Hemos llegado al tercer mes de un año lleno de promesas y procesos electorales, con características tan particulares que distorsionan la propia realidad, una que, aparentemente, lleva a afianzar y terminar de perpetuar un régimen que ha demostrado no tener una pizca de demócrata. Todo lo han enmarcado en un supuesto nacionalismo que no ha sido otra cosa que valerse de nuestros símbolos y sentido patrio para hacer creer que su propósito en la Tierra no es más que la defensa del pueblo y del territorio. Juran parecerse a nuestros libertadores que sí se sacrificaron para dejar como herencia una República que estamos perdiendo.

Esta supuesta defensa de un pueblo que día a día ve cómo se aleja la posibilidad de su independencia, haciéndolo –como en cualquier régimen totalitario– dependiente de un Estado que solo intenta manipular a la población a través del control de las necesidades básicas. Han creado dependencia para la obtención de alimentación, vivienda y manutención; tratan de convertirse en el único proveedor de estos rubros, con la excusa de establecer mejoras al pueblo y así obtener su aceptación, compromiso y fidelidad. Sin embargo, su propósito es mantenerse en el poder.

Este falso nacionalismo se ha encargado de destruir el aparato productivo de la nación convirtiéndonos en compradores de lo que en algunas décadas pasadas producíamos; ha entregado nuestras principales empresas a consorcios extranjeros cuyo objetivo principal es el beneficio de sus países y no del nuestro, que es donde se encuentra y se produce la riqueza. Todo esto significa que la soberanía alimentaria –eso que este gobierno llama seguridad alimentaria que nunca garantizaron, como vemos a diario–queda en el texto muerto de una Constitución que los ciudadanos luchamos por reivindicar. 

Hemos permitido que grupos insurgentes de otros países convivan en nuestra tierra como si fuera la suya. Hemos llegado al punto trágico de olvidarnos de la defensa del territorio, y, siendo negativo, ello ha ocasionado una posible pérdida de nuestro territorio. Me refiero a la pérdida de un territorio que desde la Colonia hemos luchado para que nos sea devuelto: el Esequibo. Este gobierno durante los últimos años ha evitado hablar y hacer diligencia alguna para la recuperación de esa zona. El sol venezolano nace en el Esequibo pasó a ser una simple y vacía consigna.

El 16 de diciembre de 2016, el secretario general de la ONU dio un plazo de un año para que Venezuela y Guyana arreglaran sus diferencias y, en caso contrario, remitir el expediente a la Corte Internacional de Justicia, nombrando en 2017 a un representante con poderes de mediación que vino solo a Venezuela a reunirse con Maduro y su canciller, Delcy Rodríguez y, luego, con Jorge Arreaza. El 30 de enero de 2018, en efecto, se remite el caso de acuerdo con lo prometido. Esto indica que pasó todo un año; un larguísimo año en que Miraflores y la Casa Amarilla desoyeron las voces de alerta que muchísimas veces advirtieron lo que sucedería. Y lo que venía, al fin llegó. 

Este régimen que se dice nacionalista se quedó cruzado de brazos y en lugar de adelantar una política de Estado tiene por empeño no hacer nada. Nada se sabe, y está demostrado, pues nada ha hecho. Ya sabemos los resultados un país controlado por falsos nacionalistas. Intentan controlar la economía y generan caos, hambre, déficit y escasez monetaria. Intentan controlar el territorio y a la vez pierden 159.442 km2. Son exitosos para los desastres. Por eso Venezuela no se puede rendir y debe seguir luchando para recuperar nuestra democracia.

@freddyamarcano


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