Nicolás Maduro y su camarilla están jugando a la guerra. No les basta haber llevado a nuestra nación al estado de postración, miseria, criminalidad y corrupción que hoy padecemos. No les basta con haber producido la estampida humana más dramática de la historia latinoamericana, con más de 3 millones de seres humanos huyendo del paraíso del socialismo del siglo XXI, y recorriendo en buses, camiones y a pie los países hermanos del continente, buscando el pan, las medicinas, la seguridad y el trabajo que la “revolución bolivariana” les está negando.

Ahora provoca, reta y desafía a los vecinos del continente, y a la comunidad internacional, rechazando la solicitud de abrir las puertas del país para canalizar un plan de ayuda humanitaria; negándose a cumplir las normas de la Carta Democrática Interamericana, los de la Convención Americana sobre Derechos Humanos (también llamada Pacto de San José de Costa Rica) en vigencia desde el 18 de julio de 1978; y el Pacto de Derechos Civiles, Políticos Económicos, Sociales y Culturales del 23 de marzo de 1976, de Naciones Unidas.

Frente a nuestra tragedia, Maduro y su equipo juegan al disimulo, a su negación, a la manipulación y a la propaganda. El disimulo llega al nivel de presentarse en la tribuna de la ONU, este pasado miércoles 26 de septiembre de 2018, para negar la existencia de la diáspora venezolana, argumentando ser una ficción creada “por la derecha”, cuando horas antes en Caracas había anunciado que solicitaría un fondo especial en Naciones Unidas por el monto de 500 millones de dólares para atender tan dramático problema.

Pero lo más grave es el desafío a la comunidad internacional. Es el sistemático discurso de ofensa y descalificación de los países y sus gobernantes, en nuestro continente y del resto del mundo, que exigen libertad y democracia para quienes aquí padecemos los rigores de este régimen autoritario.

Frente a las exigencias de la mayoría de los países de la OEA, y de la Comunidad Europea, la respuesta es la total negación de sus gestiones, y de los documentados reclamos que en materia de los derechos políticos, civiles y socio-económicos se están formulando. Para evadir tales reclamos recurren a un manipulado principio de “no intervención” en los asuntos internos de un país. De modo que toda exigencia es tachada por la camarilla roja como “injerencismo”. Pero toda presencia cubana, china o rusa es calificada como “testimonio de amor” entre los pueblos.

Maduro ha decidido conflictuarse con los vecinos del continente americano, y buscar una “amistad” con naciones de otros continentes a unos costos supremamente elevados para el patrimonio y la seguridad de nuestra Venezuela.

Para enfatizar esa vocación de conflicto, el dictador pesuvista ordena una movilización de tropas hacia la frontera con Colombia, para poner de relieve esa voluntad pendenciera que nos coloca en una situación de conflicto con nuestro más importante vecino.

La sistemática política de conflicto, de negación de los derechos fundamentales ha movilizado a las naciones del mundo civilizado, y se ha producido un conjunto de sanciones contra los cabecillas del régimen, y más recientemente contra el país mismo. La situación ha llegado al límite de que países como Estados Unidos han anunciado que podrían llegar hasta una intervención militar para liberar nuestro país de la camarilla gobernante.

Frente a tales circunstancias, personeros del régimen dan como un hecho la preparación de un escenario de guerra en nuestro país. Este domingo 30 de septiembre el ex vicepresidente de la República, y ex ministro de la Defensa, José Vicente Rangel expresó en su programa de TV la siguiente opinión: “Se amenaza y se teme una intervención militar que hasta ahora no ha plasmado pero que está en preparativos. Lo indican distintas fuentes consultadas”.

Si, como dice José Vicente, “la intervención militar está en preparativos”, estamos a tiempo de impedir una operación violenta que puede producir ingentes daños. Pero ni él ni ningún otro actor fundamental del régimen muestran una señal de corregir las causas que nos han traído hasta el nivel de tensión en el que hoy estamos.

Por el contrario, las expresiones de los jefes de la camarilla roja son de mayor irracionalidad y de mayor apego al poder ilegítimo que han usurpado. Ellos están aferrados al poder como si este les perteneciera por derecho divino. En Venezuela solo ellos pueden ejercer la conducción de los asuntos del Estado, los demás ciudadanos, que no compartimos su política, jamás podríamos optar ni pensar en el ejercicio de la autoridad. Prefieren que el país se destruya, que vayamos a la guerra, antes que otros sectores de nuestra sociedad gobiernen. Es decir, los venezolanos somos prisioneros de una camarilla que, prevalida del control de las armas, se siente dueña del país. Han llegado al extremo de expresar que el país les pertenece, como lo comunicó Diosdado Cabello, el pasado 13 de agosto de 2018, en cadena de radio y televisión cuando dijo: “O somos libres todos o no es libre nadie, o somos soberanos todos o no es soberano nadie y lo dijo nuestra hermana Erika (Farías) esta patria es nuestra y si no es nuestra no será de nadie…”.

Aquí se resume todo el fondo del asunto. Esta camarilla prefiere destruir la patria, llevarla a la guerra, antes que permitir a los ciudadanos, verdaderos depositarios de la soberanía, que libremente decidan el destino que desean para nuestro país.

Frente a tamaña pretensión, los venezolanos, prisioneros como somos de esta banda criminal que se tomó para sí el poder, necesitamos el auxilio del mundo para rescatar nuestro destino.

El deber de “injerencia humanitaria”, tal y como lo definió el santo Papa Juan Pablo II, debe venir en auxilio de un pueblo sometido con el uso de las armas de la República.

Quien nos está llevando, entonces, a la violencia son Nicolás Maduro y su camarilla. El fantasma de la guerra que hoy se cierne sobre nuestra tierra es el resultado del fanatismo, la corrupción, la usurpación y la tiranía, forjada por la revolución bolivariana.

Por supuesto que los ciudadanos preferimos, deseamos, queremos una solución política y electoral a nuestra tragedia, pero las palabras de Cabello lo dicen todo: “O es nuestra (es decir de la camarilla roja) o no es de nadie”.

En esas circunstancias no dejan otra opción que la búsqueda de la libertad hoy confiscada.


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