El adelanto de la elección presidencial en Venezuela para el primer cuatrimestre del año ha generado la discusión en varios sectores de la oposición sobre si se debe participar o no en el proceso electoral.

Uno de los argumentos para votar es que existe la oportunidad de vencer a Nicolás Maduro, porque muestra un nivel de apoyo popular que ronda 20%. Además, tiene un gran rechazo por parte de los venezolanos ante la grave situación del país, y el grupo que se autodefine opositor aumentó, se ubica en 4 de cada 10 venezolanos.

Otro argumento presente en la discusión es que la elección presidencial permite las concentraciones públicas con un impacto en el conjunto de la sociedad. Asimismo, expondría que en Venezuela hay una dictadura, si la oposición gana la elección, el régimen de Maduro tendría que robársela para mantener el poder.

Los argumentos presentados anteriormente parten del principio del voto, que es uno de los mecanismos fundamentales de la democracia. El socialismo del siglo XXI ha consolidado la ecuación de que votar es igual a democracia. Y no es cierto. En los regímenes autoritarios competitivos, votar consolida el régimen autoritario e inhibe a las democracias liberales de denunciar las arbitrariedades electorales que ocurren en esos países.

En 2018, Freedom House clasificó a 59 gobiernos de 195 países como regímenes autoritarios, “not free”, entre los cuales está el de Nicolás Maduro. Mientras que reconoce a 88 países como democracias liberales.

Actualmente, el régimen de Nicolás Maduro es reconocido como un gobierno autoritario por la gran mayoría de Estados democráticos del mundo. Los informes del secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA), con el apoyo de 20 gobiernos de la región, reafirman la condición de ser un gobierno que vulnera la Carta Democrática Interamericana desde 2015.

A pesar de ello, la naturaleza autoritaria del régimen ha seguido afianzándose. El establecimiento de la asamblea nacional constituyente y las elecciones de los gobernadores y los alcaldes en 2017 lo demuestran. En esas elecciones el sistema electoral fue configurado para el afianzamiento del régimen de Maduro, obteniendo la gran mayoría de los constituyentes, gobernadores y alcaldes.

Por lo tanto, la discusión de “la reelección” de Nicolás Maduro el próximo mes de abril es sobre si se legítima o no el régimen por seis años más. Porque la participación de los partidos que integran la Mesa de Unidad Democrática (MUD) en la elección presidencial le darían validez al sistema electoral en Venezuela, al representar el Poder Legislativo, la Asamblea Nacional. Y no por la representación de sus partidos políticos, que apenas alcanzan 7% del electorado.

En este sentido deslegitimador, los gobiernos de los países democráticos se han pronunciado sobre estas elecciones. CanadáEstados UnidosFrancia, el Grupo de Lima –integrado por 14 países del continente americano–, y el secretario general de la OEA rechazaron la convocatoria de la elección porque sería ilegítima. Mientras que los gobiernos de Colombia y Argentina han afirmado que no reconocerán las elecciones presidenciales. Y hace una semana en Suiza, en la reunión del Foro Económico Mundial, Luis Almagro aseguró que “entramos en un proceso final de deslegitimación del régimen de [Nicolás] Maduro”.

Por lo tanto, la discusión de la elección presidencial debería realizarse en el terreno de las condiciones electorales que aseguren a los venezolanos validar el candidato que resulte ganador de la contienda. Si la evaluación de estas condiciones indica que no son libres, transparentes y democráticas, demandaría abstenerse para deslegitimar al régimen de Maduro.

La Conferencia Episcopal Venezolana (CEV) hizo un llamado en este sentido a la dirigencia opositora en su comunicado de anteayer. “La dirigencia política debe asumir responsablemente la difícil y real situación: la comunidad internacional ha declarado abiertamente su convicción de que la actuación del gobierno es inaceptable”.

Los partidos de la MUD han mostrado tener “sordera selectiva” los últimos 6 meses, perdiendo la confianza de la mayoría de venezolanos. Insistir en esa actitud y participar en la elección presidencial producirá el aislamiento internacional de los dirigentes de la MUD, y el mayor sufrimiento del pueblo venezolano que solo Dios podrá perdonarles.

Por el contrario, acompasar a las democracias liberales del mundo, al secretario general de la OEA y la CEV, entre otros, permitirá entrar en el “proceso final de deslegitimación del régimen de Maduro”. Por ello, votar o no en las elecciones presidenciales es un falso dilema.


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