Comienzo por confesar que no encuentro otra palabra mejor para definir mi respuesta a lo acaecido en las elecciones regionales que la de estupefacción. Que es la misma de todas las personas con las que he podido conversar. Y a nadie le oí o le leí que vaticinara algo parecido. De manera que lo que ahora bosquejo tiene todos los límites del boxeador que se levanta de un gancho demoledor y comienza apenas a organizar su inmediato entorno. Para empezar nos ahorramos la descripción de esa jornada tan particular que ya todos debemos tener atiborrada para siempre en la memoria cívica. También eludimos, cuestiones de espacio disponible y tiempo para rumiar, las importantísimas y acuciantes cuestiones que el evento plantea, básicamente cómo pudo sacar la mitad de los votos emitidos un gobierno que ha asesinado un país. O cuál es el origen de la abstención que tanto dañó las posibilidades opositoras. Que en concreto implica discernir la parte que le corresponde a las tropelías del gobierno y la que viene de los desaciertos del liderazgo de la MUD. Ellas encierran el meollo de la dramática situación nacional.

Quiero avocarme solamente a eso llamado fraude, no menos significativo y prioritario. Hasta ahora el uso de ese término lo redujimos a su más limitado sentido: la sustitución de los resultados verdaderos de los comicios por otros falsos y convenientes a los dueños del circo. Lo otro que pueden ser barbaridades de la talla de llevar a punta de pistola a campesinos a votar en mesas solitarias abiertas casi a medianoche por el glorioso Plan República (Carlos Ocariz) lo llamábamos ventajismo. Esta clasificación debe venir de la prolongada obsesión por el protagónico papel del fraude en el revocatorio presidencial de 2004 que hasta nos llevó a todo tipo de delirios imaginativos, incluida la muy honorable Universidad de Harvard. Y que tanto daño posterior hizo sembrando abstencionismo donde no se debía. El ventajismo, que no hay que olvidar que también es corrupción, se consideró algo endémico, planetario, inevitable, superable y, que en nuestro caso, implicaba la dura faena de enfrentarse sin mediaciones con el Ejecutivo, personalizado en el teniente difunto, bien armado y camorrero políticamente. Y que de barbaridades nos acostumbramos a dejar pasar mirando a otro lado, apenas con algún murmullo: el uso abusivo de los medios, la delincuencia de los colectivos, las amenazas y la guillotina para los empleados públicos, los atropellos de los custodios militares, la descarada compra de voluntades, el amedrentamiento de inermes votantes, la anulación de observadores internacionales, etc., etc. Valga decir, nos fuimos acostumbrando a vivir en un chiquero electoral cada vez más fétido con unas máquinas supuestamente incontaminadas, “con las cuales es imposible hacer fraude”. Obviamente, esto era falso. Si tomamos el término fraude en la acepción del más elemental tratado político como toda forma de coaccionar la libertad del voto, que son innumerables, tan fraude es el denunciado por Smartmatic como atropellar a los electores con una cadena promocional terminado el lapso de campaña. Creo que es poco discutible.

Lo que sucede ahora es que Maduro, observado ahora enfáticamente por el mundo democrático, pretendió unas maniobras supuestamente subrepticias pero de una catadura tan grotesca y de una ilegitimidad tan flagrante, desde las primeras hasta las últimas, por supuesto la fascista constituyente incluida, que pasó todas las rayas amarillas y rompió la dicotomía fraude/ventajismo, tan útil para los déspotas. Por eso creo justa e importante la posición de la MUD, y el desconocimiento internacional de los términos del CNE. Lo que no quiere decir, aclaro, que la derrota proviene solo de los delitos gubernamentales (ver supra), pero sí que estos son suficientes para llamar fraude al fraude y actuar en consecuencia, en especial desacatar a la constituyente. Para que empecemos, es una ardua tarea, a reconquistar la dignidad republicana hace tanto tiempo perdida, en ese y muchos otros campos. Todo lo demás se está discutiendo y es sano y es necesario dado lo trascendental de la derrota sufrida, bienvenidos hasta los oportunistas.


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