“Todo dentro de la Constitución, nada fuera de la Constitución”. Hugo Chávez.

Siempre habrá ocasión de estudiar el pasado y encontrar en el ejercicio nuevas perspectivas e interpretaciones. La escuela de Cambridge y su más que dilecta representación: Skinner, Pocock, Petit revisaron y reorientaron los trabajos que sobre Maquiavelo o el republicanismo se habían hecho, y dejaron reflotar elementos que no solo no se habían advertido anteriormente, sino que otros rasgos surgieron para mostrar y cambiar algunos de los posicionamientos de aparente consistencia sobre el talentoso y no siempre explícito pensamiento renacentista.

Cabe, igualmente, examinar el mundo de los conceptos que, por cierto, ha sufrido una sacudida sorprendentemente rica, a raíz de los esfuerzos y la metodología que desde diversas disciplinas y concomitantemente se producen y que van desde los esclarecimientos de Gadamer elucidando contenidos, pasando entre otros por su alumno Reinhart Koselleck y en la base, la revolución lingüística de Ludwig Wittgenstein con su Tractatus inicialmente y luego con sus investigaciones filosóficas y Los cuadernos azul y marrón.

Entretanto, ensayamos estirar las definiciones para comprender en ellas, fenomenológicamente, los hechos que discurren ante nosotros, crudos e insolentes. Acudimos así, en el caso de Venezuela, sea a la noción de dictadura para denominar nuestra experiencia actual o, eventualmente, tratarle como un régimen de esencia fascista.

Recordemos que el vocablo fascismo es italiano y se corresponde con aquellos años luego de la Primera Guerra Mundial, de irrupción de Mussolini y la promoción a rajatablas de una dinámica articulada en variables hipertrofiadas tales como la concentración del poder, la omnipresencia del Estado, la movilización de turbas y multitudes que sustituyen la dinámica democrática y un discurso nacionalista, machista, petulante y engreído.

La dictadura, y sobre eso sabemos los venezolanos, apuntó a mantener en el poder a una élite militar y económica que hacía usufructo del poder y conculcaba los derechos políticos, arguyendo como justificación la precariedad del orden precedente y la inseguridad o una perentoria necesidad de consolidar la integridad de la patria. Nada es matemático y lineal en el lienzo de la historia, pero fuerza es señalar que, por lo general, se persiguió a la disidencia, pero se toleró la neutralidad y muchos se aprovecharon y hasta se manifestaron conformes luego de varias décadas con aquellos episodios.

Acotemos y me luce pertinente hacerlo, evocar a Mussolini y una de sus más importantes sentencias, “Todo por el Estado, nada fuera del Estado, nada contra el Estado”. Agregando que el escenario a construir no debería asemejarse a la visión liberal que prefería el dominium y no el imperium y rechazando abiertamente las invocaciones a los derechos humanos como legítimas. El fascismo se estructura, pues, rechazando el ideal republicano y subordinando a la sociedad en torno a sus presupuestos institucionales e ideológicos, admitiendo su pretensión totalitaria y delineando una relación mesiánica entre la nación y su líder. Cómo se me parece al Hugo Chávez que se lo permitió casi todo, y ni hablar del que lo sucedió en la presidencia, pero me quedo corto si no recuerdo a los otros socios del poder chavista, y socios también de la rapiña.

El nacionalsocialismo sería en esencia más de lo mismo, con sus específicas características racistas e imperialistas y, como tal, estaría comprendiéndose en el mismo género totalitario junto al socialismo soviético, pero también al norcoreano, al chino de Mao, al rumano de Ceaucescu y al cubano de los Castro, entre otros que pudiéramos incluir.

¿A qué se nos parece esto que nos acogota y sojuzga?, podríamos preguntarnos los venezolanos. ¿Es una dictadura como otras que persigue y tortura opositores? ¿Como aquella de Gómez o la de Pérez Jiménez? Cada país conserva sus originalidades, aunque comparta también con otros países similitudes y sin pretender un pacífico juicio sobre el asunto concluiré que no creo que estemos en presencia de una dictadura como las vividas otrora, sino, más bien, ante un mutante autoritario y pervertido que se decanta cínico y delictual, haciendo del ilícito un ejercicio regular y dispuesto a cualquier sacrificio, pero preferiblemente ajeno, para permanecer en el poder.

No los veo, por otra parte, suficientemente serios, y no exagero, para encuadrar en el molde fascista, aunque reconozco que se asemejan en su accionar por períodos, con conductas típicamente fascistoides, y su compulsiva tendencia a perseguir la verdad y sus apóstoles los ubica cercanos a los regímenes que Hannah Arendt denuncia en su más que célebre y controvertida obra Eichmann en Jerusalén, por cuanto aprecio una cultura organizacional en el aparato público y en la estructura política y social del chavismo, asumida como una suerte de ideología, además de que banaliza el mal, niega el fracaso, el desastre, y corrompe obsesivamente las instituciones, y desnuda una deletérea convicción que los exime de rendir cuentas y les permite cualquier transgresión.

La responsabilidad es, a mi parecer, el instituto clave a desarrollar en el camino del control del poder; es, por supuesto, un ideal republicano y quizá, por su carencia, la causa del fiasco que vivimos siendo que no aparece en ninguno de los diagnósticos posibles que se realizan a la clase política gobernante desde que Chávez y sus espalderos que lo sucedieron gobiernan, en triste momento, por cierto, para esta patria que nunca mereció tanto oprobio.

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