Lo que quedó demostrado en la farsa electoral del pasado domingo es la repulsa unánime de más de 80% de la población al régimen dictatorial que representa Nicolás Maduro. El pueblo, psicólogo lento pero experimentado, en su laberinto interior terminó por orientarse dentro de la confusión creada por el dilema de votar o no votar y, finalmente, se abstuvo de refrendar semejante patraña –incluso gran parte de los 16 millones que sacaron el carnet de la patria–, y mucho menos reconocieron a Henri Falcón como su líder político.

La candidatura del ex gobernador de Lara era endeble, y fue percibido como un oportunista que se aprovechó de la decisión de la MUD de no presentar candidato presidencial y no concurrir a unas elecciones convocadas por la ilegítima asamblea nacional constituyente. Falcón se valió de la ocasión para cazar votos e incautos y, quizás, también se ilusionó con creer que podía torcer la decisión tomada por los países demócratas de la comunidad internacional de no reconocer los resultados.

Alguien, entre los visibles mercaderes políticos que hay en su comando, lo convenció de que podía ganar esas elecciones con el mismo CNE tramposo y las mismas rectoras que tienen el período vencido –más que literalmente–, y que acababan de arrebatarle la gobernación a Andrés Velásquez en Bolívar y nunca estuvieron dispuestas a brindar condiciones mínimas electorales.

Falcón venía de perder la gobernación en su estado, a pesar de que las encuestadoras pagadas por su comando se equivocaron estrepitosamente –ayer y hoy– al darlo como ganador. Fue asombroso que no pusiera en duda ni por un instante los resultados del CNE que favorecieron a una “paracaidista” como la almirante Carmen Meléndez, a la que reconoció de inmediato y, además, tuvo el desatino de culpar a los partidos Primero Justicia y Voluntad Popular de su derrota.

Su candidatura presidencial fue un atentado contra la unidad y el Frente Amplio, que le hizo varios llamados para que retirara su candidatura y no se prestara a validar un fraude electoral, pero, en vez de ahorrarnos ese bochorno, siguió participando de manera compulsiva con el único propósito de seguir en una carrera en la que nadie creía. Al autoproclamarse candidato de oposición, sin medirse en unas primarias o ser resultado de un consenso, no inspiró confianza en los votantes que lo reconocieron como una pieza más en la comparsa que necesitaba Maduro para legitimarse. Por eso prefirieron abstenerse.

No votar es un derecho, un ejercicio de libertad y una acción política de repudio contra todas las opciones. La abstención se levantó por encima de los errores de la dirigencia política y asestó un duro golpe a todos los participantes. Falcón salió muy debilitado, le compra tiempo a la dictadura para un nuevo diálogo, vuelve a autoproclamarse como candidato presidencial en unas elecciones que convocará de manera fraudulenta la ANC para “relegitimar” todos los poderes, incluida la Asamblea Nacional, y poder continuar con el mismo show de su candidatura hasta el mes de octubre.

En el escenario de unas primarias en la oposición, Falcón tiene escasas posibilidades de éxito. Lo que sí observamos es una sólida conchupancia con el régimen: Falcón desconoce el proceso electoral y lo califica como ilegítimo, pero no desconoce a la espuria ANC que las convocó ilegalmente, ni los abultados resultados electorales que contrastan con la desolación que el mundo entero registró en las mesas electorales, ni exige un nuevo CNE verdaderamente imparcial. De paso, tampoco reconoce a Maduro como dictador.


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