Medellín está convertida por estos días en la capital del buen periodismo. O del periodismo libre, que debería ser sinónimo. Por convocatoria de la Fundación García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano, en la ciudad capital del departamento colombiano de Antioquia se han reunido centenares de escritores, periodistas, diseñadores gráficos, productores y realizadores de cine y televisión, investigadores académicos, emprendedores de portales digitales, ejecutivos de medios tradicionales, con un único propósito: intercambiar experiencias y reflexiones sobre las nuevas tendencias del periodismo de América y España

Pero en el Festival Gabo, así se llama, se habla de periodismo no en su sentido restringido de disciplina profesional de la información sino en todas las implicaciones que la palabra adquiere en tanto que dinámica ciudadana, cultural y tecnológica. Por eso entre los 75 eventos que conforman el festival podemos encontrar desde talleres de edición de artículos de opinión, conferencias sobre las técnicas para dirigir un documental, paneles sobre el papel de las mujeres en renovación del periodismo o el periodismo y la diversidad sexual  hasta temas tan específicos como las repercusiones periodísticas del #MeToo.

Para hacernos una idea de las dimensiones del evento vale la pena reseñar que en el Orquideario, un espacio monumental abierto, sin paredes, rodeado de árboles centenarios, que opera como sala de exposición y centro de convenciones en pleno corazón del Jardín Botánico de Medellín, pueden llegar a reunirse 800 espectadores cómodamente sentados para escuchar un panel de conversación.

El salón, con altísimas columnas de madera terminadas en moles hexagonales con forma de panales de abejas que se reúnen en lo alto para crear el techo que da cobijo al público como un follaje onírico, fue escenario el primer día del festival, el miércoles 4, de momentos conmovedores. 

Es el caso de la conversación entre los escritores nicaragüenses Gioconda Belli y Sergio Ramírez revisando la manera como una revolución esperanzadora del siglo XX, la sandinista, degeneró en una tiranía corrupta del XXI que reproduce, cuarenta años después, los esquemas autoritarios y delictivos  de la saga dictatorial de los Somoza, que por largas décadas sometió al pequeño país centroamericano.

Venezuela ha sido la gran presencia del festival y una de las más nutridas representaciones nacionales. Los asistentes quieren saber lo que sucede en el país de la mentira institucionalizada. En el primer día Maye Primera y Erik Lezama abrieron fuegos en la gran sala en el llamado Maratón de las mejores historias, donde los finalistas para optar al Gran Premio García Márquez cuentan los entretelones de sus trabajos. 

Josep Poliszuk, del portal armando.info, hoy exiliado en Bogotá escapado de la persecución judicial de Diosdado Cabello, contó luego los pormenores de su investigación periodística sobre la multimillonaria corrupción oficial a través de las bolsas CLAP. Boris Muñoz entusiasmó a los participantes en un taller compartiendo sus saberes adquiridos como editor de opinión en The New York Times en español. Y la antropóloga Ocarina Castillo, especialista en temas de cocina, gastronomía y patrimonio cultural, cerró su intervención con una conmovedora reflexión sobre lo que llamó la “violencia alimentaria en Venezuela” que dejó a muchos de los presentes con lágrimas en los ojos.

Pero el plato fuerte de la representación venezolana se sirvió el viernes cuando Albor Rodríguez, de La Vida de Nos; Ronna Rísquez, de Monitor de Víctimas; y César Batiz, de El Pitazopusieron al desnudo el totalitarismo informativo del chavismo devenido en madurismo explicando la manera como encontraron en las nuevas plataformas nativas de Internet una alternativa a la mordaza impuesta por el régimen rojo y una manera de salvaguardar el periodismo de calidad perseguido, acosado y condenado por la estrategia comunicacional nazifascista del militarismo venezolano.

Un festival también puede ser un juicio. Y en el Premio y Festival Gabriel García Márquez de Periodismo la saga de tiranos Chávez-Maduro terminó condenada ante lo mejor del periodismo de América y la península ibérica.  


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