Si algo se debe agradecer a la llamada Fuerza Armada Bolivariana de Venezuela es su reciente declaración sobre el papel seudopatriótico que les toca desarrollar frente a una posible invasión militar contra ellos, no contra Venezuela.

Porque han sacado a la luz, parte nada más del armamento bélico retenido, material pretexto servido para justificar inversiones con sus comisiones millonarias que volvieron multimillonario al generalato chavista y sus derivados miliciviles en el propio territorio y bastantes foráneos. Capitalismo de Estado militarista lo denominan agudos analistas del entorno mundial.

Con dolor inmenso no queda más que medio sonreír entre llantos, ante esa puesta en escena de soldados muy mal alimentados pero bien robotizados y la parcial maquinaria blindada a propósito exhibida por el canal televisivo chavista, pues, vaya, su destinatario no es el presunto invasor sino la nación misma.

Lo ensayaron como teatro de operaciones, macabra y cobardemente, día a día, noche a noche, durante cuatro meses, abril-julio del presente año, contra manifestantes desarmados, en su mayoría jóvenes y adolescentes, que solicitaban el cumplimiento de la Constitución republicana emitida en 1991. Con el saldo de múltiples asesinados, heridos, presos, torturados, exiliados, ocultos en clandestinidad local y foránea.

Son el producto interno muy bruto y brutal de una fuerza armada castrochavista convicta y ya por fin totalmente confesa, cuya mentalidad criminal, típica por su naturaleza misma y de todo cártel financiado por el petróleo blanco, entregado ya por montones y sin un mínimo escrúpulo el original y pesado petróleo negro a rusos, chinos y otros ávidos, aprovechados comerciantes de la ruina ajena.

Ese arsenal bélico, desde balas y gases tóxicos hasta buques, tanques, motos y aviones, cuya compra llenó los bolsillos de uniformados pretorianos y su séquito, dejaría de existir en solo minutos en una eventual y cierta invasión militar extranjera. Lo saben. Pero es el único recurso todavía en apariencia válido que les queda para implementar su moribundo totalitarismo, su reciente, confesa ley del Caín que les hizo perder los respetos y los miedos de la ciudadanía venezolana y del todavía civilizado planeta internacional.

Es el fascismo de las armas sin alma.

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