Hace 20 años, Venezuela decidió cambiar su rumbo y resbaló hacia un abismo en su búsqueda por un camino más rápido, adornado de falsas promesas que ofrecía las posibilidades de un mejor vivir. Esta decisión dejó a un lado la posibilidad de tomar el camino largo que podía llevarnos a un destino seguro. La decisión por un sistema de gobierno diferente destruyó el poder adquisitivo y la calidad de vida del venezolano, negándonos hasta el acceso a los servicios básicos y vitales. A diario, por largas horas o incluso días, vivimos sin agua, electricidad o gas. Además, todo el país está expuesto a epidemias que seguramente ya padecemos, pero la censura impide que nos enteremos y tomemos precauciones específicas. El alto costo de la vida nos ofrece pocas opciones para el aseo personal y la adecuada limpieza de la casa.

Tan grande ha sido la caída y tan duro el golpe que se llevó por delante a todos los medios de producción que sustentaban económicamente al país. Venezuela era considerada la taza de plata de Latinoamérica, el país con la mayor diversidad de recursos y aquel con más opciones de alcanzar el desarrollo del primer mundo; hoy día nos encontramos entre los países del mundo con mayor inflación, con los niveles más altos en pobreza, con la mayor deserción poblacional, en fin con los peores índices sociales, económicos y laborales que se puedan medir.

Todos estos males son la consecuencia de ese camino corto. Poseemos un modelo político que nunca ha pensado en construir sino en destruir lo que ya existía, para poder tomar el control total y, una vez que estuviéramos en el abismo, dar la sensación de que son los únicos poseedores de las herramientas para poder salir de allí. Entre sus mecanismos se encuentran la disminución de la clase política opositora, desprestigiándola, amenazándola y persiguiéndola para que la población no la vea como opción de solución de los problemas del país.

Destruir y minimizar los contendores es seguir manteniéndonos en el abismo; es dar falsas sensaciones de control cuando en el fondo sabemos que no es así. Todo se les ha salido de las manos, no tienen un control económico ni mucho menos social. Por más que inventen planes, carnets, conos o cualquier artificio de posible solución, no van a poder mejorar ni reconstruir lo que por tantos años han destruido.

Nos espera una inmensa tarea: buscar la forma de salir del abismo. Debemos cambiar radicalmente el modelo político; debemos sacarlo de raíz para poder retomar ese camino que perdimos hace 20 años. Entre todos debemos regresar a nuestros valores fundamentales que nacen en el  núcleo familiar, y desechar todos aquellos antivalores que han intentado inculcarnos para poder mantener el caos en el que nos encontramos. Nunca olvidemos que Venezuela libre resiste, persiste y existe.


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