Antes y durante su revolución militarista, Fidel Castro centró su discurso en el concepto de la decente anticorrupción contra todo gobierno prostibulario. Juró que nunca más su nueva, y limpia Cuba, sería el  sucio lupanar cabaretero para  yanquis y otros capitalistas.

Luego, con el pretexto del bloqueo imperialista gringo pasó de heroico líder a proxeneta, vocablo académico, chulo en jerga popular. Designan al delincuente que se sirve de otros para beneficio económico propio utilizando violencia, intimidación, engaño y explotación sexual. Así, tres generaciones cubanas fueron sacrificadas primero como soldados en África en pago por los servicios y regalos soviéticos a su casta en la isla. Desde “el período especial” hasta hoy el pueblo cubano sobrevive del robo pactado con Hugo Chávez y su pandilla, las remesas enviadas por sus paisanos libres, como jinetero en las calles habaneras para turistas mundiales y médicos graduados o no, alquilados con altos sueldos dolarizados en varios países amigos, para ejercer labores de espionaje, adoctrinamiento y enfermería en barrios sujetos al proselitismo comunista. Una esclavitud llamada glorioso marxismo tropical. Un salvaje capitalismo estatal implantado a juro, represor de los básicos derechos humanos y sin productividad laboral en su lar, siempre a la caza de un proveedor. A eso lo llaman soberanía.

Pero fue en la Venezuela chavista-madurista donde y cuando el  castrochulismo alcanzó  su clímax. “El infierno tan temido”, frase del escritor uruguayo Juan Carlos Onetti en su clásico relato sobre la maldad del odio cotidiano que culmina en psicópata degradación humana.

Aliado con Hugo Chávez se incrustó en Venezuela, clandestino al principio para violar la legislación constitucional de 1999, invadir los poderes Ejecutivo, Legislativo, Judicial y Electoral, eliminar al democrático Estado de Derecho, corromper y complicitar a los estratos superiores de sus Fuerzas  Armadas –un generalato con medallas de latón y bolsillos de oro– junto con polítiqueros, gremios y miles de  funcionarios públicos desde los ministeriales hasta policiales, de seguridad estatal, extendido su modelo gansteril con poderío absoluto en la creación de ilegales milicias, cuerpos paramilitares y el colectivo  hamponato común armado. Su meta fija: apropiarse de la inmensa y variada  riqueza minera venezolana para mantener su régimen de burdel. Con un  letrero chulista en su  casa de citas mafiosas: patria o muerte. Su vocero final es el usurpador, criminal de mucho sebo y nulo seso. 

Cuando este 11 del mes en curso, el actual presidente Juan Guaidó convocó al Parlamento legítimo para solicitar la aprobación del decreto de emergencia nacional y reitera que a partir de ese documento se prohíbe el “chuleo” cubano, receptor de petróleo venezolano diario y gratuito, marca el fin de un ciclo que el narco-régimen alcahuete llamó socialismo del siglo XXI, cuyo saldo macabro en asesinatos, ejecuciones, masacres, presos, lisiados, expropiados y otras víctimas, tiene su verdugo principal en esta invasión injerencista, mercenaria y concertada.  

 Cerró el lenocinio de chulos y chuleados que vivió a costa de una mujer hoy arruinada: Venezuela. Y pronto quedarán vacíos sus cuarteles, oficinas y tribunales donde fueron madamos-as, primeros-as combatientes, herederos-as, clientes-as, todos cortesanos. Algunos serán reos en banquillos de la justicia que no prescribe. Registran para la historia como fichas del castrochulismo, cruel sistema parasitario que manipula todavía en ciertos países del continente y más, porque se sustenta en el transnacional crimen organizado.

Llevará un lapso hasta recobrar lo bueno, la imperfecta re-democracia se hace esperar.

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