El diccionario nos dice que fanático es quien defiende con tenacidad y furor opiniones, preocupado, exaltado o entusiasmado ciegamente por una cosa. Y fanatismo es la exaltación de ánimo en virtud de la cual se lleva al exceso la creencia en doctrinas religiosas o políticas, moviendo a hechos verdaderamente frenéticos por su defensa. Ejemplos abundan: los atentados terroristas, la masacre de cristianos en los países de mayoría islámica nos ponen ante la intransigencia en la que la vida no vale nada. Hay otros fanatismos que llegan a excesos reprobables, como las peleas que se originan en algunos estadios deportivos o los que tienen lugar en aglomeraciones humanas en los que se desbordan las pasiones por el licor o la droga.

Lamentablemente en Venezuela estamos viviendo una escalada progresiva de desencuentro entre sectores de la población. Los especialistas aseguran que se están dando trastornos de salud mental debido al ambiente de aguda polarización y conflictividad; la utilización por el gobierno y personalidades influyentes de un vocabulario violento, amigos y enemigos, no es favorable para la salud mental del venezolano. “Decir que unos son buenos o malos, que unos acaparan y otros sufren, no está bien, porque además esa no es la realidad».

La impunidad existente ante los desafueros sobre personas y bienes, la parcialización de los órganos de seguridad en la defensa de “todos”, la percepción de un poder judicial inequitativo o inexistente, el responsabilizar “los males y carencias” a terceros (el imperio, los apátridas…), sin asumir la propia cuota de obligaciones, el lenguaje de paz como mansos corderos acompañados de acciones de lobos rapaces, entre otras, generan un clima de “sálvese quien pueda” o de tomarse la justicia por propia mano, dando pie a hechos insólitos ante los que no podemos quedarnos de brazos cruzados.

No hay nada más bochornoso que “convivir” con un fanático porque no hay manera de razonar y porque no deja espacio a las otras dimensiones de la vida. Todo se ve y valora bajo el prisma de la pasión fanática. No hay día sin una cadena en la que se exalta la guerra, el odio y la exclusión. No hay espacio para “el otro”. En lugar del diálogo o el encuentro se pone en primer lugar la confrontación, a ver quién puede más. Así nos estamos destruyendo física y espiritualmente, sin tregua para el trabajo creador o para la alegría serena. Nos volvemos talibanes, sin equilibrios, extremosos para todo. Esa fue la conducta de quienes irrumpieron el miércoles santo en la Basílica de Santa Teresa, pues no fueron a rezarle al Nazareno sino a vejarlo y a despreciar la fe de los presentes.

Necesitamos urgentemente recobrar el gozo de compartir en la diversidad: de opiniones, de pareceres, de gustos, de inclinaciones religiosas o políticas. El mejor ejemplo lo teníamos en el ir a un partido de béisbol acompañado de un amigo partidario del otro equipo. Hermoso ejemplo de convivencia fraterna.

Todos tenemos necesidad de la misericordia, del perdón y del consuelo, “porque ninguno es inmune al sufrimiento, al dolor y a la incomprensión. Cuánto dolor puede causar una palabra rencorosa, fruto de la envidia, de los celos y de la rabia. Cuánto sufrimiento provoca la experiencia de la traición, de la violencia y del abandono; cuánta amargura ante la muerte de los seres queridos. Sin embargo, Dios nunca permanece distante cuando se viven estos dramas. Una palabra que da ánimo, un abrazo que te hace sentir comprendido, una caricia que hace percibir el amor, una oración que permite ser más fuerte…, son todas expresiones de la cercanía de Dios a través del consuelo ofrecido por los hermanos” (Papa Francisco). Desterremos el fanatismo estéril y seamos constructores de la paz y la armonía.


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