¡Existen cosas indestructibles! El pensamiento acertado sobre cualquier aspecto de la vida y de sus realidades es una de ellas. Se puede en estos casos, como reza la frase célebre, intentar “matar al mensajero, pero imposible matar el mensaje”. También hemos escuchado la expresión que “nada es tan peligroso como una idea (o precisamente pensamiento correcto) a la que le llegó su momento”.

Pude temprano vivir mis primeras impresiones de la esencia originaria, de lo que es en realidad la auténtica familia de Estados Unidos de Norteamérica. Era apenas un adolescente, cuando viajé por primera vez a ese país. Visité Massachussets, New Hampshire, Nueva York y Florida. Era solo una parada entre mi conclusión del fin del bachillerato e inicio de universidad, en 1976, cuando egresé con todas mis materias eximidas del liceo público Gran Colombia. Gracias a ello  mi padre me premió enviándome a visitar a mi hermano mayor, Ángel. Enviado este por el Estado venezolano, con una beca completa, había sido antes él también premiado como mejor estudiante del liceo militar Gran Mariscal de Ayacucho en 1974.

Al pasar los años creo haber entendido a cabalidad lo que convirtió a Estados Unidos en lo que sigue siendo como potencia, nación de naciones, más poderosa de la tierra: sus principios y valores. La defensa continua de la libertad, la lucha persistente por los derechos civiles que dan sus ciudadanos, día tras día, bajo un pacto constitucional que se inicia con las palabras e ideas correctas: “We the People” (Nosotros la gente).

La idea, puesta en práctica, de colonos que fueron con sus familias, sus esposas e hijos, a poblar el territorio norteamericano; con la Biblia en una mano para luchar por la defensa de su libertad de creencias y en la otra la formación de un nuevo concepto de unidad nacional, con capacidad armada para defender su libertad de emprendimiento, fue lo que luego trajo con Washington, Jefferson y Hamilton la idea  de un Estado Federal, que contrayendo una deuda para el desarrollo de una nación de todos, se basara en el compromiso de unión para enfrentar el desafío del progreso conjunto de sus colonias. Esto ha dado sus frutos a través de los años.

La idea de la libertad del individuo como valor occidental no debe ahora ser dejado a un lado, en las actuales circunstancias que vive Latinoamérica. No puede ser el aislamiento frente al mundo más próximo que tiene Estados Unidos lo que haría más grande a América, nuevamente. La “Gran América” que viene, en opinión de este articulista, es esa a la que le llegó el momento de expresar sus ideas renovadas para liderar un movimiento en toda nuestra América, de la mano de las familias que, en todos los países, estén comprometidas con lo que recibieron de sus países de origen, y que se prepararon gracias a ello a lo largo de los años. Las familias todas de América, del norte, del centro y del sur, es hora de que defendamos juntos principios y valores compartidos como la libertad y la democracia. La dignidad de todos los seres humanos, de cualquier género, raza, condición social o religiosa. Esto se concreta no solo en la promoción de elecciones libres sino en la promoción y defensa de la democracia en su desempeño y trascendencia planetaria. La alternancia en el Poder Ejecutivo, el respeto al Parlamento y al Poder Judicial, a la independencia de los poderes públicos, el respeto al individuo, a las minorías y a la sociedad en su conjunto.

¡Es eso la gente! : The people. La familia, los ciudadanos, los que hacen la democracia, ¡día  tras día! ¡Los que la sostienen, la defienden o la dejan perder! Ha llegado el momento del ¡pensamiento reordenador e integrador de toda la familia de América! Pienso que le llegó el momento a esa unidad americana, integradora, reordenadora y definitiva, con nuestra hermana del norte, Estados Unidos, y con todas nuestras naciones hermanas de Latinoamérica y el Caribe. Convencer con esta idea política y defenderla de sus enemigos por todos los medios. Con las armas de la familia y de la civilización de las repúblicas democráticas frente al hampa que toma ventaja de la libertad y la democracia para pervertirla y destruir las sociedades libres.

Cuando Mikhail Gorbachev se planteó la “Perestroika” señaló que había llegado el tiempo de dispersar “esta neblina” y que “nada puede lograr mejor esto que un debate directo con la gente, porque en un debate directo con la gente usted no puede esconder la verdad”. (Gorbachev, M. 1987. Harper and Row Publisher Inc. New York. pag 227).

Herminio Portell–Villa, historiador nacido en Cuba en 1901, se preguntó en una oportunidad: ¿Cuánto tiempo se necesita para destruir un país que en solo medio siglo después de ruinosas guerras civiles que habían durado de 1810 a 1898, y que había hecho maravillas de reconstrucción, de progreso y de adelantos por el camino de la civilización? Él mismo se respondió, de acuerdo con su gran experiencia sobre Cuba: ¡Bastan veinte años! (Historia de Cuba 1975- 1996, Pag. 818). Así ha ocurrido con nuestra Venezuela también. ¿Cuántas otras naciones de América tendremos que ver destruidas por la intervención castrista comunista absurda en pleno siglo XXI para que reaccionemos? ¡Defendamos juntos la idea, y sus consecuencias, de que ha llegado la hora de la Gran familia de América!

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