La gastronomía española no sería la misma sin el aporte de la epicúrea y dionisíaca Galicia. Pueblo hedonista, pero disciplinado y laborioso su tierra, sus rías y su mar, amén de la sabiduría y el sabor de sus fogones, hace posible una de las certezas más claras del placer de comer y beber. ¿Quién no ha caído de rodillas, por ejemplo, ante la voluptuosidad gallega de percebes, almejas, navajas –todo un vicio-, bogavantes, berberechos, ostras, vieras, cangrejos o centollas, ricas viandas regadas con buen vino, claro?

Fillaboa es, también, hablar de la Galicia más auténtica, referirse a todo un clásico de la viticultura en las Rías Baixas,  y a uno de los blancos más queridos de la región. Artesana y moderna, la casa es la más extensa de Pontevedra con 70 hectáreas de viñedo, cultivado en parrales y espalderas, muy marcados por el clima atlántico. Once  pagos componen Fallaba: Monte Alto, Vía, Terneros, Castro, Socalces, Antigua, Miño, Eucalipto, Río, Carasol y Las Nieves. Cada pago es manejado especialmente según las peculiaridades del suelo y la edad de las parras. La uva cosechada en cada parcela, es destinada a vinos en particular.

Por lo pronto ya tenemos dos etiquetas en el mercado. El Fallaba Albariño Selección Finca Monte Alto, una especial producción de apenas 15.000 frascos. Inimitable, es elaborado exclusivamente a partir de uvas cosechadas del viñedo Monte Alto y trasegado en diciembre para luego permanecer, por nueve meses, en contacto con sus lías. Deliciosamente maduro e intenso, su nariz es pura fruta con recuerdos a manzana y notas cítricas. Es untuoso, filoso, cítrico, mineral y muy persistente. Un rico manjar. Así, el Fallaba Albarino se entrega franco, balanceado y fresco, con rica acidez, agradable intensidad en nariz y una lograda persistencia. Delicioso.  

Esfuerzo plausible de los hermanos Masi, los adictos al Albariño ya tenemos otra buena excusa para saludar la alegría, cada vez más escurridiza, en esta deprimida Tierra de Gracia. ¡Salud!


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