En mi artículo de la semana pasada “El resultado no justifica los medios”, escribí sobre el realismo político de Maquiavelo caracterizado por dos elementos: finalidad y método. La finalidad es el ejercicio eficiente del poder; es decir, un ejercicio que desemboca en un Estado fuerte, bien ordenado, estable y que garantiza la seguridad, la vida y la prosperidad de los ciudadanos. En cuanto al método, se basa en un pesimismo fundamental sobre la naturaleza humana. Dada la perversidad humana, el gobernante necesita prescindir de sus escrúpulos morales, con el fin de ser eficiente en el ejercicio de su poder.

Si bien las bases de un Estado ordenado son la ley y la fuerza, Maquiavelo argumenta que la legitimidad de la ley descansa en la fuerza coercitiva: no hay autoridad sin fuerza. De allí la conclusión de que el miedo de los gobernados es preferible a su afecto. Así, lo que lleva al gobernado a someterse a la ley es el miedo al poder del Estado. Ahora bien, los métodos mediante los cuales el gobernado se somete a la obediencia del gobernante son variados y son susceptibles de ser aprendidos por este último, a través de un entrenamiento especial.

El modelo de Maquiavelo queda definido totalmente cuando presenta al poder en término de dos variables: virtú y fortuna (ambas escritas en italiano). Virtú se refiere al rango de cualidades personales que el gobernante encontrará necesarias para “mantener su Estado” y “lograr grandes cosas”, los dos atributos evidenciables del poder para Maquiavelo.

El sentido que tiene Maquiavelo de lo que es ser una persona virtuosa se puede resumir en su recomendación de que el gobernante, por encima de todo, debe adquirir esa “disposición flexible”, aquella disposición que le permite variar su conducta del bien al mal y/o del mal al bien “según lo determinen la fortuna y las circunstancias”.

Entonces aparece la segunda variable: la fortuna, entendida como suerte, oportunidad o destino, todas las cosas que el gobernante no puede prever o controlar. Si se quiere, la fortuna –lo imprevisto– es el enemigo del orden político, la última amenaza para la seguridad del Estado.

La discusión más famosa de Maquiavelo sobre fortuna ocurre en el capítulo 25 de El Príncipe, en el que proponen dos analogías para comprender la situación humana frente a los acontecimientos. El espacio no me alcanza para transcribirla, pero puedo decirles que Maquiavelo refuerza la asociación de fortuna con la fuerza ciega de la naturaleza al explicar que el éxito político depende de la apreciación de los principios operativos de la fortuna.

Dado que el poder es una función de tales dos variables, uno podría decir que la fórmula para el éxito en el ejercicio del poder consiste en la optimización de las mismas: o bien maximizando la “virtú” o bien minimizando la “fortuna” mediante las adecuadas previsiones. Sin embargo, con la fortuna hay un pequeño problema.

En un ensayo titulado La imaginación humana, Robert P. Harrinson, Ph.D y profesor de Literatura Italiana Cátedra Rosina Pierotti y jefe del Departamento de Francés e Italiano de la Universidad de Stanford, afirma que William Shakespeare (1564-1616) fue uno de los grandes críticos de Maquiavelo. Harrinson refiere una escena de El rey Lear que encuentro apropiada para describir la situación actual de nuestra destruida Venezuela.

En la escena en cuestión, Regan y Cornwall ciegan a Gloucester al sacarle los ojos y un sirviente que está de pie no puede soportar, moralmente no puede soportar, la visión de esta atrocidad, y así desenvaina su espada y desafía a su propio señor Cornwall en nombre de la justicia natural. Emprenden una pelea a espadas y Cornwall es herido por el sirviente antes de que Regan apuñale a este por la espalda y lo mate. Y Cornwall, que estaba a punto de realizar sus desnudas ambiciones políticas a través de todos los medios necesarios pero crueles, declara: “Sangro a toda velocidad, Regan; no esperaba esta herida”.

De acuerdo con Harrinson, la última oración resume la tragedia del poder según Shakespeare: que existe ese elemento de lo impredecible; que hay algo como esa herida que viene de manera imprevista; que no importa cuánto intentes controlar el resultado de los eventos y te prepares para sus fluctuantes contingencias, siempre hay algo que viene inesperadamente y, de paso, parece estar asociado con la muerte.

Si bien siempre hemos sabido que Nicolás Maduro no exhibe virtudes en el sentido convencional de la palabra, ahora sabemos que tampoco las tiene en el sentido maquiavélico pues no es capaz de salirse del mal para pasar al bien, tal y como lo ameritan las actuales circunstancias.

Les guste o no, amigos lectores, ahoritica –y más que nunca– dependemos de la fortuna.

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