Con emotividad y esperanza arrancó este esfuerzo de la sociedad civil que no dudo en calificar de altamente alentador. El acto del martes 6 de marzo pasado en el Aula Magna fue sencillamente espléndido y el replique ciudadano que tuvo el sábado 17 de marzo en varios estados fue realmente enaltecedor. No así el triste espectáculo, cerrado y con atmósfera de conciliábulo que la dirigencia presuntamente opositora montó el jueves 8 de marzo en el anfiteatro de Chacao, casi como obligada por dar una respuesta inmediata para no quedarse atrás por la brillantez de la iniciativa social de grupos no partidistas. En esa oportunidad las incoherencias conceptuales insuperables entre la teoría y la acción de las mismas cúpulas partidistas, que no han sabido conducir la disidencia por un fértil camino político en medio de las evidentes adversidades, salieron a relucir en su máximo esplendor. Vimos a los mismos dirigentes que en un pasado reciente han sugerido trabajar a favor del régimen para que se levanten las sanciones internacionales aparte de sus funcionarios, y a otros que forman parte de agrupaciones partidistas que, sin vergüenza alguna, permiten que sus gobernadores elegidos por sus pueblos vayan a juramentarse ante la asamblea constituyente.

Si la sociedad civil entiende que para alcanzar otra vez el poder es necesario reconstruir el país, sus ideales e instituciones, entonces tiene que arribar a la perentoria conclusión de que es también urgente reconstruir su dirigencia política. No se trata solo de nuevos hombres: necesitamos también nuevas ideas y nuevos procedimientos, tal como lo proclamó en su momento el  general Cipriano Castro.  

Dentro de esa idea de reconstrucción del país, todo el esfuerzo debe centrarse en la idea de fortalecer la ciudadanía. El ciudadano debe entender que el poder político lo tiene él y que los partidos son tan solo sus legítimos delegatarios. No podemos seguir culpando a los partidos de nuestras penurias políticas, pues ellos son el vivo reflejo de nuestros propios males sociales: egoísmo, egolatrías, intolerancia…; son todos los lados negativos de una misma moneda contra los que debemos luchar.

El ciudadano debe entender, concebir y concientizar definitivamente que estamos en dictadura. No seamos eufemistas ni ingenuos creyendo que por la realización de actos masivos, los cuales no dudo en llamar esplendorosos socialmente como el del Aula Magna del 6 de marzo, no estamos en tal situación política. Toda dictadura necesita de esos actos y sabe administrar su ocurrencia con la precisión del relojero, a diferencia de la tiranía que los impide absolutamente. 

En definitiva, si estamos en dictadura y sabemos que las dictaduras no se cuentan y si se cuentan no pierden, ¿qué debemos hacer para alcanzar nuestros objetivos de cambio político y social? Pues lo primero: entender que necesitamos un nuevo perfil de dirigente o representante político. No uno que cohabite con el régimen tratando de pactar acuerdos que aquel continuamente solicita para luego incumplir, extendiendo así su perversa dinámica de permanencia que implica constantemente, generar expectativas de cambio que no se cumplen, para entrar inmediatamente en un nuevo ciclo de esperanzas renovadas que conducirían inexorablemente a otra etapa de diálogos, acuerdos y negociación que también incumplirá, y así sucesivamente mantenerse entre expectativas y frustraciones de los ciudadanos. El líder o representante de la oposición que necesitamos es aquel que entienda que en dictadura los factores disidentes activos deben retar al gobierno de facto para que incurra en costos políticos. Es un líder que resulte incómodo para el régimen, porque está dispuesto a arriesgar su libertad y esfera de comodidad por forzar situaciones extremas en las que se originen definiciones, no que trabaje en lograr periódicos alientos prolongados en diálogos disfrazados de extremaunción, que solo esconden una intención de extensión o continuidad del sistema.

Llegará el momento en que podamos sentarnos a negociar parcelas con el enemigo para una transición, en aras de una salida inevitable. Pero ese momento solo será posible después de una fuerte presión socio-política, y solo será útil para la disidencia en la medida que ella pueda administrar la conveniencia y oportunidad de un triunfo político, con el ahorro de un costo social. Falta que corra mucha agua debajo del puente para llegar a ese momento.


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