Todos los días me pregunto si tenemos el liderazgo necesario para rescatar la normalidad y con ella recuperar una democracia plena, comprometida y constructiva que una a todos los venezolanos en la construcción de una Venezuela, verdaderamente, grande y libre. Cada día me pregunto si es posible, en breve o mediano plazo, cambiar las aberraciones inconstitucionales promovidas y ejecutadas desde el poder por el castrocomunismo, que tanto daño nos han hecho, y volver a un país donde prevalezca el Estado de Derecho. Me pregunto qué pasará con todo el odio sembrado durante todos estos años y qué debemos hacer para lograr una reconciliación que nos permita al menos inventarnos un poco de paz y algunas alegrías. Por supuesto que no dejo de preguntarme, cómo lograr que las oposiciones se unan, si cada vez que alguna tendencia lo propone, en seguida aparece otra tendencia rechazándolo de plano y con argumentos en ocasiones escasos, cuando no traídos por los cabellos.

Todos estos factores, que tienen su peso en nuestro escenario político, nos dan pie para pensar que podríamos estar muy cerca de ser definitivamente aplastados por el castrocomunismo, porque contrariamente a lo que dicen los optimistas, no solo no hemos tocado fondo, sino que lo peor que nos puede pasar, representado, por una parte, por la lucha abierta entre electoralistas y abstencionistas, la cual ha alcanzado una brutal intensidad incluso en el lenguaje, y por la otra, por la reelección del más indeseado de todos los gobernantes, o sea Nicolás Maduro, está por ocurrir, gracias al ejercicio de la insensatez de las oposiciones, al no unirse para enfrentar tan trágica circunstancia, y a la autocrática voluntad de la cúpula gobernante de permanecer, a como dé lugar, en el poder.

Mi asombro aumenta cada día, cuando al mismo tiempo veo que las calles permanecen vacías, que las protestas, que son muchas y muy variadas, no se hacen sentir, que el aire está lleno de rumores que mueren casi al nacer, que la realidad está vestida con los trajes más perversos que una dictadura puede ofrecer y que las ansias de cambio están atrapadas por un conjunto de falsas maniobras que, sin querer queriendo, conducen a una enmarañada inercia de difícil comprensión.

La oposición tiene casi dos décadas cargando una piedra al hombro que, por muchas razones, no puede colocar en la cima de la montaña, lo cual seguirá ocurriendo para nuestra desgracia, mientras no revisemos descarnadamente los hechos y los personajes de la tragedia, que nos permita encontrar esa luz al final del túnel que estamos persiguiendo como mineros atrapados por un derrumbe, desde que el régimen se desnudó para decirnos cuál era su verdadera naturaleza.

Lo que vemos hoy a dos meses de un nuevo golpe de Estado utilizando la institución del voto, es de terror. Un CNE y un Plan República a la entera disposición del régimen, una oposición desmembrada, una MUD golpeada tanto por el régimen como por opositores que actúan como si la causante de la tragedia que vive Venezuela fuese la MUD y no el gobierno, un liderazgo opositor con poca fuerza y con una credibilidad disminuida, un pueblo sometido de manera aberrante con el chantaje implícito de las bolsas CLAP, el carnet de la patria, las OLP y la represión en todas sus formas, unos partidos vetados por el régimen, candidatos inhabilitados que le ganarían a Maduro aun en unas elecciones fraudulentas, y en medio de este desastre, una ciudadanía cada día más abandonada a su propia suerte, llena de frustración y desencanto, sometida más al dilema de irse o no del país que al de votar o no votar.

Y todo esto ocurre, déjeme decirle querido lector, frente a un régimen que se quitó el disfraz y se siente más fuerte y armado que nunca, con un aparato represivo que crece como la espuma, un TSJ cada día más osado en su conducta inconstitucional, unos colectivos muy bien armados que, con inusitada desfachatez, desfilan su impunidad en actos públicos y en presencia de unas FA, que, como si no fuera con ella, mira para otro lado, una espuria constituyente cargada de odio, y un pacto unitario en torno a la abstención, al que Henri Falcón respondió con una jugada que, para muchos es traición, y para otros es legítima aspiración.

A este cuadro, ya de por si trágico, hay que añadir la crisis humanitaria con sus graves consecuencias y un país económica, social, moral y anímicamente perturbado, que no sabe qué hacer.

En medio de tanto escombro veo aparecer en la escena, con una mezcla de beneplácito y mucho temor, la convocatoria a un Frente Amplio de oposición al régimen, dispuesto a montarse la piedra al hombro para colocar nuestra aspiración democrática en el sitio del cual nunca debió bajar. Y digo que lo veo con beneplácito porque eso me conserva la ilusión de que sea válida y cierta la consigna que sus promotores han utilizado, al decir que Venezuela no se rinde, pero he añadido que lo hago con temor, porque tengo el convencimiento de que las posiciones que llevaron a romper la unidad no han desaparecido, porque en las calles y en las redes rugen los abstencionistas a ultranza, los electoralistas fanáticos, los inconformes a tiempo completo, y los que gritan que hay que salir de Maduro y del régimen ya y sin importar el cómo, sin explicarnos cómo se confecciona ese plato y todo eso avanza sin que ninguna de las tendencias cambie de opinión.

Sin embargo, y a pesar de la realidad que da origen a nuestras dudas sobre el destino y posible subsistencia del Frente Amplio anunciado, los convocados de buena fe nos hacemos preguntas que requieren respuestas muy honestas por parte de los convocantes. Los convocados queremos saber quiénes son las cabezas visibles del nuevo movimiento, quiénes sus voceros autorizados, cuáles los argumentos, las metas y los plazos, cuál su vigencia en el tiempo y qué tienen previsto para eso que solemos llamar el día después.

Hasta ahora sabemos que no rechazan la participación electoral, siempre y cuando las condiciones mejoren al punto de hacerlas competitivas, para lo cual estarían obligados a emprender una programación de protestas muy visibles y sin descanso, con la mira puesta en los objetivos, y la pregunta es qué responderán cuando el régimen, fiel a su abuso de poder como es su costumbre, no solo les diga que no hay modificaciones a lo ya decidido y que les digan, como han repetido hasta la saciedad Maduro y su corte, que sean cuales fuesen los resultados electorales no están dispuestos a entregar ni un centímetro de lo que ellos abusivamente llaman revolución y esto sin dejar de lado las oposiciones radicales a la creación del Frente que están en pleno desarrollo, el discurso de los indignados que rechazan el voto hasta no salir del régimen, sin explicar cómo se logra eso, y tomando muy en cuenta el daño que hacen los dardos descalificadores de aquellas agrupaciones opositoras que están en otra onda.

En todo caso, la suerte de este nuevo intento está en manos de ese 85% de venezolanos, en su mayoría inmersos en una crisis de desconfianza y una incertidumbre que puede tener efectos devastadores para el rescate de la democracia, aun cuando, absolutamente todos, rechazan a Maduro y su entorno por sufrir en carne propia y viva los estragos de las políticas del desgobierno. Es ese 85% el que debe decidir si está o no de acuerdo con el Frente Amplio. El asunto no es sencillo y lo peor de todo esto es que los más recientes y letales arrebatos autoritarios del régimen, cayeron de un solo golpe y encontraron a las oposiciones sin discursos merecedores de confianza.

No cabe la menor duda acerca de las dificultades que habrá de enfrentar esta nueva iniciativa opositora que representa el Frente Amplio, porque al margen de los ataques de su enemigo principal, que es el régimen, el tiempo para consolidarse es muy breve y porque le toca navegar en aguas excesivamente agitadas en las que abundan pescadores en río revuelto.


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