Se ha cumplido el plan estratégico de la dictadura. El evento del pasado 20 de mayo solo ha servido para justificar la presencia de Maduro y su camarilla en el poder. Todo el proceso que nos trajo hasta esta fecha y el mismo suceso del pasado domingo, han sido un burdo fraude, un delito contra la Constitución, contra todo el orden legal vigente y la fe de un importante segmento de nuestra sociedad.

Los hechos son tan evidentes que no hay forma de ocultarlos, más allá de las toscas justificaciones que los voceros del régimen se inventan para dar alguna explicación ante tan absurdas decisiones.

Lo cierto es que una vez más, luego de instaurado el fraude, abierto con la supuesta elección de una asamblea constituyente, el CNE ha entregado un resultado a todas luces manipulado.

Hay un abultamiento del número de participantes y se ha declarado ganador a quien es repudiado por la inmensa mayoría de los ciudadanos de nuestro país.

Lo ocurrido era un resultado cantado. Para eso se adelantó de manera unilateral la fecha del proceso. A tal fin se promovió y organizó la división de la oposición y se ofreció, de manera consciente, un pequeño grupo de actores políticos.

Para ello se sometió a la oposición a un deliberado trabajo de agotamiento y hostigamiento, con el objetivo de impedirle el legítimo derecho a decantar de manera democrática la articulación de su propuesta electoral.

Todo ese plan ha concluido con una caricatura de elección el pasado domingo, con la que la camarilla roja ha terminado su obra para justificar su ilimitada ambición de poder.

Lo más triste de toda esta bufa función ha sido el papel de quienes se prestaron para tratar de presentar una cara de elección democrática, que jamás tuvo.

Si bien es cierto que muchos ciudadanos, algunos intelectuales y actores políticos obraron de buena fe, creyendo que el mal menor era participar en la simulada campaña y asistir a los centros de votación para “ejercer el sagrado derecho al voto”, no tengo ninguna duda de que en el epicentro de las opciones ofrecidas como “opositoras”, está la presencia de actores políticos que han impulsado dicha participación con un claro compromiso con el régimen de hacerle comparsa, para lograr unos pingües beneficios personales, sin importar para nada el sufrimiento de nuestro pueblo.

Son actores políticos cuya trayectoria a lo largo de estos años ha consistido en la acomodaticia postura de suave discrepancia con la dictadura. Personajes que no se habían atrevido a convertirse en agentes directos del régimen, como lo hicieron otros, que desde sectores distintos al militarismo marxistoide terminaron abiertamente respaldando y justificando la bárbara gestión de la camarilla.

Ese grupo promotor de la comparsa llevará en sus haberes el pecado más grave de su acción política: haber ofrecido su colaboración a profundizar la división de la sociedad democrática.

Porque, más allá de los argumentos esgrimidos a favor o en contra de participar o no en una determinada elección, lo que a mi modo de ver se puso de lado fue el compromiso de trabajar honestamente por la unidad de nuestro país, y por la laboriosa tarea de conseguir el camino de restauración de la democracia.

Ahora este sector pondrá su acento en culpar del resultado consumado a quienes no ofrecimos nuestro concurso a la farsa ejecutada.

Ya han justificado el preconocido resultado de la no participación de la inmensa mayoría de nuestra sociedad democrática. De ahí nadie los sacará: perdimos por culpa de la abstención.

Solo una excusa. Ellos sabían que no era posible aceptar un proceso tan profusamente viciado; sabían que no se podía concurrir a una emboscada en la que la fecha electoral era la que le convenía al régimen.

Esta postura trató de ser enmendada por Henri Falcón antes del anuncio oficial de los resultados, cuando al aparecer ante los medios expresó: “Nosotros desconocemos este proceso electoral”. En esa declaración mostró su rechazo a los abusos del régimen y el desconocimiento de “los acuerdos” que él había firmado con el gobierno. Todos esos conceptos son parte de los elementos que condujeron al rechazo de la emboscada ejecutada, y que Falcón y su equipo desestimaron.

Hubiese sido preferible el escenario del plebiscito puro y simple al de la caricatura de elección que contribuyó a ejecutar. Fue tan burdo, tan inmoral el abuso corrupto del poder, que Falcón no tuvo otra opción que desconocer el fraudulento proceso.

Aunque podríamos repetir el adagio popular que puso de relieve el ex presidente Luis Herrera Campins, “tarde piaste, pajarito”, es un elemento positivo que tiene una importancia para terminar de consolidar la convicción del fraude consumado y, en consecuencia, la ilegitimad del régimen.

Venezuela ha hablado reciamente el domingo 20 de mayo. El vacío es un mensaje de repudio a la dictadura y a su círculo colaborador.

Hay diversas formas de expresarse. La ausencia de la inmensa mayoría de nuestros compatriotas en los centros electorales ha sido un contundente grito de exigencia de democracia y libertad.

La dictadura, como todo régimen autoritario, desea continuar en el poder para siempre. Es nuestro deber fundir en una sola voluntad la diversidad de la sociedad democrática a fin de poderla convertir en una fuerza superior, que obligue a los usurpadores del poder a abandonarlo.

Es una tarea pendiente para todos nosotros, los que de verdad deseamos el término de esta etapa oprobiosa y oscura de nuestra vida republicana. Pero más urgente es la tarea para quienes con aciertos y errores, hemos de verdad enfrentado a la barbarie y luchado por su definitiva derrota.

Los venezolanos no podemos cesar en ese esfuerzo. El fraude perpetuado no va a ofrecerle legitimación a la dictadura. Por el contrario, su implementación la ha desnudado ante el mundo. Nadie reconoce a Maduro como “presidente legítimo”. Tampoco va a adquirir un aliento de gobernabilidad. Su congénita incapacidad para hacer, es decir, para gobernar, hará inviable su presencia en el poder.

A partir del evento del 20 de mayo la dictadura entra en cuenta regresiva.


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