Dos grandes corrientes dividen a la oposición venezolana hoy día. Un grupo de personas que plantea como base de su estrategia la “activación” del artículo 187 de la Constitución venezolana, y, por otra parte, aquellos que en el medio de su tablero creen que la solución pasa por la realización de unas elecciones presidenciales adelantadas, con Nicolás Maduro como candidato inclusive.

Como en tantas otras veces la realidad es más compleja que esta dicotomía. Y es muy probable que la solución de la tragedia venezolana, si es que alguna vez llega a darse en nuestro tiempo de vida, pase por un conjunto de variables que ni siquiera hoy están siendo tomadas en cuenta. Por supuesto, siempre saldrá una persona a decir “yo lo dije”, “me robaron mi idea”, como una declaración abierta que amasa el ego.

Las elecciones en la Venezuela actual son un despropósito. No solo por el hecho de que Maduro sea o no candidato, tema ya bastante candente. Es que el país mismo, o los escombros que quedan de él, no tienen capacidad logística para celebrar una elección. No hay gasolina, no hay electricidad, no hay control del Estado sobre una parte nada desdeñable del territorio nacional. En este contexto, es casi risible imaginarse a los votantes trasladándose a sus centros de votación, generar la energía suficiente para que se desarrolle el proceso y, por supuesto, resguardar con bases mínimas ajustadas al Estado de Derecho cualquier proceso electoral. Así que las elecciones quedan descartadas.

La llamada activación del artículo 187.11 de la Constitución es un asunto más complejo. Porque es indudable que la situación venezolana requiere medidas inmediatas, y vista la indiferencia del régimen, o, peor aún, vista la alevosía y premeditación con la cual se desarrollan un conjunto de políticas destructivas para la población de nuestra nación, no es descabellado que haya quienes clamen por una misión militar extranjera que ponga fin a la situación actual que nos oprime y subyuga.

El tema de fondo es que no se tiene la certeza absoluta de que la autorización de una misión militar extranjera constituya elemento suficiente para desencadenar su efectiva ejecución. Si bien es cierto que la peor diligencia es la que no se hace, y la Asamblea Nacional debe estar al servicio de sus ciudadanos, no es menos cierto que una intervención internacional no depende enteramente del Parlamento. Se corre el riesgo de autorizar algo que no termine de cristalizar, y ello conduciría a una inmensa decepción y desolación. La política tiene su momentum, y queremos creer que Juan Guaidó actúa de buena fe cuando señala que no existe un consenso entre los aliados de la causa democrática en torno a la intervención militar de Venezuela, más allá de algunas voces que plantean el tema sin que este termine de cohesionar a sus actores.

Sería peligroso y deshonesto sembrarle a la ciudadanía expectativas de eventos que no necesariamente van a ocurrir. Suficiente con la ignominia que se tiene que padecer a diario gracias al socialismo. De allí que lo más realista sea trabajar con lo que se tiene sobre la mesa, sin que ello signifique conformismo y no se pierdan de vista los objetivos.

Nunca como ahora la causa democrática ha tenido tanto apoyo fuera de las fronteras venezolanas. Pero, de forma concreta, ese apoyo se ha dado de forma diplomática y a través de un conjunto de sanciones específicas, sobre todo en el ámbito financiero. Ese escenario, más allá de la retórica, no parece cambiar en el corto y mediano plazo, y es sobre este tablero que debe trabajarse.

Visto el horizonte, la oposición ha logrado consolidar avances en estos últimos meses, y ellos tienen que saber venderse a través de los órganos de propaganda respectivos. El régimen recién comienza a sentir los primeros efectos de las sanciones internacionales, en medio de un colapso sin antecedentes en la economía y en los servicios públicos esenciales. Si bien no debe subestimarse, tampoco puede endiosarse al poder de facto. Son mortales, tienen grietas y puntos débiles. En algún momento serán aprovechados y capitalizados. ¿Cómo? No lo sabemos. Pero creemos que la solución pasará por algún camino no ortodoxo, hoy inusitado, y de allí precisamente el quebradero de cabeza de tantos hombres y mujeres que buscan el fin de esta tragedia.


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!