La victoria en México de Andrés Manuel López Obrador ha provocado titulares, interpretaciones y vaticinios de todo tipo con sorpresas no tan sorpresivas y novedades no tan novedosas. Mucha ficción y entusiasmo. Pero la realidad es otra cosa y no se somete ni se acomoda. Esto lo habrá de comprobar bien pronto el electo presidente, ubicado ya al otro lado del mostrador, que no es lo mismo que hacer oposición.

“Desde la oposición  –me decía un “verde” alemán– el discurso no tiene diques y se le dice a la gente lo que quiere oír, al final te votan y llegas al gobierno y entonces hay que masticar mierda y aparecen las crisis y las rupturas”.

Para AMLO la tercera fue la vencida. En las dos anteriores, las que perdió, dijo que hubo fraude. En estas, las que ganó, parece que no. Agradeció a la prensa y a los periodistas por su labor y por su honestidad. En el pasado los había acusado de ser cómplices y parte de la “estafa”.

Lo concreto es que AMLO ahora tiene que hacerse cargo de México.

Fue muy festejado por Nicolás Maduro, Evo Morales y Dilma Rousseff. Lo ven como una inyección de savia nueva para el alicaído progresismo que hoy muestra a sus “popes” en prisión o a punto y a otros señalados, denunciados y acusados hasta de genocidios. Pero México ya no incide tanto a nivel continental como otrora. Ha perdido liderazgo. Retomarlo ¿será una de las prioridades de AMLO? ¿Y lo intentará con las banderas de Maduro, o de Ortega o de Evo? Habrá que ver lo que efectivamente pasa en ese plano, que hoy por hoy es el menos importante de la agenda mexicana.

Hace doce años AMLO era “chavista”, pero con el pasar del tiempo ha bajado la pelota al piso. Lo mismo con respecto a la relación comercial y los acuerdos con Estados Unidos: antes los repudiaba, pero ya más cerca del poder su actitud cambió.

Para México ahora ser “antiimperialista” no es tan fácil. Sobre todo tan ligado y tan cerca, como se ha remarcado, de Estados Unidos. Y más en estos momentos, con Donald Trump del otro lado, en que nada es previsible.  Puede pasar cualquier cosa; hay analistas respetables que señalan parecidos en las conductas de AMLO y Donald. No se sabe si eso es bueno o malo. Esa “vecindad”, por supuesto, que no se enmarca en el ítem “política exterior” sino que es un problema interno, tanto de México como de Estados Unidos, pero quizás más para México. Sin duda es una de las prioridades y Don Andrés Manuel irá por camino seguro, dará pasos cortos y no parece muy creíble que lo haga enarbolando las banderas del antiimperialismo, del tercermundismo, de los no alineados, de los “nuevos órdenes” y de los abrazos con el embargado y expulsado Fidel, como  ocurrió en el pasado.

Porque  esto de que asumió la izquierda en México es más titular, “ganas” y frivolidad  que verdad histórica. El PRI, en el que se inició AMLO, era el partido revolucionario, el de la reforma agraria, de la defensa de la  independencia y la soberanía y enfrentado al imperialismo. México durante décadas fue refugio y ejemplo señalado para la izquierda continental. Eso sí, era definido como “izquierdista para afuera y fascista para dentro”, pero de esto y de la corrupción de gobiernos y presidentes progresistas del PRI nadie de la izquierda universal decía nada.

La otra gran prioridad es la corrupción, la violencia, las mafias y el narcotráfico. De esto también tiene que encargarse el nuevo presidente. 120 candidatos asesinados en esta última campaña –unas elecciones democráticas pero con algunos peajes ¿no?–, ciudades y estados enteros gobernados por los carteles, los narcotraficantes y los mafiosos.

En Colombia la guerrilla y los “narcos” eran amigos, a la Venezuela chavista y a sus mayores dirigentes se les acusa de estar “metidos” en el narcotráfico y siempre se ha dicho que la Cuba de Fidel hizo pingües negocios en ese rubro, pero en México es distinto. Los narcos y los mafiosos son de los “no alineados”.

López Obrador, que ha tenido una primera y muy respetuosa y positiva conversación con Trump, que habla de que las cosas no son tan simples ni maniqueístas, ha fijado la lucha contra la corrupción y la violencia como su primera meta. Lo mismo que hicieron y anunciaron sus antecesores en la Presidencia. El problema es hacerlo y cómo hacerlo, más allá de los titulares, interpretaciones, pronósticos y análisis tempraneros, entusiastas y militantes. No es cuestión de ficciones ni de oposición. Ahora es en serio.


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