La pérdida de legitimidad y el fin de la democracia es el denominador común de todos los planteamientos.

La oposición deberá compartir la tarea –con el respaldo de la comunidad internacional– que propone el Grupo de Lima. A la Asamblea Nacional y al TSJ designado por ella les corresponderá un papel protagónico. Actuando como equipo, sin necesidad de un líder mesiánico, deberán cumplir con la responsabilidad que les toca –“todos a una”–, tal como recitaba Lope de Vega en su imperecedera obra Fuenteovejuna.


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