La sociedad venezolana debate en estos días el rol que viene cumpliendo la oposición política ante el avance demoledor, arruinador y mortífero de la dictadura comunista. La catástrofe existente a lo largo y ancho de la geografía nacional, hace clamar a nuestro pueblo por una conducción que pueda lograr el cambio político, para iniciar el camino de la reconstrucción espiritual y material de la nación. Hoy nadie, ni siquiera los más cercanos colaboradores de la camarilla gobernante, tiene esperanza alguna de que Maduro y su entorno puedan rectificar y lograr sacar al país del foso al que nos han conducido con su “revolución bolivariana”.

Lo más grave es que ese pueblo también ha perdido su confianza en la dirigencia política, desde la que hemos estado luchando a lo largo de estos ya casi 20 años de hegemonía del castrochavismo. Luego de la extraordinaria victoria en las elecciones parlamentarias de diciembre de 2015, la oposición democrática empezó un camino extraviado. De ese extravío, la dictadura se aprovechó para dar el zarpazo definitivo e imponer sin tapujos la dictadura que hoy padecemos.

Es menester que todos asumamos un proceso de reflexión serena y humilde para entender y admitir los errores en que hemos incurrido. Es fundamental oír sin prejuicios a quienes de verdad trabajan para conseguir el cambio político, a quienes ciertamente ejercen con honestidad una lucha opositora, aunque en un momento dado hayamos divergido de estrategias, tácticas, propuestas o comportamientos. Aquí nadie puede presumir de ser el poseedor de la verdad y la infalibilidad. Todos hemos actuado y en algunos momentos nuestra actividad y nuestra palabra han sido acertadas, y en otros momentos hemos errado. Como dice Jesús en el evangelio: “El que esté sin pecado, que tire la primera piedra” (Mateo 7,1-5).

Para poder rectificar, reconstruir el afecto y el respeto, y en consecuencia restablecer la unidad de los demócratas para ofrecer al país y al mundo una alternativa confiable frente a la catástrofe socialista, es imprescindible poner por encima de cualquier vanidad, aspiración o pretensión, los supremos intereses de nuestro pueblo que hoy, como nunca había ocurrido en más de un siglo de vida republicana, está sufriendo el rigor de la muerte, el hambre, la enfermedad, el odio, la violencia y la destrucción de esta patria.

Hemos descendido dramáticamente en todos los órdenes de la vida. La dictadura ha cerrado el camino de la solución electoral. Aquí no hay espacio para estar en una campaña, como si a la vuelta de la esquina fuéramos a entrar en un proceso electoral, a cuyo fin es necesario estar asumiendo el rol de presentarse como el ungido o la ungida para conducir transiciones o hipotéticos gobiernos. Esa vanidad no tiene cabida en estos tiempos. Es la hora de desprenderse de todo apetito de poder. De asumir la lucha para la derrota de la dictadura como el eje central de toda nuestra sociedad, más allá de las personas y de las organizaciones políticas.

Quienes hemos ejercido funciones de liderazgo, porque hemos sido parlamentarios, gobernadores, alcaldes, líderes de opinión o jefes de grupos políticos, debemos diferir, hasta que esté ya establecida la democracia, cualquier proyecto de poder personal o partidista. Unir nuestras fuerzas para luchar de manera firme y acordada contra la ignominia autoritaria que nos consume. Ofrecer al país y al mundo nuestra firme disposición a preparar un equipo de ciudadanos ejemplares para dirigir la República por un período de transición, que restablezca la vida normal y civilizada que perdimos. Y una vez lograda esa meta, entonces sí abrir los cauces del debate plural, propio de toda sociedad democrática.

Venezuela cuenta con hombres y mujeres ilustres y probos, que pueden ser convocados por quienes nos hemos dedicado a la política para que asuman esta trascendental misión. Si no hacemos un esfuerzo de desprendimiento, si continuamos la puja entre personas y partidos, la camarilla destructora continuará su nefasta labor de destrucción, y nuestro pueblo sufrirá cada día con mayor fuerza este drama.

Es hora de ofrecer ese concurso con serena humildad.


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