En las últimas semanas el prestigioso medio británico Financial Times le ha dedicado un espacio importante al tema de la deuda de Venezuela con China, para terminar aseverando que China finalmente ha perdido la paciencia con el país caribeño.

De acuerdo con los informes en manos del periódico inglés, el tono y el verbo de la demanda del 27 de noviembre de Sinopec en contra de Pdvsa por falta de pago de sus obligaciones que cursa en las cortes de Houston, revela cómo y cuánto las relaciones entre las dos empresas socias se han deteriorado. Los textos legales redactados por la parte china hablan de “engaños deliberados, tergiversaciones, ocultamiento de hechos materiales, conspiración coordinada”, para significar que más allá de la falta de pago, la actitud con la que Pdvsa ha estado abordando las acreencias que la empresa china tiene en su contra está lejos de ser sana.

Las argumentaciones para sustentar la lentitud o la ausencia de pagos no les faltan a los funcionarios de la cúpula de Pdvsa ni a los agentes del gobierno, porque hay elementos materiales que le hacen cuesta arriba a la empresa petrolera hacer frente a sus obligaciones: una es la caída de los precios del crudo a escala global y la otra el encogimiento de la producción nacional. Sin embargo, la actitud empresarial para resolver un impasse de tanto calibre con quienes han sido sus socios tradicionales, solidarios e irrestrictos, ha sido equivocada, indolente y malintencionada.

La deuda objeto de la demanda es de poco menos de 24 millones de dólares, pero recordemos que Sinopec hace apenas 4 años se había comprometido con su contraparte petrolera a invertir 14.000 millones de dólares en actividades diversas beneficiosas para ambas artes. Así lo había hecho saber el ministro de Minas del momento. En ese preciso instante ya la fragilidad económica del país se manifestaba claramente ante los ojos de terceros y el manejo ineficiente y corrupto de la empresa petrolera venezolana era flagrante.

Pero la solidaridad china siempre ha ido, en la historia de sus relaciones de negocios con Venezuela, mucho más allá de lo razonable. Estas relaciones han estado enmarcadas dentro de una connivencia y complicidad con los gobiernos de Hugo Chávez y Nicolás Maduro en torno a la aplicación de un particular modelo socialista y totalitario para Venezuela y, por ello, la tónica de Pekín ha sido la permisividad, la tolerancia y la largueza en el manejo de las actividades conjuntas desarrolladas en el terreno petrolero y en otros. De cara al país y a sus instituciones no les ha faltado a los chinos evidencias del ocultamiento de sus negocios con el gobierno ni del incumplimiento de sus formalidades ante el Parlamento venezolano.

En rigor, sí existen mil razones válidas para que las empresas chinas en operación en Venezuela cobren sus legítimas deudas al país y a Pdvsa. Donde no hay queja admisible es en la calificación del tenor de los socios con los que han estado asociados a lo largo de al menos tres lustros. Les consta a las empresas chinas y a su gobierno, más que a cualquier otro, la falta de corrección que es la esencia del manejo de lo público por parte de las autoridades de la Venezuela de hoy.

Es malo que a los chinos se les haya acabado la paciencia como tiende a afirmar el Financial Times. Este infeliz final entre Sinopec y Pdvsa estaba escrito en el destino de la bilateralidad, y, de acuerdo con la milenaria filosofía china, al destino se le debe obediencia y no rebeldía.


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