Hay imágenes que se nos graban con impertinencia en la memoria. Son escenas en las que sus protagonistas se imponen en nuestros recuerdos de manera avasallante. Uno de esos íconos es la imponente foto de Winston Churchill hecha en 1941 por Yousuf Karsh; ese retrato fue realizado durante la visita del líder británico a Canadá, y su fuerza fue tal que se convirtió en la más depurada representación de la fiereza, fortaleza y seguridad del señor Churchill.

Hay otras tan emblemáticas como esa pero que han corrido con menor suerte en su permanencia en la retentiva colectiva de la humanidad. Fue hecha en Moscú en abril de 1963, durante el viaje que hizo el difunto Fidel a territorios soviéticos. Como suele ocurrir en todos los escenarios revolucionarios su autor permanece en el anonimato, al menos para mí. En dicha instantánea, vaya usted a saber en qué recinto de la extinta URSS, y bajo la presencia de un retrato de Marx que parece observar con particular insolencia a don Nikita, un reducido grupo de doce personas, incluidos los ya nombrados, aparecen alrededor de una mesa donde el caribeño se dedica a encender un largo puro con su mano derecha, mientras hace pantalla con la izquierda y protege la llama.

Esa imagen que debió haber tenido mayor trascendencia que la de una “foto simpática” es expresión por excelencia de la moral revolucionaria. En la muñeca que cuida el fuego con que enciende el habano se ven DOS relojes Rolex… La cara del máximo jefe ruso es de esas que llaman polisémicas, se le puede interpretar como el amo que mira a su mico complacido, tal vez refleja estupor ante el desparpajo del socio recién adquirido, a lo mejor…, y así hasta el infinito.

¿Por qué esa fotografía no fue leída en su momento con la seriedad que ameritaba? ¿Qué pasó con el entorno político mundial que no desnudó lo que en ella se asomaba? Ocurre que el circo es una de las instituciones más añejas de la humanidad, sus arenas han servido para exhibir aquellas manifestaciones exóticas o ajenas a nuestro entorno; por lo que sus instalaciones siempre han funcionado como un frasco de miel para las moscas. De un tiempo a esta parte ciertas bestias, de excepcional inteligencia, se dedicaron a crear sus propias pistas para exhibirse y congregar a quienes les interesan. Fidel fue un maestro en ello y la experticia adquirida en tales menesteres la transmitió al oprobio que gobierna Venezuela.

Por todo ello, asombra el candor o ignorancia de quienes aparecen presagiando la retirada masiva de embajadores ante la corte del zar Nicolás el próximo enero. ¿Acaso creen que los muy curiosos y educados gobernantes del mundo van a perder la oportunidad de hacerse retratar al lado del engendro del momento? ¿Quién no salió al lado de Stalin, Fidel, Gadafi, Hussein, por nombrar algunos? ¿Acaso no recuerdan a Clinton con el difunto? Al final serán recuerdos estrambóticos de las duras exigencias de su ejercicio del poder.

© Alfredo Cedeño

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