De acuerdo con la Real Academia de la Lengua, polarizar significa orientar en dos direcciones contrapuestas. La polarización en Venezuela significaría, ni más ni menos, que la coexistencia de dos segmentos irreconciliables. Uno apoyaría la imposición de un modelo socialista con todos sus registros: estatización, partido único, control económico, concentración total del poder, ausencia de imperio de la ley. Todo envuelto en un discurso seductor de solidaridad con la pobreza, justicia social, endogenismo, igualdad y poder popular. Entendido este último concepto, según sus creyentes, como una ética de lo colectivo en la dirección y ejecución transformada en praxis. En otras palabras, un poder colectivo que rechaza y destruye todo lo que se le opone. Es lo que transpiran los “socialismos reales”, los únicos que han existido para desgracia de la humanidad y de las sociedades sometidas a episodios de genocidios, hambrunas, imposición de valores contra la persona humana y su libertad.

Del otro lado, yacen huestes heterogéneas de individuos que comparten algunas certitudes, que creen que son responsables de sus vidas; reconocen las diferencias sin que estas se conviertan en armas mortíferas, destructoras de la compleja individualidad humana. Hoy son la mayoría indudablemente.

En el discurso político que nos domina, la polarización es aceptada, se convierte en una realidad que explica problemas intrincados. La crisis económica es producto de una guerra económica iniciada contra el pueblo, por empresarios, productores, comerciantes que disfrutan escondiendo su mercancía, expoliando con los precios a los más pobres, cómplices de imperios imaginarios ocupados en destruir la gesta revolucionaria.

Este inmenso drama que constituye la supuesta polarización es culpable del sufrimiento cotidiano de los venezolanos que no tienen alimentos, medicinas, y cuya vida es efímera porque no hay seguridad, porque las instituciones que protegen al ciudadano “suicidan” a sus víctimas, sin compasión alguna.

Si esta letanía sobre la polarización fuese cierta y pudiese explicar nuestros dramas, significaría que la mitad de la población lucharía ardientemente para imponer el socialismo, expropiar a los propietarios, acabar con la libertad de prensa, encarcelar a todo el que no crea en el “comandante eterno” y se niegue a ponerse rodilla en tierra frente a Maduro. Al otro lado, el grupo de egoístas, que solo cree en su tasa de ganancia y que detesta todo lo que huela a pueblo.

Me pregunto: ¿dónde están esos millones de venezolanos cuyo ideal es imponer ese socialismo que gravita sombríamente sobre nuestras cabezas? ¿Cuáles de los 335 municipios que existen en el territorio están poblados por huestes socialistas que creen en la colectivización, la destrucción de las empresas, el encarcelamiento y el “suicidio” de los que disienten políticamente? ¿Cuáles son esos venezolanos que darían su vida por el socialismo? ¿Acaso serán los cinco millones obligados a arroparse con el carnet de la patria, colgarse de la bolsa CLAP para medio sobrevivir? Son ellos los que representan físicamente un lado de la supuesta polarización, contabilizados y asistidos en las mesas de votación sin pudor alguno. Si son ellos entonces su fragilidad es total, correrían más rápido que las huestes del ejército ante el estallido de los drones en el “seudomagnicidio”.

Churchil decía que no podemos negociar con el tigre cuando tenemos nuestra cabeza dentro de sus fauces. Hoy pareciera que la cabeza del régimen está dentro de nuestras bocas pero nosotros mismos nos oponemos a cerrar la mandíbula y expulsar a los usurpadores del poder, que en realidad son muy pocos. La polarización de la sociedad, del pueblo, como quiera nombrarse, es falsa. Si existe está dentro de la oposición, que pregona que nada puede pasar hasta que cambie el régimen, el CNE y que pierde el tiempo con Zapatero. En la Universidad de Carabobo se obtienen resultados electorales reflejo de lo que vibra en el país, un contundente 80 a 20 y eso es inapelable. Si tenemos que esperar a que el régimen cambie para actuar, entonces lo más probable es que nuestro sufrimiento se prolongue más allá de lo imaginable. Hay que dominar nuestros egos. Basta de proclamar “yo no me presto” más a nada, no votamos, no negociamos, no pujamos. Como decía el filósofo: despertemos de nuestro sueño dogmático, a luchar todos en todos los tableros.


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