Cuando escuchas a un venezolano decir que “no importa si los políticos roban y son corruptos si dan algún tipo de respuesta o resuelven los problemas de la comunidad”, sabes cuán profundo ha calado la corrupción en el tuétano del país. Ratificas lo que ya sabes: lo normal que se ha vuelto para el común de los ciudadanos que el político robe, que el guardia nacional extorsione, que el policía secuestre, que el funcionario público te pida un pago extra para sacar un documento por el que no deberían cobrarte y que los fiscales sugieran no ponerte la multa si les das “alguito pa’l fresco”.

Porque cuando las trampas, las coimas, las comisiones, “la persona contacto” y la descomposición pasan a ser parte del acervo histórico de una nación se asumen como la identidad natural del país. Una vergonzosa identidad que se transmite de generación en generación. Una idiosincrasia que se asume como esencia del venezolano, pese a no ser la más virtuosa. Porque, de continuar por este camino, no tardaremos en ver cómo el régimen edifica un “hall de la fama de la corrupción” en el que se expondrá con orgullo las fotos o estatuas de los insignes delincuentes de los dineros públicos que, gracias a su codicia desbocada, lograron el enorme desfalco de Venezuela que condujo a nuestro noble y destruido país a su más grave y profunda crisis.

Porque cuando un venezolano “perdona” la corrupción del funcionario público gracias a que asfaltó uno de los tantos huecos que había en su calle o destapó alcantarillas de aguas negras, avala, quizá inconscientemente, que solo con los corruptos en el poder un país puede solucionar sus problemas y se conforma. Se conforma con lo malo del sistema que “medio funciona”. Es ese dilema moral como el que alguna vez se debatió en Medellín con Pablo Escobar: todos sabían que era narcotraficante, pero recibían con gusto y elogiaban sus actos de Robin Hood, con los que beneficiaba a los más desposeídos.

Pero nunca como hoy. Nunca como en la Venezuela del siglo XXI: la del hombre nuevo de Chávez, la que sufre los rigores de un engendro de dictadura –originaria y caribeña– que no logramos superar, la de los motores productivos fundidos, la de los bonos “por hacer nada” que esperan los que se acostumbraron a las dádivas, la de las cajas CLAP cada vez más chucutas y los carnets de la patria que racionan; la de los programas educativos reformulados para que los muchachos hagan más deporte y reciban menos matemática. La de los médicos integrales, graduados en tiempo récord, que no saben si la cefalea es un dolor de barriga. La de la Pdvsa expoliada, saqueada y reducida a su más mínima capacidad productiva, como el resto de las empresas básicas que, en fila detrás de la estatal petrolera, esperan su turno para develar las corruptelas que esconden sus entrañas.

Estamos en la quiebra. Y no solo económica. Históricamente arrastramos la corrupción y apoderamiento de los dineros públicos como si el hecho de que sea público lo hace patrimonio exclusivo –peculio particular– del mandatario de turno. “Nómbrame un gobernante que no haya robado”, me han retado en más de una ocasión. Y, confieso, me ha costado dar respuesta. Incluso, he tenido que soportar comentarios sobre adecos y copeyanos con los que quedan calificados como “niños de pecho”. Es que ante los desmanes de los delincuentes que tienen secuestrada a Venezuela desde hace casi 20 años, los delitos cometidos por los gobernantes anteriores lucen inocentes y extraídos de cuentos de hadas. “Los adecos y copeyanos robaban el cambur, pero lanzaban las conchas”, me han dicho para describir las dimensiones que con este régimen ha adquirido la corrupción en el país. Y el comentario me parece tan infeliz como el que escuché y abre este artículo.

Y aunque algunos ven con buenos ojos las actuaciones del “poeta de la revolución”, que arrancó esta especie de cacería de brujas contra ex ministros, ex funcionarios y ex hombres fuertes del chavismo enriquecidos ilícitamente, aún me cuesta concederle el beneficio de la duda a esta especie de limpieza moral y justicia vengadora, hasta tanto no vea detrás de las rejas, juzgados y condenados, a los responsables del desangramiento del país. Pero si además los millardos de euros y dólares que se robaron –con descaro y el aval de quienes hoy siguen rigiendo los destinos de la nación– son repatriados, manejados con transparencia e invertidos para la reconstrucción de Venezuela, recobraría la esperanza en los hombres probos, íntegros, impolutos e incólumes que se requieren para salir de este atolladero nauseabundo en el que nos hundió el chavismo/madurismo.

Así que espero que “todo el peso de la ley” o el “caiga quien caiga” no sea una vez más frases acomodaticias con las que se les pretenda dar un viso de rectitud a un régimen que, de todas, todas, ha demostrado desde sus orígenes, lo contrario.

Ruego para que en 2018, pese a los terribles escenarios y perspectivas que se vislumbran, logremos empinarnos y superar las adversidades para hacer de ellas lecciones aprendidas que nos ayuden a superar los escollos y sacar al país adelante.

Queridos amigos: me despido hasta el próximo año, que está a la vuelta de los días, deseándoles una Navidad lo más feliz posible.

@mingo_1

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