Hace unos días leí en este mismo periódico cómo la desesperación forzaba a muchos venezolanos a prostituirse en Cúcuta. Lo narrado le lleva a uno a imaginarse la lúgubre situación que se vive en la frontera. La venta del propio cuerpo para alimentar a los hijos, violaciones, muertes en condiciones dramáticas, abusos de todo tipo, así como la experiencia física y psicológica de violencia que todo esto implica, son indicios de una sociedad gravemente herida.

A esto se suman las separaciones familiares, la soledad de los niños que se han visto sorprendidos por la necesidad de crecer sin sus padres, la desnutrición de muchos, la situación de los ancianos abandonados a su suerte, los asesinatos, robos, invasiones y múltiples arbitrariedades en un país sin ley, entre los tantos rostros del sufrimiento en las diversas “fronteras” humanas. Un abanico de dolor ansioso de redención.

La crisis económica ha forzado a muchos a hacer cosas que tal vez no hubiesen hecho en otras circunstancias. Es la experiencia de la debilidad humana, pero también del alcance que pueden tener las acciones irresponsables de unos pocos en las vidas de una población. Es cierto que el ser humano puede mantener su libertad interior independientemente del daño que otros le infligen, pero también es cierto que la situación de algunos puede ser en momentos de extrema vulnerabilidad y cara a sus sufrimientos, un mal gobierno está ligado a sus vidas. Nuestras acciones, silencios, omisiones y traspaso de los límites nos afectan principalmente a nosotros, pero también a muchos otros. De igual modo sucede con el bien que podamos hacer: su alcance es poderoso y siempre inimaginable.

Por eso, para no reducirme a responsabilizar de tanta herida a quienes tienen su propia conciencia y deberán rendir cuenta de mucho, me gustaría concentrarme en un mensaje más positivo: en la necesidad que hay y habrá de trabajar con las personas. La activación del aparato económico ayudará sin duda a que nos valoremos más como país al vernos útiles y productivos, pero después de escuchar tantas palabras que hunden y vivir situaciones difíciles, los seres humanos necesitan de ayuda para fortalecerse: para que tanto dolor rinda fruto. Habrá mucho que sanar, que reconstruir y perdonar, y será necesario ahondar en las fortalezas que pueden germinar de las respectivas debilidades o carencias. Y en esto podemos ayudarnos entre todos: el que se haya fortalecido en algún aspecto que ofrezca su mano a otros.

El proceso de recuperación es personal, sí, pero también comunitario. Así como el deterioro ha permeado una población, así entre todos podemos hacer que nazca una Venezuela más solidaria. Una en la que sus ciudadanos sean más conscientes de que la propia vida está asociada a la de los demás.

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